Slayers (NL)
Volumen 1
Capitulo 3: ¡Qué mal! Los bandidos me han capturado (patético…)
Parte 1
Desperté en lo que, a juzgar por los trozos de cristal de colores y las estatuas, debía de ser un templo abandonado. Estaba sucio y olía fatal. ¿El encontrarme colgada de las manos desde un gancho en el techo, y en un entorno que no reconocía (y que apestaba), con un dolor de cabeza increíble, mientras mi enemigo me mira fijamente? No es mi forma favorita de empezar el día. Supongo que es mejor que no despertarse, pero no mucho.
Por supuesto, el dolor de cabeza no era lo peor de todo. Lo que más me dolía era mi orgullo herido… y me dolía muchísimo.
Zelgadiss estaba allí, de pie con los brazos cruzados, mirándome con algo horrible en mente, de eso estaba segura. Zolf, el hombre momia, también estaba allí… junto al pobre y patético Dilgear, el cretino lobo, y un tipo al que no había visto antes… y era un pez.
No, en serio, era un pez. ¿Sabes esos animales que viven en el agua? Un pez. Si mezclas un pez y un hombre tienes un hombre pez. Y el hombre pez hacía que Dilgear pareciese atractivo en comparación.
¿Nunca te has encontrado con la raza de los hombres pez? ¿En serio? Vale. Hay básicamente dos tipos o familias, lagon y gillman.
Aunque, para ser sincera, no tengo ni idea en qué se diferencian, pero sí sé que la mayoría de los hombres pez con los que te puedes encontrar son ligeramente humanoides, con escamas, e incluso algunos tienen aletas. También sé que tienen mal genio, pero supongo que yo también lo tendría si oliese como un pez.
Vaya, creo que ya he descubierto de dónde venía el mal olor del templo.
Este hombre pez en particular era más pez que hombre. Su cuerpo era delgado y largo. Tenía dos ojos enormes de pez, uno a cada lado de la cabeza, que en realidad no era una cabeza en si, sino una extensión de su cuerpo, ya que no se había tomado la molestia de desarrollar un cuello. Básicamente era un pez con brazos y piernas. ¿A quién le gustaría despertarse frente a un bicho como ese?
Al menos no veía al tío viejo por ninguna parte.
– Ya no estás tan ocurrente, ¿verdad? – Preguntó Zelgadiss, retóricamente.
“Te odio, pedazo de bastardo. ¿Te parece una buena ocurrencia?”
– Deberías darle las gracias a Zolf, él es quien te ha perdonado la vida. O, más bien, él es quien quería matarte desesperadamente, pero consiguió contener sus ansias.
– Gracias, Zolf, te debo una. – Le habría guiñado un ojo, pero me dolía la cara.
Aun así conseguí algo parecido a una sonrisa.
– ¡Ten cuidado con lo que dices, so…! – Respondió Zolf.
– ¿So… qué? Venga, Zolf, a ver qué sabes hacer.
– Qué pena que tu novio huyese y te dejase tirada. – Dijo Dilgear, intentando ayudar a su colega.
– Sí… qué pena. – Respondí.
“¿Mi novio?”
Zelgadiss suspiró.
– No se me había ocurrido que hubieses confiado el objeto a tu compañero, pero al final nos ha venido bien. Pero tendremos que dejarte con vida para que hagas de cebo.
– Eh, ¿Qué tendremos que qué? – Gimoteó Dilgear.
– La chica no tiene el objeto.
– ¿Qué? – Resoplaron todos a la vez, todos menos Zelgadiss y yo.
– ¿Cómo lo sabes?
Zelgadiss se giró y miró a Dilgear como si fuese un idiota porque… bueno, porque era un idiota.
– ¿Ves la estatua en alguna parte, Dilgear?
No, no te imagines nada raro, no es que estuviese allí colgando desnuda. Llevaba mi ropa habitual, excepto la capa y la espada. No podría esconder la estatua en ninguna parte sin que se notase.
Dilgear comenzó a caminar a mi alrededor, mirando mi cuerpo.
“Puaj.”
– Huh, ¿quizás se la ha tragado? – Dijo con una sonrisa idiota porque… bueno, porque seguía siendo idiota.
– No fui capaz de detectar orihalcon en él durante la batalla, ¿cómo conseguiste ocultarlo? – Preguntó Zelgadiss.
– Usé el hechizo Protect.
– ¿Protect?
– Interfiere con los hechizos de rastreo. La estatua ya no puede ser rastreada, ni siquiera a través del plano astral.
– Vaya, bien hecho. – Dijo Zelgadiss, y sonaba impresionado.
– Gracias.
“¿Qué esperaba? Jo, la gente no tiene ninguna fe en mí.”
– Pero no mostraste nada impresionante durante nuestra batalla.
– Me estaba conteniendo.
– Oh, ¿en serio?
– Sí, en serio.
– No seas tonta. ¿De verdad esperas que yo…? – Entonces todo encajó en su mente –. Ah, ya veo. ¿Estás en esos días del mes?
– ¡Vete a la mierda! – Me puse totalmente colorada. ¿Es que llevo un cartel que diga “tengo el periodo, por favor, vamos a hablar del tema”?
– Bueno, sea como sea, tenemos que mantenerte viva hasta que venga tu compañero, – dijo –. Zolf, haz lo que quieras con ella, pero no la mates.
“¿Haz lo que quieras con ella?”
Zolf sonrió, y mi estómago se retorció.
“Vaya…esto va cada vez mejor.”
– Corazoncito, – susurró Zolf que le puso la piel de gallina a mi piel de gallina –. Creo que ya hemos dejado claro que me debes tu vida, y pretendo cobrarte el favor. Dicho eso, ¿por dónde empezamos…? – Entonces me miró de arriba abajo.
“Genial, es un psicópata. ¿Qué he hecho yo para cruzarme con estos tíos…?”
– Señor Zolf…
– ¿Sí? – dijo casi en un ronroneo, contento con mi repentino respeto…
– Sólo… sólo quiero… – Susurré, mirándole con ojos tiernos.
– Si vas a suplicar que te perdone, puedes ir olvidándolo.
– No es eso, – dije, bajando la voz aún más –. Sólo quiero decirle que pienso que usted…
– ¿El qué? ¡Habla más fuerte!
– Es que me da vergüenza, – susurré –. Soy joven y no tengo mucha experiencia con los hombres. Sólo quiero decir que pienso que…
– ¿El qué? ¿Piensas que soy guapo? – Se acercó más para oírme mejor.
– No vales un pimiento. – Dije con voz tan clara como pude.
“Te pillé. Capullo.”
Todos en la habitación estallaron entonces en carcajadas. Todos menos Zolf, claro. Zelgadiss trató de ocultarlo tapándose la boca con la mano, pero sus hombros temblorosos le delataron. ¿Qué puedo decir? Tengo chispa.
Yo no me estaba riendo de mi propia broma porque eso no queda bien. Aunque también porque, con o sin la broma, seguía colgando, y Zolf tenía las de ganar. Esperaba que explotase de rabia, pero se limitó a mirarme mal, lo que no era buena señal.
“Vale, ahora me está dando miedo.”
Hubo una larga e incómoda pausa después de que los demás dejasen de reírse. Al fin, Zolf sonrió.
– Dilgear… – Dijo al trol/lobo/hombre/matón.
– ¿Sí, Zolf? – Respondió Dilgear.
– Viólala.
– ¡¿QUÉEEEE?!
Todo el mundo se giró para ver de dónde venía el grito. Y venía de Dilgear. El… cosa-lobo parecía estar más asqueado de la proposición que yo misma.
“Genial, justo lo que necesita el ego de una chica.”
– ¡Por favor, dime que estás de broma! – Sonaba como si fuese a vomitar.
– ¿Qué? Si nunca bromeo. Hablo en serio. – Respondió Zolf, molesto.
– Pero… ¡es una humana! ¡Y está plana! Y encima es una cría, Zolf. No está… desarrollada, ¿sabes lo que quiero decir? Ya sabes, como una mujer… mujer, ¿me entiendes? Si fuese una sexy cíclope, o… ¡ah! ¿Recuerdas aquella goblin que nos encontramos aquella vez? ¿Te acuerdas? Eso sí que era una mujer. Vamos, que las tenía bien grandes, ¿verdad? No como…
“Venga ya… matadme y acabemos de una vez.”
– Zolf, – dijo Zelgadiss –. Creo que Dilgear preferiría no ayudarte con algo así.
Un hombre humano tendría una reacción similar ante la idea de besar a una chica lobo, ¿verdad? Quiero decir, a no ser que le vayan cosas raras como cuerpos peludos y cosas así. Es decir, no soy yo a la que está rechazando, sino a mi género. No es culpa mía que no le vayan las mujeres que no sean de su especie. Uy, espera, las goblins tampoco son de su especie…
– ¡Hmph! ¡Entonces tú, Noonsa! – Dijo Zolf mientras apuntaba al hombre pez –.
¡Te toca violarla!
– ¿Yo? – Preguntó. Era muy raro el ver a un pez hablando.
– ¡Viólala!
– ¿Quieres que procree con una chica humana?
– ¡Sí, viólala! Qué si no crees que… da igual, prefiero no saberlo, ¡ve y viólala! La falta de entusiasmo del pez estaba frustrando a Zolf.
– Muy bien.
– Espera… ¡no! – Esta vez era yo la que gritaba. Preferiría que me arrancasen un brazo antes que estrechar si quiera la mano de ese tío. ¿Hacerlo con él? Eso era demasiado horrible.
– ¡Sí! ¡Hazlo! ¡Tú sí que eres un tío de verdad! – Zolf estaba muy emocionado.
Los pies palmeados de Noonsa hacían que cada paso sonase húmedo y esponjoso mientras se deslizaba hacia mí.
– ¡No! ¡Aléjate de mí! ¡No lo hagas!
– Tienes mucha suerte, chica humana. – Dijo Noonsa con toda sinceridad –. Yo era muy popular en mi escuela, el más guapo y el más listo… – Dijo mientras sus bigotes de pez serpenteaban.
– ¡Venga ya! ¿En serio? ¿Pero a qué escuela ibas tú?
– ¡Grita! ¡Llora! ¡Suplica que te perdone! ¡Sufre como yo he sufrido! – Estaba claro que Zolf estaba disfrutando.
“Oh, Dios…”
Nunca se acercó aún más.
– Entonces… – Su voz tenía un tono muy particular. Yo tenía demasiado miedo para decir nada –. Pon los huevos.
Nadie entendió exactamente lo que Noonsa quería decir. O quizás no querían entenderlo, teniendo en cuenta que podía ser algo bastante nauseabundo.
– ¿Hay algún problema? – Preguntó el hombre pez.
– Um… – murmuró Dilgear –. Noonsa, ¿qué es esa tontería de los huevos? El hombre pez movió uno de sus ojos para mirarle.
– No se puede procrear sin huevos. – Dijo, como si fuese algo evidente.
– Ah, claro, – dijo Zelgadiss golpeando la palma de su mano con el puño, al llegar a una conclusión –. Seguramente ellos procreen de otra manera, distinta a la nuestra.
Zolf tenía la cara desencajada.
– Noonsa, ¿qué hace tu especie para tener crías? – Preguntó Zelgadiss.
– Las hembras ponen huevos. Los machos fertilizan los huevos. Entonces, unos cincuenta días después, nacen las crías.
“Cómo no, ni siquiera sus hembras quieren tocarles.”
– Oh, – dijo Zolf, decepcionado –. ¿No podrías haberlo dicho antes?
– ¿Decir antes el qué? – Preguntó Noonsa, sin entenderle.
– Bueno, déjalo. – Dijo Zolf tratando de cambiar de tema.
– Zolf, vas a tener que hacerlo tú, o Rodimus, que sois humanos.
– Para empezar, eso no sería suficientemente desagradable. Y yo estoy herido, no puedo hacerlo. – Respondió Zolf.
– Además Rodimus era un caballero, no va a hacerle pasar por eso a una joven por mucho que se lo ordene. No le gusta ver sufrir a los niños o a las mujeres, por eso no está aquí con nosotros. – Explicó Zelgadiss.
“Rodimus tiene que ser aquel viejo.”
– He sufrido mucho por su culpa, y pienso vengarme. – Lloriqueó Zolf.
– Creo que es mejor que lo dejes estar, Zolf. – Sugirió Zelgadiss.
– No, aún no. – Dijo, y entonces su mirada se fijó en Zelgadiss.
– Zolf, – Dijo su jefe dispuesto a poner fin a la discusión –. No tengo ningún interés en hacer llorar a una cría.
– Lo sé, pero… – Zolf estaba casi llorando. Incluso empezó a darme pena.
“Vamos, ¡no llores! Todo va a salir bien. ¡Te vas a poner bien! ¡¿Y cuántas veces tengo que decir que no soy una cría?!”
– No me queda otra opción…
“Parece que Zolf se está resignando por fin”
– Voy a tener que ocuparme yo mismo.
“O quizá no.”
– Bueno, entonces… – Zolf rebuscó en su bolsillo y sacó un pañuelo enorme.
– ¡¿P–para qué es eso?! – Pregunté, nerviosa.
Zolf caminó a mi alrededor hasta ponerse tras de mí, donde no podía verle.
– ¡Esto es para las crías que no saben cuando cerrar el pico! – Dijo, y entonces me metió el pañuelo en la boca.
– ¡Ja ja! – Exclamó mientras volvía a colocarse frente a mí –. Ya no eres tan ingeniosa, ¿verdad? Bueno, empecemos. – Su boca se convirtió en una desagradable sonrisa, y comenzó –. Eres una enana.
– ¡Mmrmfph!
– Y una vaca.
– ¡Mmmrugmf!
– Una vaca enana y tetiplana… y narcisista –. Estaba claro que se estaba divirtiendo. Cada insulto… cada frase… la pronunciaba como si le supiera a gloria, saboreándola como si fuese dulce miel –. Eres una arpía. Tus ojos son demasiado grandes para tu cara, qué pinta más rara. – Y seguía y seguía…
“¡Cómo se atreve! ¡Si no tuviese esto en la boca se iba a enterar! ¡Pero si está lleno de defectos! Para empezar es un viejo rarito que se obsesiona con cualquier tontería de nada. ¡Dejando al margen el tema de las vendas (¡Dios sabrá lo que habrá debajo!), es patizambo y tiene pies de niña raquítica! ¡¿De qué va insultándome por mi cuerpo?!”
– Creo que con eso basta, – Dijo Zelgadiss, como si se estuviera aburriendo –.
¿Cuánto tiempo más piensas seguir comportándote como un crío?
– Hasta que me haya desquitado. – Dijo Zolf mientras su cara se ponía roja.
– ¡Mmrpf! ¡Zzommmomf! ¡Mm gzontu pptu mdr! – No podía soportar más. Intentaba decirle que iba a matarle en cuanto tuviese la oportunidad, pero no podía hacerme entender con ese pañuelo en la boca.
– ¡¿Qué tal te sienta el sentirte tan impotente?! ¡Jajajajaja!
“Un día haré que te comas tus propias palabras.”
Después de un rato Zolf se cansó, y se marchó con los demás a por comida y hacer los preparativos para la noche. El Sol recorrió el cuelo hasta que sólo quedó unos pocos rayos rojizos que pasaban a través de las ventanas rotas. Entonces esa luz también desapareció, dejándome en total oscuridad, a excepción del brillo de las estrellas. Me dolían las muñecas y la mandíbula, además estaba muy, muy cansada. Aún así, de alguna manera, conseguí quedarme dormida.
Me desperté sobresaltada. Alguien había entrado en la sala.
– Silencio… – Susurró Zelgadiss.
“¿Por qué iba Zelgadiss a entrar a hurtadillas? ¿No era el jefe…?”
Aún tenía el pañuelo en la boca, así que no me quedaba otro remedio que guardar silencio y esperar, sin entender lo que ocurría.
Un resplandor blanco cruzó por encima de mi cabeza y caí al suelo.
“Ay.”
– Tu espada y tu capa.
“¿Eh”
Zelgadiss sacó el pañuelo de mi boca. No había duda, eran mi arma y mi capa.
– ¿Por qué?
– No hay tiempo para explicaciones. ¿Quieres escapar o no? Asentí en silencio y cogí mis cosas.
– Sígueme.
Caminé tras Zelgadiss tan en silencio como pude. Se me pasó por la cabeza la idea de que podía ser una trampa, pero incluso eso era mejor que seguir colgando del techo a merced de Zolf.
Fuera, la luz de la luna se filtraba a través de las nubes, iluminando a duras penas el oscuro y profundo bosque que rodeaba el edificio. Había un camino de piedra que llevaba hasta el bosque desde el templo.
– ¡Rápido! – Dijo Zelgadiss.
– Espera… – Dije, dudando.
Esto era demasiado bueno para ser verdad, y siempre he pensado que si algo parece demasiado bueno para ser verdad, es que no es verdad.
– La situación ha cambiado, – dijo, con prisa –. ¡Tenemos que irnos ahora!
– De acuerdo. – Dije, tomando la decisión de confiar en él, por ahora. Corrimos por el camino que llevaba hasta el bosque.
Entonces… nos paramos.
Algo de color escarlata salió de la oscuridad, bloqueando el camino.
–Rezo. – Murmuró Zelgadiss.
El Sacerdote Rojo estaba ante nosotros.
– ¿Qué crees que estás haciendo exactamente, Zelgadiss? – Preguntó Rezo –. Has seguido mis órdenes al pie de la letra hasta ahora… pero, ¿esto? Esto es traición.
– ¡Entonces soy un traidor! – Gritó Zelgadiss. Su voz sonaba desesperada. Estaba claro que tenía miedo –. ¡No puedo seguir haciendo esto!
– Oh, ¿se trata de eso? – Respondió Rezo con calma –. Siento mucho que pienses eso. – Parecía una persona totalmente diferente a la que había conocido en nuestro primer encuentro, y no conseguía ver sus intenciones –. Entonces, ¿te has vuelto en mi contra?
¿Has olvidado que yo te creé? Te bendije con mi poder…
“Q… ¿qué ha dicho?”
– ¿Qué me bendijiste? – Estalló Zelgadiss –. Admito, lord Rezo, que deseaba tener poder. ¡Pero nunca pedí ser transformado en una quimera! Nunca quise… esto.
– Uno debe de estar dispuesto a hacer sacrificios, mi pequeña mascota. Te di lo que querías, de la forma más directa posible. Si tenías otra cosa en mente, deberías haberlo dicho antes. Sea como sea, no toleraré una insubordinación. Esto se acaba ahora.
Zelgadiss soltó un gruñido. Moviéndose de repente, se puso tras de mi y agarró.
– ¡Oye! ¿Pero qué…? – En esa postura, empezamos a correr hacia delante. Rezo sonreía, entretenido.
– ¿Intentas usar a esa chica como escudo? ¿Crees que tengo algún reparo en dañarle para acabar contigo?
– ¡Para nada! – Respondió Zelgadiss con voz temblorosa, estaba compensando el miedo que sentía subiendo el volumen de su voz… gritando justo al lado de mi oído –. Usarle como escudo no me ayudaría demasiado, por eso es por lo que no es mi escudo…
Entonces me levantó más aún.
“Oh… no… ¡no se atreverá!”
– ¡Yaaaaah!
– ¡…Es mi flecha!
“¡Pues sí que se ha atrevido!”
¡Zelgadiss lanzó mi cuerpo contra Rezo como quien lanza una pesa en una competición de forzudos! Aunque me precipitaba por el aire hacia un golpe seguro, tenía que reconocer que era una estrategia impresionante.
Rezo estaba sorprendido, obviamente, pero consiguió esquivarme, y entonces me di cuenta de que iba derecha hacia un árbol. Agité mis brazos y piernas en un intento inútil de cambiar de dirección o reducir mi velocidad, pero no sirvió de nada.
Me di contra el árbol con un fuerte “splat”, producido por mi cara al golpear el tronco, con los brazos y las piernas a cada lado, como si estuviese abrazando el árbol.
– Soy un Koala… – exclamé en un intento de mitigar el dolor con humor.
– ¡No tenemos tiempo para chistes malos! – Dijo Zelgadiss mientras se acercaba al árbol y me apartaba del tronco. Usando a cierta hechicera voladora como distracción, había conseguido esquivar a Rezo. Entonces una serie de Fire Balls estalló a nuestra espalda.
– Eso debería darnos tiempo suficiente para librarnos de él.
– ¡Con cuidado! – Grité mientras Zelgadiss me cargaba a su hombro y salía corriendo a toda pastilla.
– ¡Ya te quejarás luego! – Contestó, lanzando aún más Fire Balls mientras corríamos hacia la oscuridad.
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