Kimi to Boku no Saigo no Senjo, Aruiha Sekai ga Hajimaru Seisen

Volumen 7

Interludio: Nuestra Última Batalla O La Noche De Las Lágrimas Derramadas

 

 

Hace treinta años y algunos meses, Salinger había sido su único contrincante.

Frente a él, con los brazos abiertos, se encontraba una descendiente de la Fundadora, una hermosa muchacha, a la que llamaba Mira, su mayor archienemigo.

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―Salinger, estás hecho de músculos. Supongo que esa es la razón por la que careces de cerebro.

―……

―Cualquier persona normal no saldría de eso con el mismo aspecto. No después de una ráfaga de mi poder astral.

En un gigantesco prado de una reserva natural, Salinger estaba tumbado de espaldas, sangrando abundantemente sobre la hierba y siendo abordado por una chica de pelo dorado. Ella sostenía unos cuchillos brutalmente grandes en cada una de sus manos. Su pelo, que le llegaba hasta los hombros, se agitaba con el viento. Su paso era tan preciso como un motor. Mientras caminaba, sus ojos no mostraban ninguna emoción, como una máquina.

―Eres un delincuente que ha robado más de cien poderes astrales en nuestra Soberanía. De hecho, también intentas robar el mío. Lo más apropiado sería ejecutarte en el acto.

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―……

―Pero ya tengo mi dosis de adrenalina, así que supongo que te permitiré vivir. Mientras seas mi sparring ―dijo mientras se lamía un rasguño en el hombro en lugar de desinfectarse.

Estaba prácticamente desquiciada. Ni siquiera su ropa era el atuendo habitual del ejército astral, sino un top que sólo le cubría el pecho. El rectángulo más pequeño de tela necesario para hacer una falda se enrollaba alrededor de sus caderas.

Empezó a quitarse esas cosas que apenas servían de ropa justo delante de Salinger.

―Voy a lavarme todo este sudor en el agua de ahí atrás. Si vuelvo a palacio empapada de sangre y suciedad, preocuparé a los vasallos. ¿Y tú? Parece que no te gusta estar sucio.

―…¿Quién…se bañaría…contigo…?

Antes de que terminara, los cuchillos casi le rozaron la cara donde estaba tumbado, aún inmóvil. Técnicamente, se llevaron una capa de su piel con ellos.

―Entonces, guarda mis cuchillos por mí. Son costumbre, ya sabes.

No llevaba ni un hilo de ropa. Incluso con un hombre delante de ella.

De unos catorce o quince años, no parecía avergonzarse de mostrar su hermosa piel en lo más mínimo. Tampoco era elegante en lo más mínimo.

¿Era realmente parte de la familia real? ¿Era la candidata a ser la próxima reina?

Cualquiera lo habría dudado. Pero si la hubieran visto en la batalla, esas dudas se habrían disipado en segundos.

Después de todo, era la candidata a reina más fuerte de la historia: Mirabella Lou Nebulis IIX.

―Salinger, ¿cómo has podido dejar que te supere?

―Salinger, eres muy brusco con tu poder astral.

―Salinger, ¿es realmente el mejor ataque furtivo que se te ha ocurrido?

Mirabella no lo recibió con lástima, sino con desprecio.

Cuando él se derrumbaba, hecho un lío sangriento, después de luchar contra la princesa conocida como autómata de guerra, ella fijó una mirada fría en su compañero de combate.

Luego, un día, cambió por completo.

La Soberanía de Nebulis. Estado central.

Salinger podía robar poderes astrales. Famoso por sus habilidades, había estado deambulando por la ciudad de incógnito y había comprado su comida en una tienda de alimentos a granel. Iba de regreso a su base de operaciones.

Estaba reflexionando sobre cómo desafiaría a su oponente la próxima vez.

―Oh…

A mediodía en la intersección… una chica se detuvo en su camino.

―¿Salinger?

―…¡Tú…!

Mientras Salinger merodeaba por la ciudad, la princesa Mirabella descubrió su disfraz mientras caminaba con su propio camuflaje.

―Nunca pensé que nos encontraríamos en un lugar como éste…

Todavía no se había curado. ¿Pero qué importaba eso? La batalla comenzaría en cuanto se cruzaran. Ese era el acuerdo tácito entre ellos.





Al menos… se suponía que ese era el acuerdo.

―¡Ah… jajajajajajajajajajajajajaja!

No podía imaginarse que su archienemigo empezaría a reírse a carcajadas, agarrándose el estómago y doblándose.

―¡Ah-jajajajaja! ¿Qué estás haciendo, Salinger? ¿Estabas… planeando hacerme morir de risa? ¡Ah-jajajajajaja!

―…¿Qué me dijiste?

―¡Quiero decir que tú –“el Salinger”- te paseas con una bolsa de compras del supermercado! ¡Y pensar que te mezclabas con la gente normal, revisando verduras y carnes y haciendo cola en la caja registradora!

―……

Ahora que ella lo había dicho… Salinger recordó que, de hecho, llevaba bolsas de compras en ambas manos.

―Sólo imaginarme al mismo altanero que tiene el descaro de decirme, “Mira, hoy es el día en que te haré arrodillar ante mí”, haciendo cola con las amas de casa en la caja registradora del supermercado… ¡Ah-jajajajajajajajajajajaja! ¡No puedo soportarlo! Tú ganas.

No pudo contenerse, lanzando su cuerpo hacia abajo para rodar por el suelo. No le importó que estuviera en medio de una intersección a plena luz del día ni que la gente que pasaba por allí la estuviera mirando.

―¡Qué plan más espantoso! No puedo creerlo, ¡me has incapacitado!

―…Mira.

―¡Y hasta tienes una pegatina de oferta en tu paquete de carne! ¡Supongo que habrás tenido un combate heroico contra esas amas de casa por ello!

―¡Cállate!

Se le habían llenado los ojos de lágrimas al ver la pegatina del precio de oferta a través de la bolsa translúcida del supermercado.

Por cierto, la pegatina había sido una coincidencia. Salinger no había pensado mucho en ella cuando la había cogido. Simplemente había tenido el desafortunado destino de ser un artículo de oferta.

―…Tsk ―Empezó a alejarse. Había perdido las ganas de luchar con la chica rodando por el suelo, riendo.


Además, atraer tantas miradas seguro que traería a la policía militar.

―Oh, por favor, espera ―Siguiéndolo por detrás estaba nada menos que la propia chica―. Supongo que este tipo de cosas fortuitas ocurren. Entonces,

¿tenemos una tregua hoy?

―Cierra el pico. Considera tu vida perdonada ―le espetó.

— De acuerdo. Estuve muy cerca de morirme de risa.

―……

―¡Oye, espera! ¿Podrías mantener en secreto de la familia real que estuve merodeando por la ciudad?

―…¿Qué?

Para empezar, nunca tuvo la intención de decírselo a nadie. Si se hubiera acercado al palacio real, el ejército astral le habría apuntado con sus armas.

―Tuve problemas con una secretaria por quedarme dormida durante una reunión. Estaba tan molesta que salí furiosa del palacio. Ese es mi modus operandi, supongo.

―…¿Lo hiciste? ―Miró con dureza a la chica que era más de media cabeza más baja que él.

―Una conferencia es un lugar diseñado para tomar siestas. Mi deber es luchar, así que necesito dormir un poco durante las reuniones para recuperar fuerzas después de ir al campo de batalla.

Esto fue inesperado.

Él la veía como una autómata de guerra ensangrentada y pensaba en ella como la espantosa berserker del frente de batalla. Él supuso que ella cumpliría perfectamente con sus deberes de princesa. Precisa como una máquina. Indiferente como una, también.

¿Pero se quedaba dormida durante las reuniones? ¿Y se enfurruñó y salió corriendo después de ser regañada por sus asistentes?

―Es como si fueras humana.

―No entiendo lo que dices, pero cuento contigo para guardar el secreto.

Luego se fue. Sus pasos fueron silenciosos como siempre. No había nadie que hubiera sido tan rápido en darle la espalda como ella.

―…¿Un autómata de guerra puede reír?

Fue la primera vez que la vio hacer eso.

La chica no dejaba que se le moviera ni una ceja cuando estaba bañada con la sangre de Salinger. Sin embargo, ahora mismo se había reído tanto que su cara se había arrugado. Y sobre todo… había estado muy guapa mientras lo hacía.

A él le había parecido que su rostro era más bien proporcionado, como el de una bonita muñeca. No había percibido ningún encanto humano en ella antes.

―Tsk ―Chasqueó la lengua de nuevo y se apresuró a seguir.

Se quedó cautivado por ella. Salinger dio un puñetazo a la pared frente a sus ojos, como si eso fuera a cambiar su realidad.


―Sólo por hoy. No creas que te pasaré por alto la próxima vez.

***

 

 

Se suponía que era un duelo a vida o muerte.

Salinger desafiaría a Mira para robarle su poder astral, y ella lo haría retroceder. Incluso después de haberse encontrado en las calles, eso no había cambiado.

Entonces, ¿desde cuándo las cosas se habían vuelto diferentes?

¿Cuándo había empezado a  valorar esos momentos en los que luchaban?

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¿Cuándo empezó a desear de verdad que esta relación continuara para siempre?

Todo cambió hace treinta años, durante el intento de matar a Nebulis VII.

Salinger se había visto envuelto en un peculiar complot. Mientras perseguía al culpable implicado en ese plan, se había enterado del intento de golpe de estado contra la reina.

Pero había dos objetivos.

―¿Me estás diciendo que van tras la reina y… la candidata con más posibilidades de ganar el cónclave, Mirabella…?

Alguien estaba tras la vida de la princesa Mira.

Y ese alguien era otro descendiente de la Fundadora.

―…Una batalla entre sangres. Patético, todos ustedes. ¡¿Quién les ha dado permiso para ponerle la mano encima a mi chica?!

Guiado por una emoción desconocida, Salinger se dirigió directamente al Palacio de la Reina.

Mira era más fuerte que cualquiera que él conociera. Sin embargo, todos los descendientes de la Fundadora eran muy poderosos, y cualquier complot que implicara un golpe de estado sería a gran escala. Si lanzaran un ataque sorpresa, incluso Mira estaría en peligro.

-Alguien…

-Alguien tiene que luchar a su lado.

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―No tengas una idea equivocada, Mira. No es porque sienta pena por ti. Lo hago por mí.

Eso fue lo que se dijo a sí mismo.

Y cuando se coló en el Palacio de la Reina, Salinger fue testigo de algo… La Reina Nebulis VII se había desplomado en el suelo.

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―…No.

Había llegado demasiado tarde. Alguien se había enterado de los detalles del golpe… y el cerebro se había apresurado a llevar a cabo su plan.

Salinger había llegado demasiado tarde. Y fue entonces cuando vio al monstruo que había atacado a la reina.

―¡¿Qué es esa bestia?!

Era alguien de una de las líneas de sangre reales: los Hydra. Vio a uno de ellos transformarse en un monstruo ante sus propios ojos.

Sujeto de prueba F.

Una bruja mutante había empezado a atacarlo, emanando una fuerza que no podía describir. Su lucha duró minutos, pero cada segundo parecía una hora mientras se enfrentaba a la más dura lucha por su vida.

―¡¿Salinger?!

Cuando la bruja mutante hubo escapado de sus garras, lo único que quedaba en la habitación era la reina y Salinger… y Mira, que había llegado corriendo al lugar.

―Su Majestad…

La reina, colapsada, y Salinger.

Basándose en lo que estaba viendo, Mira sólo pudo asumir que se había colado en el palacio para robar el poder astral de la reina.

―¡Salingeeer!

Por primera vez en su vida, le gruñó. La princesa, una autómata guerrera, estaba experimentando la nueva sensación de rabia pura y desenfrenada.

―…¡¿Atacaste a la reina?!

―……

―¡Respóndeme!

Si Salinger le hubiera dicho la verdad, la historia habría cambiado de rumbo.

Pero no fue capaz de hacerlo. Era demasiado orgulloso para decírselo e inmolarse pidiendo perdón.

Por favor, créeme. No podía imaginarse permitiéndose ser tan desafortunado como para ofrecerle una explicación.

Mirabella no podía creerle cuando seguía callando, por su posición y dignidad de princesa.

Entre los dos estaban el estatus y la moral. Ahí fue donde se despidieron.

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Ella rompió en sollozos. Mientras lloraba, sacó una espada y se abalanzó sobre él.

―¡Salinger! ¡¿Por qué has hecho algo así?! ¡¿Qué te obligó a hacer esto?!

―…Mira.

―Te consideraba mi archirrival, el único. Me gustaba estar contigo, incluso como adversarios. Quería pasar más tiempo contigo. ¿Por qué has profanado nuestro tiempo juntos?

Ya no eran rivales. Salinger era un delincuente por haber herido a la reina, y Mirabella era el juez y el verdugo. Su relación se convirtió en una de bien contra mal.


―…¡Nunca quise luchar contra ti en este estado de caos emocional!

Al final de su batalla, Salinger fue capturado y enviado a la aguja de la prisión de Orelgan en el decimotercer estado. Se le acusó de ser el hechicero diabólico que invadió el palacio real para robar el poder astral de la reina.

No tenía intención de contarle la verdad. En primer lugar, nunca había querido involucrarse en las disputas de la familia real. A Salinger no le importaba si la administración actual se hundía y acababa en manos de los Hydra.

Sólo le importaba ella. Y había perdido su confianza. Eso era todo lo que había pasado.

El actor principal del pasado -Salinger- observó en silencio la escena que se desarrollaba debajo de él… mientras Iska el Sucesor de Black Steel y Alice la Bruja de la Calamidad Helada se acercaban al mismo destino.

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