Saihate No Paladin (NL)

Volumen 3.1: El Señor de las Montañas de Rubín

Capitulo 2: Fuerte Golpe

Parte 3

 

 

“Me disculpo por la repentina visita.”

“En absoluto. Gracias por venir.”

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Estaba en la sala de una de las mansiones más grandes en Villa Enana. Aquellas primeras palabras solemnes habían venido de un digno enano con una lisa calvicie y una barba gris acero perfectamente trenzada. Era Agnarr, el enano con más influencia en esta ciudad.

Junto a él había un viejo y huesudo enano con un lustroso cabello blanco. No lo reconocí. Mi primer pensamiento fue que sus ojos parecían muy cansados.

“Este es Grendir. Él representa a los migrantes que se mudaron a esta ciudad recientemente y también es mi tío abuelo.”

“Un placer.” Siendo breve, inclinó su cabeza hacia mí.

“Mi nombre es William. Su Excelencia Ethelbald, Duque de Southmark, me confió el gobierno de Beast Woods.” Coloqué mi mano derecha sobre mi corazón, deslicé hacia atrás ligeramente mi pie izquierdo y me incliné hacia él en respuesta. Si representaba a un grupo entero, no podía permitirme tratarlo a la ligera.

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Grendir respondió con el mismo gesto, realizado con una fluidez increíble. ¿Significaba eso que conocía la vieja etiqueta? Si así fuera—

“Por favor, siéntese.” Mis pensamientos fueron interrumpidos por Agnarr ofreciéndome el asiento que estaba reservado para los invitados más importantes.

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“Muchas gracias.” Dada mi posición, no pude rechazar esto, así que suprimí el impulso de ser educado y me senté.

Al poco tiempo, la esposa de Agnarr trajo algo de té.

Hay muchas historias sobre las mujeres enanas. Algunos dicen que son hermosas y parecidas a las hadas, mientras que otros no están de acuerdo y dicen que son increíblemente gruesas y musculosas y tienen barbas. Pero yo había aprendido de conocerlas personalmente que la respuesta correcta era “todo lo anterior”.

En su juventud, las mujeres enanas eran solo un poco regordetas y hermosas como los espíritus del bosque. Pero tal vez porque no les importaba mucho su apariencia, una vez que se casaban, su aspecto rápidamente se convertía en el de señoras bruscas de mediana edad. Y los enanos no estaban muy preocupados por el cambio.

Además de eso, parecía ser parte de la cultura enana el ocultar a sus mujeres de los forasteros y no dejarlas salir en público. Sospeché que los vistazos fortuitos de las mujeres enanas habían sido la única fuente de información de los forasteros, dando como resultado historias extremas de que todas ellas eran como las hadas o tenían barba.

En cuanto a si la esposa de Agnarr caía en la categoría de hadas o barbudas, me niego a comentar.

Tomé un sorbo de mi té de hierbas y pensé en cómo debería proceder. El tema del País de Hierro era uno cercano a sus corazones, así que en lugar de preguntar sobre ello de inmediato, pensé que sería mejor tener una pequeña charla amistosa de antemano para romper el hielo.

Tomando el aroma único y el sabor amargo del té de hierbas, fui con una pregunta segura. “Entonces, Grendir, ¿por qué tú y tu grupo vinieron aquí?”

“A morir.”

Obtuve una terrible respuesta, y tuve un ataque de tos, casi escupiendo mi té. “Ejem. Lo siento.”

“Grendir, lo asustarás siendo tan brusco”, dijo Agnarr, reprochándole ligeramente.

Grendir hizo una cara apenada y se quedó callado un rato. Me senté erguido y esperé por él.

Pasó algún tiempo recogiendo sus pensamientos, y luego comenzó a hablar en una voz serena. “No tenemos mucho tiempo por delante. Es nuestro deseo morir mirando a nuestra tierra natal.”

“Sir William, para su información, Grendir es un sobreviviente de las montañas al oeste.”

Ahora las cosas tenían un poco más de sentido. Imaginé que una vez envejecido y mis últimos días se acercaran, me gustaría morir mirando la colina donde estaba el templo.

“Las montañas de nuestro antiguo hogar ya no son nuestras, y la tierra en la base de la montaña se había transformado en un bosque lleno de bestias. Pero después de escuchar los rumores de que un héroe había recuperado esa tierra…”

Pero eso no significaba que entendiera todo lo que Grendir estaba sintiendo. Me preguntaba cuán poderosos tenían que ser esos sentimientos.

“Mirando desde lejos a nuestra amada cordillera, soñando que un día nuestro antiguo hogar será recuperado. Si puedo morir así, qué feliz sería… Todos compartimos esos mismos sentimientos, y vinimos aquí como compañeros de pensamiento similar.”

¿Cuán triste debe ser que no hayan podido regresar a su tierra natal por mucho que lo desearan?

¿Cuánta frustración deben sentir que su hogar les fuera robado y que nunca pudieron recuperarlo?

¿Cuánto deben haber pasado para llegar a este punto, donde podrían llegar a decir que estarían felices de morir viendo de lejos el lugar que una vez fue su hogar?

“Haremos cualquier trabajo que nos pida. Por favor, por más problemático que sea, por favor permítanos quedarnos en algún rincón de la ciudad.”

No podía entender realmente cómo se sentía. Pero por esa misma razón, como la persona a cargo de Torch Port, sentí como si tuviera el deber de hacer una declaración de intención y responsabilidad.

“Por favor, no te preocupes. Haré todo lo que pueda.” Sostuve una de las manos de Grendir con mis dos manos, lo miré a los ojos, puse sentimiento en mis palabras, y esperé firmemente que él lo entendería. “Yo los protegeré de la injusticia.”

“Ohh…” Su mano tembló. Mis ojos se movieron hacia ella por un momento, y cuando lo miré de nuevo, vi que tenía lágrimas cayendo por sus mejillas. Agarró su mano temblorosa y dijo dos palabras, una y otra vez. “Gracias… Gracias…”

***

 

 

Hace doscientos años, los famosos salones de piedra conocidos como el País de Hierro tenían un monarca. Delgado y de baja estatura, era un señor pensativo de pocas palabras que prefería el arte del lenguaje al de la lucha. Él fue el último gobernante del País de Hierro, y su nombre era Aurvangr.


Había heredado el país del monarca precedente y gobernó el reino adecuadamente, pero se decía que los guerreros de allí lamentaban el hecho de que su nuevo rey era amado no por Blaze, dios del fuego, sino por el dios del conocimiento, Enlight.

En cuanto al pueblo, no les disgustaba su monarca. Trataba tanto a los que podían luchar como a los que no podían de igual forma y no hacía distinciones entre ellos. Comprendía muy bien los sentimientos de aquellos que no eran guerreros.

Los guerreros, sin embargo, no estaban contentos con el hecho de que ellos, que estaban en el frente en constante peligro y estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, fueran tratados igual que los que no lo eran.

Lamentaban furiosamente a su monarca mientras bebían sus bebidas, gritando con indignación con los puños levantados que él los tomaba demasiado a la ligera y que su nombre era la única parte de él que era mínimamente viril o grande.

La única respuesta que el monarca Aurvangr había dado a estas quejas y voces enojadas fue una risa nerviosa.

Aunque había una pequeña cantidad de disentimiento, el reino fue gobernado bien en general. Fue un momento de paz. El reino gozaba de prosperidad y estaba lleno de felicidad, y aunque había pequeñas desgracias, siempre había gente que podía darse el lujo de prestar una mano. Nadie terminaba sus vidas al lado del camino, enojado, sufriendo, y resintiendo al mundo.

Pero llegó la tormenta.

Fue una catástrofe, una invasión por parte de los demonios del infierno. Los países sureños más famosos de la Era de la Unión cayeron uno tras otro, reducidos a cenizas, y las fuerzas demoníacas se acercaron al País de Hierro.

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Aunque existían numerosos títulos para referirse a ese rey de demonios, no había nadie que supiera su verdadero nombre.

Se le llamó el Demonio de la Espada Inmortal, el Rey entre Reyes. El Mal Purísimo, la Oscuridad Inagotable, el Jinete de las Tormentas de Guerra, el Carcajeante…

El Gran Rey de los Eternos.

Su derrota estaba fuera de cuestionamiento. Los reinos sureños de Southmark habían sido conocidos como países poderosos capaces de permanecer como la primera línea de defensa contra las fuerzas del mal, y el Gran Rey los había derribado con la misma facilidad que desgarrar un delgado papel.

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¿Cuántos días podrían durar contra tal enemigo, incluso en los salones subterráneos de las famosas Montañas de Hierro?

Además, según los últimos informes, había dragones ancestrales entre las fuerzas del Gran Rey, y esta noticia había vuelto a todos los guerreros pálidos y sin habla. Fue en ese momento que un mensajero vino de los demonios.

“¿Quieren servir al Gran Rey?” dijo el demonio.

Explicó que al Gran Rey le gustaban las espadas, y que él podía hacer sus propias fuerzas, pero no armas. Entonces, les hizo una oferta, diciendo que iban a dejar en paz las Montañas de Hierro si podían servirle al Gran Rey con la habilidad de sus artesanos.

Sugirió que, si los guerreros existían para proteger a la gente, aceptar su oferta sería la opción correcta.

Diciendo que escucharía la respuesta en tres días, el demonio se marchó, dejando a los enanos con una mirada amarga en sus rostros.

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Un explosivo debate siguió. Una orden de silencio fue emitida, pero el rumor del mensaje del demonio se extendió en poco tiempo, y pronto todo el mundo habló de ello. De hecho, empujarlos al caos podría haber sido solo otra parte del plan del demonio.

Solo el monarca guardó silencio.

Los enanos eran un pueblo insular para empezar, y algunos de ellos dijeron que si la única diferencia iba a ser a quién vendían sus armas, no veían el problema. Las madres con infantes hicieron súplicas también, diciendo que sus hijos morirían si fueran arrastrados a una guerra.

Solo el monarca guardó silencio.

Por supuesto, también había mucha gente que insistió en que no se podía confiar en los demonios y que debían luchar hasta la muerte. Pero cuando se trataba de cómo luchar contra ellos, todos tenían una opinión diferente y no se pudo alcanzar ninguna conclusión.


Todo el mundo estaba en caos, y todo el mundo estaba sensible, gritando, y lamentándose. Incluso había derramamiento de sangre. Nadie sabía qué hacer.

Solo el monarca, como siempre, guardó silencio.


Y llegó el día, con los vasallos del silencioso monarca incapaces de decidir algo. Fue entonces cuando Aurvangr habló por primera vez.

“Voy a decidir”, dijo, y se puso delante del demonio que había regresado para escuchar su respuesta.

“¿Y cuál es tu respuesta?” dijo el demonio.

“Esta.” Aurvangr desenfundó su espada y cortó el cuello del demonio con una gran velocidad, cortándole la cabeza. El demonio se desplomó con un fuerte golpe.

La espada encantada Calldawn, transmitida en el País de Hierro durante generaciones, brillaba con un brillo perfecto, sin permitir que la sangre del demonio manchara su superficie.

“Este es el acero que querías. El arma que querías. ¡Y lo tendrás!” El pequeño y delgado señor de los enanos alzó la espada al aire.

La gente aplaudía. Los guerreros estaban ahogados en sus lágrimas. Dándose cuenta de que habían juzgado terriblemente a su monarca, se postraron en disculpa y vergüenza por su ignorancia.

Entonces, la cabeza del demonio que yacía en el suelo comenzó a reírse. “El dragón está acercándose.” Era una voz ominosa y ronca, y espuma sanguinolenta se derramaba de su boca mientras hablaba. “¡El dragón se está acercando! ¡El dragón se está acercando! ¡Valacirca! ¡La hoz de la calamidad descenderá sobre ustedes!” El demonio gritó con locura, solo lo blanco de sus ojos era visible. “¡Nadie sobrevivirá!”

Aurvangr pateó la cabeza del demonio y la aplastó. Luego murmuró. “No dejaré que eso suceda.”

***

 

 

 

Los preparativos para la batalla prosiguieron rápidamente. Los guerreros enanos se rodearon de hierro, con cascos, armaduras, hachas y escudos.

“Atraeremos a los demonios del infierno y los mataremos a todos bajo tierra”, declaró el monarca Aurvangr. “Que estos pasadizos subterráneos sean sus tumbas.”

El pueblo y los guerreros obedecieron todas sus palabras, e hicieron los preparativos para matar a los demonios. Pusieron trampas despiadadas y complejos laberintos, preparándose para el asedio de los demonios.

Terminaron en pocos días, y una vez que terminaron, Aurvangr los reunió en el gran salón y les dio una orden.

“Todos los que no son guerreros, y todos los guerreros que son jóvenes e inexpertos: abandonen ahora las Montañas de Hierro.”

Cuando la gente escuchó esto, hubo protestas. Tenían la intención de morir con su monarca. ¿Pensaba en ellos como una carga? Querían que se les permitiera quedarse.

A pesar del estruendo de ira, decepción y suplicas de la multitud, Aurvangr permaneció callado. Permitió a la gente hablar por un tiempo, y una vez que el rugido de la multitud pareció haber disminuido, golpeó el suelo con el extremo de la vaina de Calldawn. El sonido retumbó, y el estruendo se convirtió en un murmullo.

Habiendo encontrado el momento adecuado para continuar, apoyó sus manos en el extremo de la empuñadura de la espada, levantó la cabeza y dijo, “Mi pueblo: voy a morir. Todos los guerreros que se queden probablemente morirán también.”

Todos se quedaron en silencio. Las palabras de Aurvangr fueron las palabras de un moribundo.

“Pero no debemos permitir la muerte del País de Hierro.” Sus palabras estaban llenas de discreta determinación. “Pueblo mío: yo pienso en ustedes como mis propios hijos, y por lo tanto, me desgarra el corazón darles un orden tan egoísta. Pero debo ordenarles esto sin importar qué: ¡vivan!”

El monarca habló sin parar. “¡Incluso si pierden su hogar, y son mancillados con humillación y arrepentimiento, les ordeno descender la montaña y vivir! ¡Esa es la batalla que les ordeno a ustedes! ¡No están huyendo el día de hoy, simplemente están dirigiéndose a un campo de batalla diferente!”

Su voz resonó por todo el enorme salón. “¡Como señor y guerreros, protegeremos nuestro orgullo, protegeremos nuestros nombres y moriremos en estas montañas donde los espíritus de nuestros antepasados ​​duermen! ¡Y ustedes abandonarán su orgullo y pondrán todo su ser en vivir! ¡Nunca deben permitir que el fuego de los hornos muera!”

Respiró hondo y gritó una vez más. “¡Hombres, vivan! ¡Vivan y luchen! ¡Hasta que volvamos a la gloria otra vez! ¡Esa es mi orden final!”

Esas fueron las últimas palabras que los sobrevivientes alguna vez escucharon del último gobernador del País de Hierro.

Tomó a los guerreros y salió del gran salón, y después de prepararse para su batalla, se enfrentaron al tremendo ejército demoníaco y al dragón ancestral sin temor. Cada uno de ellos luchó valientemente, y cada uno de ellos murió.

Los enanos que bajaron la montaña y los guerreros que los protegían perdieron su hogar, y se convirtieron en un pueblo errante. Cruzaron hacia el norte con muchos refugiados, viviendo vidas llenas de sufrimiento y humillación. Pero, a pesar de todo, apretaron los dientes, guardaron las palabras de su señor en su corazón, y durante los doscientos años siguientes, algunos como artesanos, otros como mercenarios, sobrevivieron.

***

 

 

“Ese es nuestro secreto, la historia transmitida entre la gente de las Montañas de Hierro”, dijo Agnarr, el enano calvo, con el rostro enrojecido por el alcohol. “Yo no nací en ese momento. En cuanto a Grendir…”

Grendir, el enano de pelo blanco, estaba llorando. Probablemente la mitad era porque estaba bebiendo un fuerte aguardiente, pero aun así, realmente era un lío de lágrimas.

Les había preguntado si me hablarían de su pasado, y ellos habían asentido en silencio y me contaron su historia.

“Yo… Nosotros acabábamos de ser nombrados guerreros del rey en ese momento…” Grendir se quejó como un niño. “Ni siquiera podíamos luchar junto a los guerreros que nos precedieron… Simplemente tuvimos que obedecer la orden y… huir con los demás…” Rompió en sollozos. Agnarr lo vigilaba con incertidumbre.

Finalmente, continuó. “Y eso no fue fácil. Hacía frío… y era un viaje demasiado duro para los niños… Oh, los niños… Siguieron muriendo. Había un muchacho muy alegre, siempre sonriendo e instando a todos a su alrededor a seguir adelante, y se fue agotando cada vez más, hasta que incluso una sonrisa era más de lo que podía reunir… Era una cáscara de sí mismo, y luego un resfriado fue todo lo que necesitó, dejó de moverse, incluso, y… simplemente murió. ¡Murió en mi espalda mientras yo lo llevaba!”

Una gran cantidad de refugiados sufrieron ataques aleatorios de demonios. Hubo disensión por el escaso suministro de alimentos. E incluso cuando llegaban a un pueblo, había más de ellos de lo que los pueblos podían manejar. Fue lo mismo cuando cruzaron hacia el norte; eran solo un grupo de muchos en la misma situación, y les resultaba muy difícil encontrar trabajo.

“Ya no recuerdo cuántos murieron. Tomar barro y mordisquear las raíces de los árboles no era lo peor por mucho. Las mujeres jóvenes vendían su juventud por tazones de avena para sus hijos. Algunos de los hombres que no pudieron soportar esto más tiempo empezaron a robar y fueron golpeados hasta la muerte por ello. Éramos piel y huesos, reducidos a mendigar…”

Le escuché calladamente y me di cuenta de que el coraje del señor de los enanos y la angustia del pueblo ya me habían traído lágrimas a los ojos.

“Y sin embargo vivimos… Vivimos. Superamos esa era de caos y vivimos los siguientes doscientos años. De alguna manera, vivimos…” Grendir habló en voz baja. “Y entonces tú, William, devolviste esta tierra a las manos de la gente. No solo eso, incluso lloras con nosotros.”

Grendir miró hacia arriba en dirección a las Montañas de Rubín—no, las Montañas de Hierro.

“Algún día, podremos volver. Algún día, podremos devolverlo todo a como era antes. Algún día, podremos lograr lo que nuestro gobernante ordenó…” Su voz temblaba. “Qué precioso es ser capaz de creer eso… cuán agradecidos estamos…”

Cuando Grendir me dio las gracias una y otra vez, cayó lentamente en un sueño inducido por el alcohol. Había estado bebiendo copa tras copa de una fuerte bebida para ayudarle a hablar de sus dolorosos recuerdos, por lo que era natural.

“Grendir debió de estar feliz de mostrarle su corazón a alguien”, dijo Agnarr, sonriendo. “Esa es nuestra historia. Espero que puedas entenderlo.”

“Muchas gracias. Eso debe de haber sido increíblemente difícil para ambos.”

“De nada.”

Hubo unas cuantas palabras más para terminar con esa charla, y luego salí de la mansión de Agnarr.

Había estado tan absorto en su historia del pasado mientras bebíamos juntos que no había notado cuánto tiempo había pasado. Cuando salí, ya había oscurecido. Los enanos habían terminado sus trabajos y regresaban a sus casas o se detenían en tabernas.

En cuanto a mí, estaba pensando mucho. Pensé en esas Montañas de Hierro, en los enanos que quedaron atrás, en los sentimientos del entonces monarca Aurvangr. Pensé en Blood, en Mary y en Gus, que habían vivido durante esa época; el temible Gran Rey; y la Era de la Unión, cuando el mundo era próspero y pacífico. También pensé en la profecía del Señor del Acebo.

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Y mientras caminaba sin rumbo fijo con mis pensamientos vagando por todas estas cosas, me di cuenta de repente lo oscuro que se había puesto. Ya era de noche. Debido a que no había muchas luces aquí, la noche era mucho más oscura en este mundo que en mi mundo anterior.

Mientras estaba confundido frente a una hilera de casas anodinas preguntándome en qué calle estaba, la luz de una taberna llamó mi atención. Decidí acercarme. Estaba seguro de que si echaba un vistazo al letrero que colgaba afuera, al menos sería capaz de averiguar qué calle era esta. Esta “ciudad” era lo suficientemente pequeña para que esto funcionara.

Entonces, escuché algún tipo de conmoción y el sonido de alguien recibiendo golpes. ¿Había una pelea de taberna? Apresuré mi paso y alguien vino estrellándose de espaldas contra la puerta de la taberna. Lo atrapé apresuradamente. Su cabello negro y trenzado revoloteó.

“¡Oh!”

Era el enano que había ido a ver mi entrenamiento matutino. Parecía que había sido golpeado.

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