Wortenia Senki (NL)

Volumen 12

Prologo: Justificar la Eliminación

Parte 1

Sentado en su oficina, el Conde Bergstone miró al techo con expresión amarga. Había estado en este estado, sin moverse, desde que regresó a casa del castillo real. Pasaron diez minutos. Veinte minutos. Treinta. Una hora. Su sentido del tiempo se había desvanecido hace mucho tiempo.

El Conde Bergstone fue uno de los hombres al mando del Reino de Rhoadseria en estos tiempos oscuros. Su corazón estaba lleno de conflicto, arrepentimiento y tristeza. Nunca antes se había sentido tan agotado y vacío.

¿Dónde nos equivocamos? Pensé que teníamos más tiempo…

El Conde Bergstone había preparado una mano que podría salvarlos. Aunque había sido desagradable, había guardado silencio, esperando para revelar esa mano.

Con el fin de superar un mal mayor, yo perdoné activamente y ayudé a criar uno menor. La Reina Lupis debe tomar una decisión si quiere salvar este país. Pero se niega a hacer los sacrificios necesarios.

Tenía que entrar en pánico para seguir adelante. No fue un error forzarla a ver abiertamente este país estaba empezando a desmoronarse. Ella ve lo que está pasando, pero…

El conde había estado haciendo todo lo posible para salvar este país. Pero con el tiempo, el mal podría madurar y crecer.

Había dejado intencionalmente tal maldad desatendida, permitiendo que los plebeyos sufrieran pobreza y dolor. Las consecuencias eran innegables, pero había actuado para que Rhoadseria evitara las llamas de la rebelión y la guerra civil.

Nada podía ser más ideal que exorcizar un mal mayor y un mal menor. A veces, sin embargo, uno tenía que elegir entre ellos.

El conde Bergstone había elegido, y su elección no estaba equivocada. Sin embargo, a pesar de sus intenciones, todo se fue por el drenaje. Ahora vuelvo al punto de partida. No, incluso eso es demasiado optimista.

Hoy, un mensajero montado en un caballo rápido llegó al palacio para entregar la noticia de la muerte de un magistrado. Normalmente, un mensaje como ese no contendría nada más que un aviso sobre la muerte de un hombre codicioso y corrupto.

Aún no estaba claro de qué tipo de familia era este magistrado. Los detalles todavía se estaban reuniendo, pero como trabajaba como magistrado recaudando impuestos de un pueblo, su posición no era muy alta. Probablemente era familiar de una familia noble. O era un caballero, o en el mejor de los casos, un barón. Era un noble, pero sólo un paso por encima de un plebeyo.

Fue grosero decir tal cosa públicamente, pero el hecho es que habían incontables nobles de bajo rango en todo el reino, y su muerte fue algo intrascendente. No era más que un engranaje en la máquina.

Normalmente, su muerte habría concluido con su funeral. El único problema real que surgiría de su pérdida sería la cuestión de la sucesión de su casa. Y a menos que hubiera circunstancias inusuales, la Cámara de los Lores de la capital generalmente aceptaría a quienquiera que fuera su heredero. Después de todo, los linajes decidieron su estatus noble en Rhoadseria.

Así era como las cosas generalmente progresaban cuando un noble como un magistrado moría. Esta vez, sin embargo, la historia no era tan simple. Este magistrado había muerto a manos de plebeyos.

Tan bajo e insignificante como era, todavía era un aristócrata. Y los aristócratas nunca perdonarían a un plebeyo matar a uno de los suyos. Los plebeyos también lo saben. Así que los caballeros acompañantes deben haberse dado cuenta de que incluso si hubieran intentado discutir las cosas, o insinuado la posibilidad de un perdón, la multitud no habría escuchado. No tenían más remedio que suprimirlos.

El conde Bergstone se mordió el labio con fuerza. El hecho de que los plebeyos hubieran matado a un noble complicaba las cosas sin fin. El descontento de los plebeyos era comprensible y las circunstancias que condujeron a la rebelión eran innegables: la culpa era del magistrado muerto.

Debido a las crisis nacionales, el reino había promulgado varios impuestos especiales relacionados con la guerra, pero casi la mitad de esos impuestos terminaron en los bolsillos de los nobles que los recaudaban, por diversas razones inventadas.

Algunos nobles llegaron a quedarse con el noventa por ciento de los ingresos.

Nadie reconoció esta situación más que los plebeyos. Todo el dinero que tanto les costó ganar se destinó a impuestos, por lo que su enojo e indignación era comprensible.

Eso no significaba que el reino podía pasar por alto a los plebeyos que se levantaban en revuelta, sin embargo. No importa qué, el soberano y los nobles gobernaron Rhoadseria. El propio reino se basaba en un sistema de clases rígido. Sin importar los acontecimientos que condujeron a un levantamiento, el Reino de Rhoadseria no podía tolerar que los plebeyos conspiraran para matar a un miembro de la clase dominante.

Este problema puso en peligro la supervivencia del Estado, lo que significaba que no podía haber negociaciones con los líderes de la rebelión.

Los plebeyos estaban mejor que los esclavos, pero sus vidas no eran iguales a las de un noble. Los cabecillas serían ejecutados, al igual que cualquier padre sobreviviente o hijos restantes. Esa era la ley, y los plebeyos eran conscientes de ello.

Pero eso no quiere decir que todas las puertas estén cerradas. La solución más fácil sería si la Reina Lupis les diera un perdón. Ella podría doblar la ley y resolver todo. Sin embargo…

En una monarquía, las palabras del soberano vencieron a todas las demás. Sin embargo, esa fue sólo la postura oficial. Ni siquiera el soberano podría revertir todas y cada una de las situaciones. Aún así, la decisión de la Reina Lupis podría cambiar mucho las cosas. Sería perfecto que la reina les perdonara.

Pero pedirle que tomara una decisión ahora sería demasiado espantoso.

Este sería el mejor curso de acción para Rhoadseria, pero también colocaría a la Reina Lupis en una posición bastante precaria.

Un soberano tenía el poder de doblegar las reglas, pero eso no significaba que nada se rompería. Y ya que el poder coercitivo de la Reina Lupis tenía un crecimiento tan débil, era cuestionable si podía realmente resistir la reacción violenta de los nobles.

Cualquiera de las dos opciones sería una apuesta. Tal vez tengamos el tiempo equivocado, tal vez ya no haya forma de salvar este país… En su juventud, el marqués Ernest, suegro y patrocinador del conde Bergstone, había perdido una lucha de poder con el duque Gelhart y se había visto obligado a vivir recluido en su territorio. En ese momento, Bergstone había sido aplastado por el dolor. Lo que sentía ahora hacía palidecer ese dolor en comparación.

Quizás eso es lo que significa envejecer.

Una sensación de impotencia y pérdida, como nunca había sentido durante su juventud, colgaba sobre el conde Bergstone como una piedra.

Justo entonces, alguien llamó a la puerta de su oficina.

“Mis disculpas, señor”, dijo el anciano mayordomo, “pero el Conde Zeleph está aquí para verle. ¿Lo dejo pasar?”

El golpe hizo que el Conde Bergstone volviera a la realidad. “Oh, sí, por supuesto. Déjenlo entrar.” Estaba dividido entre querer ver a su cuñado y temerle mucho. Su mirada se posó en el paquete de papeles que descansaban sobre la mesa. Era toda la evidencia que había reunido para denunciar a los nobles y aplacar a los plebeyos.

¿Qué diría Elnan al respecto?

Hasta hace unas horas, estos documentos eran una carta de triunfo que podría cambiar las cosas para Rhoadseria. Pero ahora, no eran más que leña. ¿Cuántos sacrificios había hecho para preparar esta montaña de basura inútil? No era simplemente una cuestión de dinero.

Había pasado tiempo, contactos, no sólo los suyos, sino también los de Elnan. El pensamiento de que todo había sido por nada le daba vergüenza mirar a su cuñado a los ojos, especialmente porque Elnan confiaba tanto en él. Sabía que Elnan no lo culparía por ello, pero..

La puerta se abrió y el conde Zelef entró en la habitación. Al ver la mirada en la cara del conde Bergstone, inmediatamente frunció el ceño.

“¿Por qué la cara larga, querido cuñado?” preguntó Zelef mientras su forma corpulenta se hundía en el sofá frente a Bergstone.

“Bueno, dada la situación, sería difícil reaccionar de cualquier manera” respondió el conde Bergstone con un suspiro.

“¿Escuché algo sobre Su Majestad colapsando durante la reunión diaria? ¿Algo que ver con malas noticias?” Preguntó Zeleph.

Sorprendido, el Conde Bergstone miró fijamente la cara de su cuñado. Sólo la gente en la reunión debería haberlo sabido.

No sé cómo lo sabe, pero como siempre, no se pierde nada. Delante del conde Bergstone se sentaba un hombre de mediana edad regordete.

Su sonrisa amistosa era encantadora, pero ese era su único rasgo notable. En términos de apariencias, estaba muy por debajo del Conde Bergstone, que era refinado y guapo, pero sin restricciones y atrevido.

Dentro de la aristocracia Rhoadseriana, Elnan Zeleph era simplemente un extra unido al Conde Bergstone, el plato secundario no deseado junto a la suculenta entrada. Era necesario -quizás- y su ausencia afectaría a la imagen en su conjunto, pero no era digno de atención.

El marqués Ernest, que había sido rival del duque Gelhart durante muchos años, había impresionado a la mayoría de los nobles de Rhoadseria con su sabiduría y buena apariencia. Pero cuando les informó de que una de sus hijas iba a casarse con el joven Elnan Zeleph, fue un shock para los numerosos aristócratas que habían esperado casarse con ella. Incluso ahora, era un tema de discusión entre los nobles de Rhoadseria.

Pero mientras los rumores insistían en que su cuñado era mediocre y nada destacable, el conde Bergstone nunca había menospreciado a Elnan Zeleph. Sabía muy bien lo engañosamente amenazante que podía ser Zeleph.

“Sí,” dijo Bergstone, confirmando la pregunta de Zeleph. “Se desmayó después de oír la noticia de una rebelión. Está descansando en su habitación por el día. Estoy seguro de que fue bastante desgarrador a su manera para ella.” Bergstone luego miró a su cuñado. “Me sorprende que lo sepas, sin embargo. Tenía la impresión de que el palacio emitió una orden de silencio sobre todo el asunto…” El Conde Zeleph se encogió de hombros. Ordenar a la gente que se mantuviera callada era bastante fácil, pero asegurar que permanecían en silencio era difícil. Era una verdad evidente para el conde Zeleph.

No podía presumir de ello, pero tenía ojos y oídos por todo el palacio. “Una orden de silencio no significa mucho,” dijo Zeleph. “Incluso los dioses lucharían para silenciar completamente a la gente, especialmente en un momento como este, cuando todo el mundo está ansioso por el destino de Rhoadseria.”