86 [Eighty Six]

Volumen 8: Humo de Pistola en el Agua

Capítulo 5: La Torre (Al Revés)

Parte 7

El aullido de la Noctiluca se distanció mientras se retiraba, como un pez herido que se aleja nadando. Al oír esto, Lena se volvió para mirar a Ishmael.

“Capitán, tenemos que darnos prisa. La Noctiluca no está muerta—”

Pero justo cuando dijo eso, Lena se quedó sin palabras, como si su lengua se hubiera pegado al paladar. Se quedó congelada en su sitio, con sus pensamientos paralizados.

La holopantalla que mostraba la vista exterior… estaba completamente cubierta por gigantescos globos oculares, que los miraban desde arriba. Uno en el centro. Dos más a los lados. Cada globo ocular era más grande que un adulto humano. Eran tan grandes que incluso cuando el depredador centraba sus ojos en su presa, no parecía que lo estuviera mirando.

Era como un sombrío recordatorio de lo diminutos y frágiles que eran los humanos como especie.

Sus pupilas eran negras y estaban rodeadas de iris, y aunque no tenía párpados, el blanco de sus ojos era casi indiscernible.

Sin embargo, sus pupilas ligeramente transparentes revelaban que la estructura de sus ojos no era fundamentalmente diferente a la de los humanos.

No obstante, estas no eran redondas, sino que tenían forma de diamante angular. Sus iris tenían un brillo casi metálico, como las plumas de un pavo real. Tal vez sea el resultado de una especie de película de aceite que refleja la luz.

Un ojo totalmente ajeno, inhumano.

A varias decenas de kilómetros de la Torre Espejismo, donde el océano había cambiado de color, estaba el intersticio que delimitaba el territorio de la humanidad de lo que había más allá. Pero esta criatura no estaba allí. No. Un único leviatán había cruzado ese límite y ahora flotaba justo delante del Stella Maris.

Tenía un cuello largo y sinuoso y una cabeza afilada y alargada. Cada centímetro estaba cubierto de escamas, pero la textura de esas escamas era visible e indescriptiblemente extraña. Una capa de escamas con el tenue brillo de una armadura, el filo de un cuchillo y la transparencia del cristal cubría una capa de otras escamas, tan suaves y transparentes como el cuerpo de una medusa. A lo largo de su espalda, desde la parte superior de la cabeza hasta el final de la cola, se extendían órganos con forma de aleta dorsal que parecían formaciones de cristal.

Sus duras escamas y la agudeza de sus mandíbulas le otorgaban un aspecto algo reptiliano, pero su silueta blanda, casi esponjosa, se asemejaba a la de una criatura, tipo babosa marina, parecida a un molusco.

Se calcula que su longitud total era de trescientos treinta metros. La especie más grande de leviatán, un espécimen de trescientos metros —un Musukura— estaba sobre ellos.

Uno de los soberanos del mar abierto miraba al Stella Maris, con serenidad pero con arrogancia. Y, de alguna manera, podían saberlo. Era muy consciente de los pequeños mamíferos terrestres que se retorcían en el interior del barco. Sus ojos sin párpados miraban sin pestañear a Lena y a los demás en el interior del barco.

Frente a esta nave humana dañada y chirriante, los miró con ojos totalmente diferentes tanto de los humanos como de los monstruos mecánicos creados por el hombre. Una mirada casi alienígena que no comunicaba nada.

Si existiera un dios, probablemente contemplaría el mundo con ese tipo de mirada.

Ante sus ojos, el Musukura abrió repentinamente su boca, mostrando una protuberancia brillante y cristalina. Una parte de la mente paralizada de Lena apenas se dio cuenta de que se trataba del órgano que había disparado el láser que anteriormente había incendiado el cielo.

Y entonces el Musukura aulló.

¡¡———————————————————————————————————!!

Su aullido era un chillido de alta frecuencia que hacía temblar el casco del Stella Maris. Les llegó a una frecuencia apenas audible para el oído humano. Era menos un sonido y más una onda de choque.

No dijo nada. Los leviatanes no eran capaces de hablar como humanos, y se desconocía si tenían una forma de lenguaje que utilizaran entre ellos. Pero incluso sin palabras, la advertencia en su voz era clara.

El cuerpo y la mente de Lena se congelaron con un terror instintivo y primario. Los humanos eran una raza de criaturas impotentes que se arrastraban por la tierra. No tenían nada que hacer frente a semejante fuerza de la naturaleza, un tirano absoluto del mundo natural. Bastaba con uno de ellos para romper por completo las máquinas asesinas que el conocimiento humano había producido.

Cerrando su boca con la misma brusquedad con la que la había abierto, el Musukura se dio la vuelta. Esta criatura verdaderamente gigantesca se movía con una confianza y orgullo que demostraba que no temía a nadie y que no veía nada digno de su increíble longitud de más de trescientos metros. Su cabeza se hundió bajo las olas hasta el hocico, pero hasta que nadó

hacia el horizonte y desapareció por completo, ningún humano de la zona fue capaz de moverse.

Encogidos en su sitio y respirando lo menos posible, pasaron el tiempo como pequeños animales que esperan que pase la tormenta. El primero en exhalar y empezar a moverse fue Shin… aunque no fue un movimiento voluntario. Había rechazado el tratamiento médico para venir al puente, y parecía que este esfuerzo le había llevado finalmente al límite. Se desplomó en el suelo.

“¡¿Shin?!” Lena se apresuró a acercarse a él.

Vika, que le había prestado un hombro, se arrodilló para ayudarle, pero ya no se acercó a él.

“Dios mío, en serio… ¡Por eso te dije que no te presionaras…!”

“Tu regreso me dejó sin quehaceres, así que te traje como me pediste…” Dijo Vika. “Pero ya está todo bien. Vuelve y deja que los médicos se ocupen de ti. Marcel, échanos una mano.”

“Sí, lo haré. Una vez que la lucha haya terminado. Así que aguanta un poco más.”

Apartó la mirada de Lena, que parecía estar al borde de las lágrimas. Ignorando el suspiro de Vika y a Marcel, que miraba al techo, Shin se arregló correctamente su Dispositivo RAID. Se lo habían quitado durante el tratamiento, y sólo se lo había puesto burdamente en el camino hacia aquí.

Por supuesto, los objetivos con los que Resonaba eran…

“Kurena, Theo. Siento haberlos hecho preocupar. El resto siguen en tratamiento o recuperándose, así que aún no lo he comprobado, pero—”

Oyó a Kurena tomar un largo y agudo respiro. Luego lo soltó en un largo jadeo, como si retuviera las lágrimas.

“¡………! ¡Shin…!” 

“Um, también me recogieron. Todavía estoy vivo, por si sirve de algo.” La voz de Raiden se unió a la Resonancia desde la sala de operaciones o una habitación de hospital. “Anju y Dustin fueron recogidos juntos.”

El único que no dijo nada fue Theo. Secándose las lágrimas, Lena habló.

“Gracias, Theo. Nos has salvado. Si no hubieras destruido el cañón de riel, estaríamos perdidos.”

Aun así, no hubo respuesta. Pero justo cuando Shin empezó a sospechar, finalmente…

“Eso es… genial, Lena. Shin, Raiden, ustedes también… Gracias a Dios… Gracias a Dios que están… a salvo.”

Su voz estaba apagada. Como si estuviera sofocando algo. Como si estuviera soportando algo… como un dolor agudo.

“… ¿Theo?”

La voz de Shin se tensó involuntariamente. Está herido. Shin sintió que la tensión le retorcía la garganta. La voz de Theo ahora mismo. Era tenue, tensa, así como antinatural y espantosamente tranquila. Algo en su tono parecía casi… resignado.

No sólo soportaba el dolor de una lesión. Shin escupió la pregunta, como si tosiera.

“¿Estás herido…? Si no puedes volver por tu cuenta, podemos—”

Theo le interrumpió. Probablemente no le quedaba mucho tiempo para hablar. El estímulo fue tan intenso que sus sentidos se adormecieron, y ahora no podía sentir nada. Pero una vez que sus sentidos regresaran, probablemente no sería capaz de hablar.

“Sí… Lo siento.”

El proyectil de 155mm se disparó al mismo tiempo que él, en el último momento. Era un perdigón. Tal vez no tuvo tiempo de preparar bien la espoleta, pero pasó por el flanco de Laughing Fox y luego se autodestruyó. No fue un impacto directo. Sólo estalló y se dispersó, y la mayoría de los fragmentos golpearon la parte trasera del cañón.

Excepto que…

Posado sobre las ruinas del Denebola, el crucero de larga distancia que había paralizado a la Noctiluca, estaba Laughing Fox. Sentado en el interior de su cabina, Theo miraba su herida. Normalmente no se podría ver nada en el interior de la oscura cabina, pero Laughing Fox estaba dañado, dejando al descubierto el bloque de la cabina.

Los fragmentos de los proyectiles que se abalanzaron sobre él desde atrás atravesaron limpiamente las dos patas izquierdas de la unidad, el armazón del blindaje y parte de la cabina.

Desde el interior de ese agujero en el armazón del Juggernaut, Theo podía ver el color azul. El cielo cerúleo. El mar ultramarino.

A pesar de su estado ruinoso, la cubierta del crucero de larga distancia seguía estando a gran altura sobre el nivel del mar, por lo que tenía una vista sin obstáculos del mar a lo lejos, de las aguas azules del mar abierto, el mismo color que uno asocia naturalmente con el océano.

Por encima del nivel del agua había un lugar en el que nadie podía vivir. Ningún ser humano, animal, pájaro o insecto podía sobrevivir a pesar del aire limpio.

Al desaparecer la tormenta, el cielo era brillante y estaba libre de nubes: una vasta extensión azul. El horizonte se alzaba como si dividiera el cielo y el océano.

Debajo de él estaban las aguas del mar abierto, y por encima estaba el sol, cuya luz brillaba a lo largo de los bordes de las olas, otorgando al océano un brillo resplandeciente.

Parecía que uno de ellos era un espejo del otro. Tal vez ambos eran espejos que se imponían el uno al otro. Sus respectivas tonalidades de azul abarcaban hasta donde alcanzaba la vista; ambos estaban iluminados, y cada uno contenía en su seno una vasta negrura que permanecería siempre impenetrable.

El azul era sólo la fina chapa que colgaba sobre la oscuridad eterna. La capa superficial de un abismo sin fondo.

Entonces, ¿por qué, oh por qué, era tan dolorosa e impresionantemente hermoso…?

A Theo nunca le gustó el campo de batalla. Nunca le gustó luchar. En el Sector Ochenta y Seis, le obligaron a luchar como componente de un dron y le ordenaron ir directo a su muerte. Theo se resintió hasta este mismo momento.

Nunca quiso luchar; éste era simplemente el único camino que se le había presentado. La única manera de sobrevivir, de mantener su orgullo.

Y a pesar de eso…

¿Por qué…?

… las lágrimas se derramaron de sus ojos.

“No puedo… seguir luchando contigo.”

Los fragmentos del proyectil le habían salpicado por detrás, atravesando la robusta cabina con una fuerza intensa. La mayor parte de los fragmentos y su impacto dieron en la parte trasera del cañón. Pero la onda expansiva lo penetró, destrozando el interior y sus partes, dispersándolas al aire libre.

Y uno de ellas atravesó su ahora desaparecida mano izquierda… desgarrándola entre el codo y la muñeca.

-FIN DEL VOLUMEN 08-