Ore ga Heroine o Tasukegite

Volumen 4

Interludio 1: 50 Años Atrás

En algún lugar en el fondo del océano.

“… Mmm…”

Una niña se despertó de un sueño.

“…”

Lentamente abrió los ojos solo para encontrarse con la sombría oscuridad del fondo del océano, una negrura tan profunda que incluso los ojos de un vampiro apenas podían perforarla. Y sin mover un músculo, la chica, la vampira Rosalind C. Bathory, miró al vacío. Ella todavía parecía estar en un sueño.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que fue sellada en este ataúd y hundida en el fondo del mar? Había contado los días durante los primeros dos o tres años. Después de una década más o menos, su mente comenzó a desvanecerse dentro y fuera.

“…”

Ahora estaba en un estado en el que no sabía si estaba despierta o dormida, o incluso si estaba viva o muerta. No, probablemente todavía estaba viva… lo bueno que le estaba haciendo.

La vida útil de un vampiro fue increíblemente larga. Matar a uno no fue una tarea fácil. Incluso si quisiera morir, no había nada que pudiera hacer para quitarse la vida aquí. Y así, al final, se encontró en un abismo de pereza y resignación.

“…”

Su mente finalmente abandonó la idea misma del futuro, y así, sin ser consciente de ello, su mente comenzó a mirar hacia atrás, hacia el pasado. Una vez que dejó de contar los días, fue todo lo que pudo hacer para llenar sus pensamientos con agradables recuerdos del pasado. Eran como un sueño. Un sueño radiante. Era la única luz brillante para ella aquí abajo, en el fondo del océano negro. Y la fuente de esa luz era siempre la misma cosa: un niño pequeño.

“Nami… dare…” Rosalind gritó su nombre como si tratara de encontrarlo.

En su mente, estaba reviviendo los días que había pasado con él. La ilusión era lo suficientemente fuerte como para traer una sonrisa a sus labios tristes. Pero nunca duró. Los recuerdos brillantes y hermosos siempre terminaban en tragedia. Un cuchillo de plata en su pecho. La mano de Namidare en la hoja.

“…”

En su sueño, ella gritó sin palabras. Su expresión se torció de dolor y, por primera vez en mucho tiempo, movió su cuerpo. Estiró su mano derecha, tocando algo como un trozo de papel. Era una fotografía. Una fotografía que había tomado una vez con el niño llamado Namidare.

En la imagen desvaída y desgarrada, Rosalind estaba sonriendo. Pero eso era solo un recuerdo ahora. Todo lo que le quedaba era dolor. Esta foto, un recuerdo de los días más felices, era su único consuelo.

“…”

Rosalind cerró los ojos una vez más, aferrándose al cálido sentimiento que la fotografía le inculcó. Más profundo y más profundo se hundió… Tan profundo que ya no tendría que sentir el dolor.