Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 3: La Danza de la Flor de Plata de Pie/al

Parte 7

 

 

El cuerpo de Wilhelm se estremeció bajo el golpe; saltó en el aire para evitar el deslizamiento lateral de la hoja que siguió. Pero tan pronto como se había escapado en el aire de lo que sintió un escalofrío correr a través de él.

—¿Puedes esquivar esto, Demonio de la Espada?


Un brazo ajustó su agarre en una Devil Cleaver. Los enormes músculos tensaron, una clara señal de que Ocho brazos estaba a punto de desencadenar un gran golpe.

En el aire, no había ningún lugar para correr; podía traer su espada para defender, pero… no, el ataque que se avecinaba sería imposible de bloquear. Si lo golpeara, no quedaría nada. Cortaría el hilo mismo de su vida.

Y así Wilhelm abandonó la defensa.

—Te venceré ahora, Demonio de la Espada. El ataque al acercarse fue audible.

A los oídos de Wilhelm, parecía que todos los sonidos del mundo desaparecieron y se quedó en silencio en ese momento.

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—¡Wilhelm!

Pero no fue así…

Ese grito, esa hermosa voz, esa voz que lo tocó en su corazón, se convirtió en su orgullo, su fuerza, su inspiración para la batalla.

Abandonó la defensa. Sosteniendo su espada de lado, dio la bienve- nida al ataque entrante. Si Kurgan hubiera soltado un rayo, Wilhelm lo atraparía en los colmillos.

Una explosión de luz plateada envolvió el puente, floreciendo como una flor.

Se intercambiaron golpes, y la sangre fue bailando por el aire. Wilhelm fue lanzado hacia atrás con la intensidad del compromiso. Cada hueso de su cuerpo dolía, y el lado izquierdo de su cuerpo, que había sido atrapado por el golpe de la enorme hoja, se quejó perplejo. Podría haberse roto el hombro, la clavícula, las costillas y la cadera; no estaba seguro.

Pero Kurgan pagó un precio considerable a cambio.

—Superb…

La palabra salió como un gemido mientras el enorme marco de Kur- gan caía de rodillas.

El Dios de la Batalla no se movió del charco de su propia sangre. La fuente de la hemorragia masiva fue su tercer brazo a la derecha, que había sido cortado limpio por el golpe.

—Así que… funcionó…

En el instante en que había decidido que no podía esquivar el golpe, Wilhelm se había centrado en minimizar sus propias lesiones mientras maximizaba el daño a su oponente. Usaría su propio golpe para des- viar el ángulo del ataque de Kurgan, mientras aprovechaba el impulso de su oponente para robarle otra extremidad.

Esto significaba que Kurgan ahora tenía dos brazos que no podía usar y estaba debajo de una espada. Había sufrido heridas considera- bles y no sería capaz de moverse fácilmente.

Lo mismo podría decirse de Wilhelm, pero mientras Kurgan sólo tenía su propia moral para sostenerlo, Wilhelm tenía más que eso. Po- día sacar fuerzas de la voz de la mujer que estaba detrás de él. Ella proporcionó tal reserva de poder que, incluso ahora, parecía desbor- darse de su corazón.

Sin embargo, justo cuando pensaba que estaban a punto de entrar en una nueva fase de la pelea…

—Así que esto es todo lo que puedes hacer por mí. Maldita sea, nada va tan bien como el plan.

—¡¿Qué…?!

¿Ha venido este anuncio impactante de uno de los espectadores? No, ninguno de ellos había hablado. Fue en cambio alguien que había hecho lo imperdonable: deshonró el ritual del duelo.

Stride, su abrigo se desprendió, se acercó junto a Kurgan arrodi- llado. Esto representaba nada menos que la intrusión de un transeúnte en el duelo, la ruptura de un tabú sacrosanto.

—¿No sabes que esto es un duelo? —Wilhelm exigió— ¿Qué dia- blos crees que estás haciendo?

—Estás en la puerta de la muerte, muchacho; No perdería el tiempo lloriqueando. Sin embargo, si pierdo mi peón aquí, cambiaria la cues- tión de quien tiene la iniciativa. Como tal, creo que esto servirá por ahora. Le invitamos a considerar el duelo como nuestra pérdida, ven.

Wilhelm trató desesperadamente de levantarse, de traer su espada a la ola, pero Stride simplemente lo supuso. Luego se quitó el anillo en su dedo meñique y lo tiró a Theresia. Sus ojos se ensancharon de sor- presa, pero ella lo captó reflexivamente.

El dedo escarlata, la fuente de la maldición, estaba en su palma.

—Tú eres capaz de considerar esto tu victoria. Te cederemos el ani- llo y nos retiraremos. ¿De qué hay que quejarse?

—Es… una cuestión de ver las cosas a través de… ¿Qué haces…,que clase de espadachín eres?

—En un contexto en particular, una pieza en un tablero de juego. En términos más generales, una herramienta y nada más. Este encuen- tro tuvo sus beneficios para mí. Por lo tanto, ahora me retiro. Oh, no te preocupes.

Mirando hacia abajo al enfurecido Wilhelm, Stride le mostró la mano derecha. Aunque su dedo meñique estaba desnudo, cuatro ani- llos permanecieron en sus otros dedos.

—Tendremos otras cuatro oportunidades para jugar. Diversión sin fin. ¿No estás esperando con ansias?

—¡¿Por qué, tú…?!

—Tonto, estoy bromeando. Así que ríete. Tengo mi mano iz- quierda, así como mi derecha.

Levantó la otra mano, también llena de anillos, y Wilhelm cayó sin palabras. La reacción parecía poner a Stride de buen humor mientras apuntaba a su mano izquierda.

—No puedo perder el tiempo con los hombres del rey— dijo.

—Así que creo que es un buen momento para darle algo más en lo que pensar.

Mientras hablaba, había un destello de luz, y luego el puente de pie- dra se disolvió repentinamente. Era como si toda la roca se había con- vertido instantáneamente en arena. Todos los que habían estado de pie en el puente, junto con la antigua piedra, cayeron en el río de abajo.

—¡Maldici… Argh…!

Wilhelm escupió una maldición, saltando en el aire justo cuando el puente se evaporaba. Corrió mientras las piedras se derrumbaban de- trás de él, gritando mientras corría en la dirección de Theresia. Ella extendió sus brazos para atraparlo, alcanzar a su marido.

Wilhelm dio un gran salto, apoderándose de los brazos delgados de Theresia. Escapó de la arquitectura disipadora para aterrizar en el te- rreno firme de la propia ciudad. Dejó salir un respiro.

—¡Wilhelm!


—Estoy bien! Pero el anillo.

—Yo-yo lo tengo aquí. ¡Ayúdame!

Ella mostró el anillo en su mano, y luego lo lanzó ligeramente en el aire. Wilhelm lo vio con sus ojos, juzgando su trayectoria, y luego con un destello de la espada que Veltol le había dado, la cortó en dos.

El extraño resplandor que el anillo había mostrado que se desvane- ció, como si se quemara por la luz del sol.

—¿Crees que papá está a salvo ahora?

—La única manera de estar seguro es volver al hospital. Pero…

Wilhelm hizo un gesto con la cabeza en el puente borrado. Se había iniciado un esfuerzo de rescate para aquellos que habían caído al río. Mientras tanto, Stride y Kurgan habían desaparecido en la conmoción.

No había manera de que se hubieran ahogado: Ciertamente habían huido. Había una buena posibilidad de que esta fuera la única oportu- nidad de perseguirlos y descubrir lo que realmente buscaban, pero…

—Olvídalo. No quiero tener nada más que ver con gente como ellos. Apúrate… al… hospital…

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—¡¿Wilhelm?! ¡¿Estás bien?! ¿Puedes moverte?

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—No… te preocupes por mí. Acabo de… perder demasiada sangre.

Mi cabeza está nadando…

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—¡¿Y dices que no me preocupe?! ¡Vamos, te llevaré!

Theresia levantó a Wilhelm, que estaba mareado de una avalancha de sangre en la cabeza. Wilhelm trató de protestar por este vergonzoso acto de ayuda, pero no huyó de ella.

—Yo también llevé a mi padre al hospital. No lo pienses, sólo agá- rrate a mí… No tengo que ser el Santo de la Espada para llevarte, ¿verdad?

Wilhelm, reconociendo que nada de lo que podía decir cambiaría la situación, así que se inclinó en su esposa.


—…Sólo trata de no sacudirme demasiado.

Tomando esta confianza, Theresia comenzó a correr por la ciudad con una velocidad que pocos hubieran esperado de la delicada donce- lla.

Unos minutos más tarde, Carol se encontró con ellos en la entrada del hospital con la noticia de la recuperación de Veltol, y Theresia tiró a Wilhelm al suelo mientras se rompía en lágrimas.

***

 

 

—Se suponía que esta era mi luna de miel. No puedo creer lo que ha llegado a…

La queja vino de la persona que visitó a Wilhelm y Veltol, los dos residentes de esta habitación del hospital: Theresia, sus mejillas rojas se hincharon.

Después de la pelea, el herido Wilhelm había sido inmediatamente ingresado en el hospital, siendo finalmente colocado en la misma ha- bitación que Veltol. Y hablando de Veltol, que en un momento había estado a un centímetro de perder la vida gracias a la maldición…

—Lo que quieres decir, Theresia, es que valoras a tu padre más que tu propia luna de miel… ¡Qué orgulloso estoy de significar tanto para mi hija!

—Me haces querer apretar esas heridas aún sanándose, Padre, así que renuncia mientras estás adelante.

—¡¿Quéééé?! ¡¿Por qué?! ¿No me amas?!

—Puedo amarte y seguir enfadada contigo. Wilhelm, ¿estás seguro de que vas a estar bien compartiendo habitación con papá? ¿Estás se- guro de que tus heridas no se abrirán de nuevo por el estrés?

Veltol, que había estado acariciando su barba con su mano izquierda y mirando extrañamente, se encontró resucitándose rotundamente. Theresia, sin embargo, ignoró a su padre desinflado, provocando una sonrisa de Wilhelm.

—Estaré bien— dijo.

—Tu padre no es tan malo una vez que te acostumbras a él.

—No me ganarás tan fácilmente— bromeó Veltol.

—La lucha entre tú y yo sobre Theresia continuará mientras viva- mos.

—He pertenecido a Wilhelm desde hace mucho tiempo, así que ya perdiste esta pelea con tu comentario contundente Padre.

El comentario de Theresia obligó a Veltol a guardar silencio. Era un intercambio perfectamente típico para ellos, pero Theresia parecía complacida de poder tenerlo. Al ver lo feliz que estaba, Wilhelm pensó que tal vez la interrupción de su luna de miel y las heridas pesadas habían valido la pena.

Entonces se abrió la puerta de la habitación del hospital, y Carol entró.

—Lady Theresia, el carruaje del dragón estará aquí pronto. ¿Vas a ir a recibirlo?

—Oh, sí, vamos a hacer eso.

Se levantó, limpiando su falda como lo hizo con la puerta.

—Carro de dragón —Wilhelm dijo

—. ¿De qué se trata?

—Debería ser obvio. Quiero irme de nuevo tan pronto como vuel- vas a ponerte de pie, Wilhelm, pero no me siento muy cómoda de- jando a papá aquí solo… Así que llamé a mi madre.

—¡¿Quéééé?!— Veltol exclamó, golpeando en su cama.

—¡¿Tishua?! ¡No, eso es demasiado para mí! ¡Se va a enfurecer!

—¡Ella es! ¡Y debería serlo!

Theresia respondió despiadadamente. Entonces, con un último sus- piro para su padre, se volvió amablemente a Wilhelm.

—Voy a salir por unos minutos ahora. Nos vemos pronto, Wilhelm.

—Claro. Tú y Carol vayan a disfrutar de su luna de miel.

—¡Id-idiota! Lady Theresia y yo no estamos en un ya sabes…¡Ahem!

Carol parecía admitir implícitamente que la había conseguido bas- tante bien como Theresia la acompañó fuera de la habitación con un avergonzado—: ¡Oh!

Con sus visitantes parlantes, Wilhelm y Veltol se quedaron en la habitación por sí mismos.

—Oh, joven Wilhelm, no te imagines que has ganado. Cambié los pañales de Theresia, ya sabes.

—Me ha cambiado de ropa también, si sabes a lo que me refiero.

—¡Hrgh!

Veltol se estremeció hacia atrás, cortado por la hoja de las palabras. Acostado de lado en su cama, Veltol comenzó a murmurar a sí mismo.

—Ah… Primero mi yerno me quita a mi hija, luego mi esposa me ataca por querer ir de luna de miel… Una chica lo suficientemente querida como para ser otra hija para mí me dice que me vaya lo sufi- cientemente bien solo… ¿Adónde diablos voy a ir desde aquí…?

—¿Qué tal si lo dejas ir, papá? No es que piense que todo lo que has hecho es especialmente digno de elogio, pero…

—Ahh, y ahora mi yerno se amontona…

—Pero a pesar de todo, incluso Theresia pensó que te veías terri- blemente varonil, defendiendo a tu familia así. Luché contra ese mons- truo azul. Entiendo las agallas que debe haber tomado para enfren- tarlo.

En el ojo de la mente de Wilhelm, recordó lo imponente que había sido Kurgan. Había sido suficiente para darle una pausa, para que Vel- tol se enfrentara al monstruo había sido un suicidio virtual. Hizo a Wilhelm nada menos que orgulloso de que Veltol hubiera estado dis- puesto a saltar al desafío.

—Fuiste a dar una vuelta con esa cosa antes que yo, papá. Eso es bastante impresionante.

—…Pero ese anillo, o lo que fuera, causó terribles problemas para ti y Theresia. Te hizo daño y arruinó su luna de miel.

—Lo único que me hizo daño fue mi propia debilidad. No es nada de lo que te preocupes. Y…

—Sí.

—Me enteré de cómo te enojaste por mi culpa. Así que… no te preocupes por eso.

Hubo un momento de silencio entre los dos hombres. No fue de vergüenza o torpeza, como ambos probablemente se dieron cuenta.

Por eso el silencio terminó con Veltol estallando en risa.

—Muy bien. Eso es, entonces. Vamos a considerarnos parejos. ¿Es- tás de acuerdo?


—…Sabes, creo que contribuí más que tú aquí.

—¿Estás de acuerdo?

—… Sí.

Como respondió a la insistencia de Veltol, Wilhelm se tragó una variedad de emociones. Miró brevemente al armario de pie junto a la cama y aplaudió como si acababa de recordar algo.

—No sé exactamente que argumento mamá va a probar en ti, pero es…, ya sabes.

—¿Hm?

—Si le das ese adorno de cabello de aniversario, ¿tal vez le ayude a calmarse?

Se acercó al gabinete y recogió el adorno de Swain. Un regalo para la esposa de Veltol que no había tenido tiempo de elegir debido a la interferencia de Stride. Theresia y Carol habían elegido uno en su lugar y le dijeron a Wilhelm que se lo diera a Veltol.

—Fue Theresia y Carol quienes lo eligieron. Sé que tal vez esa no es tu costumbre, pero…

—¿Ah, los dos lo hicieron? Bondad… Es tan lindo, como no pue-den decírmelo a la cara.

Veltol sintió otra avalancha de emoción como Wilhelm le ofreció el adorno. Wilhelm sonrió un poco y fue a entregarlo…

—¿Papá?

—…Eh, ups.

Veltol, con un movimiento algo antinatural, había dejado caer el adorno del cabello en la cama. Se desplazó para recogerlo, exhalando mientras lo recogía, con su mano izquierda. A pesar de que era diestro. Su mano derecha parecía inmóvil.

Wilhelm se asombró.

—…Un efecto posterior de la maldición— dijo Veltol, mirando su brazo derecho.

—El curso normal de las cosas habría sido que mis cuatro extremi- dades se pudrieran, pero ese sanador logró forzar la decadencia en un solo lugar. Realmente es algo. Imagínate, un médico tan capaz en un lugar tan remoto. Cuando volvamos a la capital, tendré que hacer un informe y recomendarlo.

—¿Pero… tu mano derecha? Eso significa…

—Como dije, Wilhelm. Estamos a mano. Tú no tienes ninguna res- ponsabilidad que soportar.

Anclado por la vista del adorno del cabello en la mano izquierda de Veltol, Wilhelm estaba sin palabras. Una ola de vergüenza le llamó la atención cuando se dio cuenta de lo que Veltol había estado haciendo realmente en su conversación. No quería que su hija y su yerno se sintieran responsables de lo que le había pasado a su brazo. Con ese fin, había hecho que Wilhelm estuviera de acuerdo en que estaban in- cluso con lo que parecía una demostración.

Estaba disgustado consigo mismo por no darse cuenta. Al mismo tiempo, sintió una avalancha de ira. Inmensa ira a los imperiales esca- pados: Stride y Ocho brazos Kurgan. Eliminaría esta humillación. Exi- giría el pago. Esto lo juró en su corazón.

—Voy a…

—¿Hm?

—Lo arreglaré. Lo juro por su brazo, padre

Sus palabras llevaban toda la fuerza de su condición de guerrero, pronunciadas en beneficio del hombre antes que él.

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Pero Veltol sólo se río y dijo:

—No necesito tal voto. Déjalo ir. No quiero que Theresia se entere de esto. Si debes jurar algo, renueva tu promesa de hacerla feliz.

—Huh…

El tono indiferente tomó a Wilhelm desprevenido. Veltol parecía tan orgulloso como si hubiera dado un golpe de espada al joven.

—Esto debe mantenerse en secreto de Theresia— dijo.

—Prométeme, Wilhelm, hombre a hombre de Familia a familia.

Sonrió de nuevo mientras hacía que Wilhelm hiciera un juramento irrompible.

Re Zero Ex Volumen 3 Capítulo 3 Parte 7 Novela Ligera

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Hasta el final de la vida de Veltol, su hija nunca supo del daño a su brazo derecho. Y así, hasta el final de su vida, cada vez que se le pre- guntaba a Wilhelm que espadachín respetaba más, respondía sin dudar con el nombre de Veltol Astrea.

Y esta Danza de la flor de Plata de Pictat le dio a Wilhelm dos enemigos que serían una parte ineludible de su vida.

Stride “Deseo de muerte” Volakia y “Ocho brazos” Kurgan.

La historia de la batalla que involucraría a ambos y a Wilhelm, así como a Theresia, y finalmente empujaría al Reino Dragonfriend de Lugunica una vez más al caos…, el Himno de Batalla del Demonio de la Espada… comenzó aquí.

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