Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 3: La Danza de la Flor de Plata de Pie/al

Parte 4

 

 

No había rastro del hombre sollozando, olfateando que se había quedado allí unos minutos antes. Ahora irradiaba la autoridad de la cabeza de la Casa de Astrea, la línea de sangre de los Santos de la Es- pada.

Stride levantó una ceja impresionada a la presentación de Veltol.


—Hmm. Para alguien que llora como una mujer, sabes cómo pre- sentarte.

—Si quieres quedarte ahí y burlarte de mí, entonces déjame respon- der. Si tienes algún negocio, dilo rápidamente. De lo contrario, esto puede no terminar solo con palabras.

—Peor que las palabras, ¿eh? Espléndido. Eso es precisamente lo que deseo.

—¿Qué?

Veltol se sorprendió por la reacción ansiosa a esta peligrosa charla.


Yactol, blanco fantasmal y tragando con dificultad, dijo:

—Señor Veltol… Lord Stride ha mostrado interés en el tema que preparé para ti. Normalmente, me negué y le dije que ya tiene un com- prador, pero él insistió en hablar contigo personalmente…

—Y así, esperé. Me dignaba esperar, como me dijeron que vendrías, pero nunca imaginé que empezarías a balbucear fuera de la tienda. Un acto patético que me enfurece— Stride sonrió con frialdad.

—Espera sólo un minuto— dijo Theresia con enojo. Ella estaba molesta por la forma en que sus palabras hicieron la luz del momento que había compartido con su padre. No podía quedarse de pie y escu- char esta burla del amor torpe pero inconfundible de Veltol. Pero en- tonces…

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—… ¿Y qué es esto? —Stride preguntó, estrechando los ojos.

—De acuerdo con las costumbres del Reino de Lugunica, te he desafiado a un duelo, joven lobo del Imperio.

Stride estaba mirando un pañuelo blanco a sus pies. Veltol se lo ha- bía lanzado; que había golpeado a Stride en el pecho antes de la deriva en el suelo. Fue, como dijo Veltol, una invitación a un duelo.


—¡Padre…!

Theresia tragó y Yactol de alguna manera se volvió aún más pálido que antes. La expresión valiente de Veltol, sin embargo, no flaqueó ni un poco, y tampoco Stride, así que aceptó el pañuelo.

—Un insulto que una vez se ofreció no puede ser retirado— dijo.

—No tengo intención de retirarlo —respondió Veltol

—. Has aver- gonzado a mi hija, e incluso peor, buscas robar mi regalo para mi es- posa, como un ladrón común. Declaro que no puedo perdonar estas ofensas.

—¡Ha! —Stride exclamó.

—Tales palabras. ¡Has hecho bien incluso para hablarme de cosas tan audaces! —La pasión llegó a la cara de Stride. Miró fijamente a Veltol con respeto en sus ojos, su expresión fría e indiferente se había ido.

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—¡P-Padre! ¡No puedes! ¿Qué esperas…?

—No trates de detenerme, Theresia. Soy miembro de la nobleza de Lugunica. Un hombre de la Casa Astrea. Sé una o dos cosas sobre la espada. Y sobre todo, soy marido y padre.

—¡…!

Veltol rechazó suavemente el intento de Theresia de detenerlo; vol- ver atrás ya no era una opción. Frente a la resolución y la seguridad de su padre, Theresia descubrió que no podía decirle más palabras.

Ella volvió su mirada sobre Stride. La forma en que estaba de pie le decía lo capaz que era. Con la bendición del Santo de la Espada que tenía, Theresia podía juzgar las habilidades de una persona de un vis- tazo. Y su juicio lo mostró.

—Oh…

—No gire sus ojos impertinentes sobre mí, niña. La grosería nunca se convierte en mujer. Pero a pesar de todo, ¿lo vieron tus ojos travie- sos? ¿Viste que no soy apto para ningún duelo?

—¿Qué es esto…?

Theresia apenas podía sacar las palabras. Stride se echó a reír. Luego habló con Veltol, que estaba viendo la charla desconcertada.

—Mi cuerpo está lleno de enfermedades. Incluso moverme es difícil para mí, y mucho menos luchar con espadas. Un duelo sólo podría terminar en tragedia para mí. ¿No estás de acuerdo?

—Eso puede ser así, pero…

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Stride declaró abiertamente lo que Theresia había visto con sus ojos. Lo que dijo era verdad. Theresia había visto que la carne y los huesos de Stride no podían soportar un fuerte esfuerzo físico.

—¿Por qué había aceptado el desafío…?

—Como tal, nomino a un campeón para que tome mi lugar en el duelo. En deferencia a tu espíritu.

En el momento en que Stride dijo campeón, Theresia se dio la vuelta.

—…

De pie detrás de ella había una figura que nunca podría haber ima- ginado hasta ese momento. Era gigante. Casi siete pies de altura, tan imponente que tuvo que estirar su cuello para mirar hacia arriba, tan alto que él tuvo que agacharse para entrar en la tienda. Todo el cuerpo estaba cubierto con una túnica negra, pero Theresia podía sentir la amenaza que emanaba de él.

—Mi campeón— dijo Stride a Theresia, que parece estar cruel- mente fascinado por su reacción.

—Lo contrate como guardaespaldas, pero también es útil en situa- ciones como esta.

Ese fue el momento en que el Santo de la Espada, Theresia van Astrea, se encontró con Kurgan, ocho brazos.

Estas fueron las primeras chispas de la Danza de la Flor de Plata de Pictat.

En el momento en que vio al hombre, una sensación instintiva de pe- ligro se apoderó de Theresia.

Incluso ella, que había vivido con la bendición del Santo de la Es- pada toda su vida, que había estado sujeta al capricho del Dios Espada, no podía reprimir un estremecimiento.

El enorme cuerpo de Kurgan estaba blindado por gruesos músculos retorcidos y cubierto con la capa negra. Su rostro estaba oculto por una capucha, pero lo más llamativo de este gigante eran sus brazos, ocho de ellos, mucho más que cualquier persona normal.

Ella entendió a simple vista, mientras estaba allí con cuatro de sus brazos cruzados, que este hombre era como algo fuera de leyenda.

—Stride— dijo el hombre. Su voz retumbaba como si una montaña estuviera hablando

—Usted me dijo que sólo estaba aquí por negocios. ¿Qué está pa- sando?

—Sabes lo pobre que es el flujo sanguíneo en mi cuerpo, Kurgan— respondió Stride con gracia.

—¿Crees que me emocionaría innecesariamente? Fueron estas cria- turas groseras las que empezaron todo. Es hora de que te ganes tu pago como mi guardia.

—¡¿Kurgan…?!— Theresia exclamó.

El cuerpo del gigante con su imponente aura, la cantidad de armas, todos muy bien señalados a Kurgan de la tribu de muchos brazos.

—¡¿Ocho brazos Kurgan del Imperio Volakia?!

—Oh-oh. No sólo me viste por lo que era, sino que sabes el nombre de Ocho brazos. Me sorprende…, pero tal vez no debería serlo. Una mirada más de cerca te revelará algo. Tienes mi interés

—Concéntrate— dijo Kurgan.

—Esta chica no es un conejo que se puede atrapar.

—Hmph. El hombre de sangre maligna es muy pronto para que usted opine.

El gigante se quitó su capucha, revelando su cara: debajo de ella tenía piel azul y ojos negros, el rostro de un demonio vengativo.

Luego entonces miró a los ojos azules de Theresia.

—Una criatura de integridad, veo, y habilidades inesperadas. ¿Cómo te llamas?

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—…

Theresia vaciló al principio en responder a la pregunta de Kurgan.

Estaba claro con quien estaba tratando. “Ocho brazos” del Imperio Volakia era el apodo de un dios de la batalla que buscaba el título de “Más Fuerte” en el Imperio. Sus hazañas eran conocidas en todo el Reino de Lugunica, de la misma manera que el Santo de la Espada, Theresia van Astrea, era famosa en Volakia.

Si se anunciara descuidadamente, esto se transformaría en una reunión del Santo de la Espada y ocho brazos. Y no se sabía a donde llevaría eso…

Su vacilación se resolvió cuando Veltol dio un paso adelante.

—No puedo soportar que vuelvas tus ojos groseros sobre mi hija. Ella está recién casada, y lo que haces es difícil de perdonar. Además, esta disputa es entre él y yo, y no incluye a ningún campeón ni a nadie más.

Veltol estaba con su amada hija detrás de él, cubriéndola, tratando de cumplir su papel como el retador en el duelo. Al ver la amenaza de él, Kurgan volvió los ojos hacia Veltol.

—…Tu audacia impresiona. Sin embargo, ese hombre no puede servir como su oponente.

—¿No es a crédito de un espadachín que puede evaluar a un opo- nente y saber cuándo dibujar y cuándo envainar?

—Ya veo —dijo Kurgan, bajando la cabeza con evidente admira- ción por la resolución directa de Veltol—. Este fue muy grosero. Per- dóname, espadachín del reino.

Ver a los más fuertes del Imperio disculpándose con Veltol dejó a Theresia sin palabras. Olvidando por completo donde estaba, sólo sentía orgullo por su padre. No tenía talento para la esgrima, rara vez mostraba nada que se acercara al valor, y su desconsiderada sobrepro- tección había sido la causa de más de una discusión entre ellos, pero aquí había una luz brillante que eclipsaba todo eso.

—Entonces déjame preguntar, no en su lugar, sino además, ¿cómo te llaman?

—…Es Veltol, Ocho brazos Kurgan.

Veltol se negó a proporcionar su apellido, ocultando su asociación con los Astrea y los Santos de la Espada. Claramente, tenía las mismas dudas que su hija.

—Hmph. —Stride resopló desinteresadamente, mirándolos

—.Quien quiera que seas, eres una molestia. El orgullo de la sangre… Una fijación que yo mismo no entiendo. Y aquí, su hija está claramente mucho más experimentada con la espada de lo que usted es.

—…

—¿O es cierto que se le permitió abandonar la espada? Si es así, entonces estás loco, y el rey que aprobó tal cosa un gobernante aún más desconcertado de lo que yo había oído.

—¡¿L-lord Stride?! Estamos en Pictat, en el corazón del reino, señor. Yactol se vio atraído por el debate cuando Stride se burló en voz alta primero de Veltol y luego del Reino de Lugunica.

Era blanco como una sábana en la idea de que su tienda podría convertirse en un campo de batalla, y Stride se río del hombre.

—No midan la sangre de la Espada Brillante por las amonestaciones de los tontos, booh!

—Por mucho que sean las motas de polvo bajo nuestros pies, no tememos por nuestro lugar en el sol. Será un duelo. ¡Un duelo para arreglar todo! Un encuentro entre mi campeón, Ocho Brazos, y este que no sabe nada de la hoja, pero que representaría al Santo de la Es- pada.

Ya no podía ocultar la malicia en sus palabras.

—¡Lo supiste todo el tiempo…

Cuando quedó claro que Stride había sabido que Theresia y Veltol eran Astrea, de hecho, que Theresia era el Santo de la Espada, todo cayó en su lugar.

No era nada más y nada menos que la prueba del odio de Stride, nacido del Imperio de Volakia.

—¿Es su intención dañar las relaciones entre nuestros países?! En-tonces este duelo…

—¿Está desanimado? Entonces reclamamos la victoria. Cierta- mente no me importaría en absoluto. Veltol, noble desvergonzado de Lugunica. Por cobardía te has retirado de un desafío que tú mismo has lanzado. Que la vergüenza sea por el nombre de su familia y de la familia de su hija. Le conviene.

Stride era inmensamente fluido en sus insultos y su burla de los de- más. La frialdad había vuelto a su expresión, mientras que la mente de Theresia se había quedado en blanco en una avalancha de emoción.

¿Tuvo que soportar el ridículo de su padre, luego simplemente tra- garlo y marcharse?

Pero parecía que Veltol sintió la misma indignación justa que The- resia.

—Theresia, déjame…

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—¡No…! Simplemente no debe, padre. Sólo aguanta, por favor. De lo contrario, te matarán.

Veltol valoró el honor de su hija más que el apellido, más que si- quiera su propia vida. Theresia tiró de la manga, mordiendo sus labios rosados y sacudiendo la cabeza vigorosamente.

Al ver este debate entre padre e hijo, el dios de la batalla habló som- bríamente.





—En la batalla, no voy a dar ninguna moneda. Esta será mi muestra de respeto a ti.

Esta pose de respeto entre los guerreros era una forma más de aco- rralarlos. Si la amenaza de la vergüenza fuera la mejor manera de cau- sar indignación, Ocho brazos no dudaría en romper a Veltol con ella.

Theresia trató desesperadamente de alejar a su padre antes de que eso pudiera suceder, para ceder este lugar a sus oponentes…

—¿No tienes impulso para tomar la espada en lugar de tu padre deshonrado? —preguntó Stride

—Parece que el Santo de la Espada actual tiene valor. O tal vez su marido es bastante talentoso para mantener a una mujer como tú en la cama

—¡…!

Al momento siguiente, un sonido agudo sonó alrededor de la calle. Era el sonido de la carne que resonó, y Stride de repente tropezó hacia atrás. El puño de un hombre con ojos ardientes había conectado con su rostro, específicamente, el puño de Veltol.

Su padre había sido objeto de burla, su marido menospreciado, y Theresia había llegado a su punto de quiebre. Veltol había actuado y golpeado a Stride antes de que Theresia pudiera hacerlo.

Y entonces, con Theresia mirando sin palabras, Veltol gritó:

—¡Wilhelm es un hombre de los Astrea! No voy a permitir que lo avergüence!

—… Esto será perfectamente el comienzo del duelo —murmuró Stride, limpiando sangre de su labio desgarrado.

Al instante siguiente, hubo una explosión de espíritu de lucha direc- tamente al lado de Veltol.

Esplendido fue la palabra de agradecimiento por su determinación, y poco después vino un puño de hierro.

—Dile a Tishua… Lo siento.

—Espe…

Theresia extendió su mano. Por alguna razón que ella no entendía, la voz de su padre sonaba terriblemente tranquila.

Para cuando Wilhelm oyó la conmoción y volvió corriendo, todo ha- bía terminado.

—…

Cuando se retorció a través de la gente, vio sangre, cantidades gran- des de ella. Podía ver inmediatamente que alguien había sido grave- mente herido.

El revisó el área, pero no vio rastro de la gente que estaba buscando. La amada esposa y el sobrante suegro que había dejado aquí antes no estaban en ninguna parte para ser vistos.

—¡Wilhelm! ¡El hospital! Lady Theresia y Lord Veltol están… Carol, con su rostro oscuro, estaba hablando con el dueño de la tienda. Le dieron la idea y se apresuraron al hospital más cercano.

Cuando llegaron allí, jadeando, llegaron a la sala de espera para encon-trar…

—Oh…

Fue Theresia, estupefacta, quien los vio correr. No tenía heridas ob- vias. Pero su traje de color rosa claro estaba salpicado de sangre. Pa- recía como si hubiera abrazado a alguien sangrando profusamente.

—…

Más rápido que una palabra podría decirse, Wilhelm abrazó a la chica. Theresia había estado a punto de decir algo, pero la fuerza de sus brazos la hizo recuperar el aliento, y entonces ella no podía conte- nerse más. Ella irrumpió en sollozos agitados, lágrimas derramadas de sus ojos.

—¡P-padre, él… Padre… Wilhelm…!

—No llores. Está bien— dijo, acariciando su cabeza. Entonces pre- guntó:

—¿Dónde está tu padre?

Con un dedo tembloroso, Theresia apuntó dentro.

—Déjame manejar esto— dijo Carol, dirigiéndose al hospital

—Tu cuida de Lady Theresia

Wilhelm la vio ir mientras él continuaba consolando a la dolida The- resia y trató de que ella le contara lo que había sucedido.

—Cuando supimos que había algún tipo de problema, volvimos, pero en frente de la tienda, había sangre por todas partes, y tú estabas aquí. Estaba preocupado por tu padre, pero especialmente por ti…

—Estoy… Bien… Pero frente a la tienda, tuvimos una discusión con un hombre que dijo que era del Imperio… No, fue más que eso. Nos había estado cazando desde el principio… Pero, aun así, Padre, él…

—¿A cazarte…?

—Padre lo llevaba todo. Vio lo que buscaban y supo que no podía dejarse arrastrar… No importa cuánto se burlaron de él, todavía… Pero cuando se burlaron de ti, Wilhelm…

—…

—Padre… Padre dijo que eras un hombre de los Astrea…

Cuando Theresia, enterrada en su pecho, le dijo eso, Wilhelm fue golpeado sin palabras. Sintió que su pecho se humedecía de las lágri- mas de su esposa, y su calor alimentó el creciente fuego en su corazón. Pero antes de que pudiera tomar forma completa.

—Lady Theresia, han terminado de curar a Lord Veltol. Ven a su habitación.

—¡…!

Cuando Carol habló, la cabeza de Theresia se disparó. Ella comenzó a tambalearse inconstantemente a través del hospital, y Wilhelm hizo lo posible para seguirla.

—Wilhelm —dijo Carol—. Quiero hablar contigo.

—¿Cómo está? —Wilhelm preguntó con un tono firme.

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—No es bueno— murmuró Carol, tocando su cabello dorado

—El hospital tiene un excelente sanador, por lo que su vida al me-nos se salvó…, pero sus heridas no son el problema. Es otra cosa.

—¿Qué pasa?

—Su puerta está seriamente agotada. No es natural. Creo que es, como digo, una maldición.

La voz vino de detrás de ellos, de un hombre que acababa de entrar en la sala de espera.

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