Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 2: El día de la boda

Parte 5

 

 

Su nombre era Tishua Astrea. La esposa de Veltol y la madre de Theresia

—Madre.


—Tú también, Theresia. No te ensucies esas mejillas. Te crie para que fueras una cosa dulce, tu Wilhelm caerá en amor si haces esas caras todo el tiempo.

—Wilhelm nunca dejaría de amarme… Creo que…

—No es maravilloso. ¿Y tú, querido?

Tishua sonrió ampliamente por la evidente afición de su hija por Wilhelm, y luego miró a su propio marido. La mirada fue suficiente para poner Veltol de nuevo en sus talones, saludando con firmeza.

—A-ahora, sólo un minuto, Tishua. Esto es, ya sabes, todo es un


error… Sí, eso es todo, un malentendido.

—¿Es eso así? Quieres decir que estabas demasiado solo para dejar que tu hija se casara y así acosaste a su futuro esposo en todas las maneras que pudieras soñar, incluyendo forzarlo deliberadamente a una misión militar que entrará en conflicto con la fecha de la boda en sí, y luego fueron descubierta por su hija, que ahora está amenazando con dejar a su propia familia…, ¿pero todo es simplemente un malen- tendido?

—Argh…

El ataque de Tishua se marchitó aun más que el de su hija, y la única respuesta de Veltol fue caer de rodillas. De hecho, si alguien más hu- biera escuchado la lista de las fechorías del hombre, se habrían sor- prendido.

Tishua suspiró a su esposo, y luego se volvió hacia su hija.

—Lo siento mucho, Theresia. Además de ser bastante mezquino, este hombre es inmensamente mezquino y no podía pensar que salía de una bolsa de papel, y ha llevado tantos problemas para ti y para los tuyos.

—Er… Madre, ¿no eres normalmente un poco más dura con papá…?

—¿Ves algo en sus acciones para apoyar?

Las tres mujeres, si no el propio Veltol, podían estar de acuerdo en que no había absolutamente nada.

Bajo el ataque combinado de su esposa, su hija y una niña que era como una hija, Veltol encontró su orgullo tirado en el suelo. Pero in- cluso cuando lo encontró, se las arregló para mirarlos a los ojos.

—B-bien, di lo que quieras. Pero no cambiará los hechos. Si ese joven no está aquí a tiempo para la boda, será un gran problema contra nuestra casa. Y entonces nunca podríamos soñar con consentir este matrimonio. Nunca te casarás, Theresia…!

—Pero ¿por qué harías…? Padre, ¿quieres retenerme en mi vida?¿Por qué?

—Eso no es algo de lo que debamos hablar todavía.

—Oh, para ya con ese acto. No quieres dejar ir a tu querida y dulce hija. Y no te detendrás ante nada para mantenerla.

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—¿Madre?! ¿De qué lado estás?

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—Que pregunta. De mi hija, por supuesto que de tu lado.


—¿Qué? ¿Qué tal?! ¡¿Pero por qué?! Eres mi esposa, ¿verdad?

—¿Pensaste que una esposa siempre debe seguir ciegamente a su marido? Que fantasía tan encantadora.

Atónito por la lengua afilada de Tishua, Veltol encontró su barco figurativo hundiéndose una vez más. Su reacción hizo evidente que sus motivaciones eran precisamente lo que Tishua había alegado.

—Pensamientos superficiales, objetivos superficiales, un hombre

superficial…— Carol sonaba exasperada.

—Para ser justos, eso es parte de lo que lo hace adorable— dijo Tishua, mirando mal a su marido.

La relación entre los dos era algo difícil de entender, pero estaba lo suficientemente claro como para que Tishua realmente amaba a Vel- tol. Incluso Carol, que los conocía durante tanto tiempo, estaba per- pleja por ese hecho, pero así va…

—Puede ser adorable para ti, madre, pero para mí, es espantoso. No sé en qué rasgos puede estar Wilhelm gracias a los ridículos planes de papá…

—Como dije, no hay mucho para este hombre. No es capaz de nada realmente terrible. Sólo unas pequeñas tácticas dilatorias a lo largo de la carretera… trampas menores, nada que realmente podría detener al niño. Si tuviera que decir, yo llamaría a esto la última lucha inútil de mi marido.

—¿Su última lucha? —Carol frunció la frente ante el intento de Tis- hua de calmar la ansiedad de Theresia.

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Tishua miró con calma a Carol desde debajo de sus largas pestañas y dijo:

—Así es, el último. Quiere poder sostener la cabeza como un hom- bre de la familia Astrea, para poder decir que puso a prueba al futuro esposo de su hija hasta el amargo final.

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—Oh…— Theresia y Carol miraron a Tishua con sorpresa.

Fue, decía, el último pedacito de travesura del padre de Theresia, el último hombre de la familia Astrea después de la muerte de los her- manos de Theresia en la guerra civil.

—El élder Hermano Támesis —dijo Theresia

—. El élder Carlan. Y Cajiress…— Miró al suelo, hablando los nombres de tres de los que habían muerto en la batalla. Parecían buenos hermanos, reflexionó Carol. Por lo menos, todos habían amado a Theresia.

Después de nombrar a sus hermanos difuntos, Theresia miró a Tis- hua.

—Si mis hermanos estuvieran vivos…, ¿crees que se habrían opuesto a mi matrimonio?


—Supongo que no sé. Esos chicos nunca fueron tan tontos como Veltol, así que no creo que hubieran hecho algo tan ridículo como esto…, pero lo habrían probado, estoy seguro. Para ver si tu Wilhelm podría traerte felicidad.

—Ya lo hizo, hace mucho tiempo. Tishua sonrió a este susurro de Theresia.

—Sería para asegurarse de que podría seguir haciéndolo. —Se acercó a su marido colapsado, colocando una mano sobre su hom- bro—. Ahora creo que ustedes dos tienen una boda para la que pre- pararse. Es el trabajo de un largo día, haciendo que una novia sea tan hermosa como pueda ser para su matrimonio.

—Sí, madre. Pero ¿qué pasa con mi Padre…?

—Como dije, este es su último acto de resistencia. No dejaré que se salga con la suya. Y tu querido novio podrá hacer sus pequeñas tareas. ¿No crees?

Theresia reaccionó reflexivamente a la provocación de su madre.

—Por supuesto que sí —Luego frunció el ceño—. Pero, madre.

Para cuando se dio cuenta de que estaba en la palma de la mano de su madre, ya era demasiado tarde. Había sido despojada de su razón para acorralar a Veltol.

—¡Padre realmente necesita arrepentirse! ¡Esta vez estoy muy, muy enfadada!

—Voy a pensar en…, ¡bien! ¡Entiendo! ¡Me arrepiento! Realmente me arrepiento de mis acciones! —El desafío de Veltol se convirtió en una rendición genuina bajo la presión de Theresia. Su hija lo esnifó, y Carol se encogió de hombros.

—Dios, estoy cansada ahora…— Theresia dijo.

—Estuviste increíble —dijo Carol—. Estoy más bien esperando a que sea mañana ya mismo— Una sonrisa delgada jugó a través de sus labios.

Theresia levantó una ceja.

—¿Así que crees que Wilhelm lo hará, también, Carol? Estoy un poco sorprendida…

—Bueno, él tiene a Grimm con él. Ahem, eso es una broma, pero sí, creo. Ese hombre… Wilhelm… estará allí para tomarte como su novia.

En la mente de Carol, estaba revisitando el día que el Santo de la Espada, Theresia, se convirtió en una chica normal. No era Theresia sola quien había sido salvado por Wilhelm ese día. Ella nunca había hablado de ello, y por toda su vida nunca lo haría, pero él también había salvado a Carol.

La pasión del Demonio de la Espada en ese día, la forma en que luchó, permaneció quemada en el ojo de su mente.

—Así que, Lady Theresia, preparémonos para mañana. Es como dijo Lady Tishua, serás la mujer más hermosa del mundo mañana. Permítame ayudarle.

—Carol…

—Lo único que creo es el hombre que tendré que darle a mi Lady Theresia.

—Yo siento lo mismo.

—¡Padre!

Carol simplemente estaba tratando de ocultar su vergüenza, pero Veltol, rápido para recuperarse, estuvo de acuerdo con ella. Sus pala- bras provocaron un grito y un rubor de Theresia. Detrás del enrojeci- miento en su rostro, sin embargo, había menos ira y más una antici- pación apremiante del día siguiente.

—Estaré esperando…— Theresia susurró, aún sonrojada, a alguien ausente que le importaba profundamente.

Ese precioso, precioso hombre superaría toda la interferencia mez- quina de Veltol para estar allí en la ceremonia de la boda al día si- guiente, para tomarla como su novia. De eso estaba segura.

***

 

 

Más o menos en el mismo momento en que su novia estaba en la capital, declarando su fe inquebrantable en él…

—…Maldita sea, el aire huele a tierra— El joven escupió en el suelo con un toque de frustración, apretándose el cuello para echar un vis- tazo. Pero la vista por sí sola era de valor limitado en una cueva sin luz encerrada en gruesas paredes de roca. Tuvo que encontrar su ca- mino en gran parte por aberturas, siguiendo lo que la brisa podía sentir y un rayo demasiado delgado de esperanza.

Estaba en la montaña Cordoro, cerca de Cramlin, una ciudad al sur- este de la capital, en una cueva conocida como la Guarida de la Serpiente de la Tierra. Se consideraba tan peligrosa que los lugareños nunca se acercaron a él. Y con medio día para su boda, Wilhelm se encontró sellado en el interior, literalmente perdido en la oscuridad.

Todo había comenzado varias horas antes. Aparte del retraso en Furoul, la patrulla frenética del Escuadrón Zergev había estado fun- cionando sin problemas. Pasaron por Milgre, famoso por sus molinos de viento, y Bonobo, famoso por sus destilerías, en poco tiempo, y pronto llegaron a su destino final de Cramlin.

El problema se produjo cuando se presentó al escuadrón un in- forme que indicaba que varios niños locales habían desaparecido. Ha- bía todas las posibilidades de que simplemente estuvieran jugando, o se habían perdido, o estaban haciendo una broma. Pero si alguna emergencia les había sucedido, entonces estaba muy dentro del man- dato del escuadrón como guardianes de la seguridad pública.

—Capitán, si pasamos tiempo aquí, estaremos…

—Tarde para la boda. Lo sé. ¿Y qué le voy a decir a Theresia?

¿Abandoné a un montón de niños para poder estar contigo? Ella per- sonalmente me cortaba a mí y a todos los miembros de este escuadrón.

“Eso es seguro. Y Carol también se enojaría conmigo”

Tal fue la evaluación del Escuadrón Zergev de la situación de los niños desaparecidos. Wilhelm estaba firmemente en contra de dejar el deber en favor de priorizar la boda, y ni un alma se pronunció en su contra. En su lugar, se ponen a trabajar lo más rápido posible.

Encomendaron a los lugareños que buscaran en la ciudad, mientras que el Escuadrón Zergev revisaba el campo circundante. Eso fue lo que los había llevado a descubrir las pistas cerca de la montaña Cor- doro y a seguirlas a los niños, que habían caído en la cueva.

En ese momento, habían estado en Cramlin durante dos horas, una cantidad dolorosa de tiempo, pero no una pérdida irrecuperable.

Aliviado, Wilhelm planeó subir a la cueva y ayudar a cada uno de los cuatro niños a salir, y luego regresar a la ciudad.

Al menos hasta el momento en que ocurrió el terremoto, colap- sando la entrada a la cueva.

Empezó con sólo un pequeño temblor y una pequeña grieta; luego los temblores se hicieron más grandes y la grieta se hizo más amplia hasta que, en un granizo de polvo y tierra, la antigua entrada se con- virtió en nada más que una pared sin características.

En la cueva sólo estaba Wilhelm, el último de los cuatro niños, y Grimm, que había estado atrapando a los niños pero había caído du- rante el terremoto.

Varias horas más tarde, los tres todavía estaban dentro viendo a tra- vés de la oscuridad.

—Abran muy bien sus ojos para ver cualquier cosa —Wilhelm mur- muró en la oscuridad de tono

—. Pensé con seguridad que esto sería más rápido que tratar de cavar la entrada…, pero estoy empezando a pensar que habría sido más inteligente esperar ayuda.

Como si estuviera en reproches, vino un sonido de metal que resonó de las paredes de la caverna.

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El clamor estaba protestando por Grimm. Estaba golpeando la placa de metal atada a su pierna izquierda como para decir firmemente:

“No te rindas”

Ya que estaban preparados para una variedad de circunstancias, in- cluso sin palabras los dos podían manejar un mínimo de comunica- ción, pero hacía que las interjecciones de Grimm fueran mucho más físicas y ruidosas que cuando simplemente podía escribirlas. Wilhelm ciertamente no había necesitado Grimm para decirle que no se rinda; sólo quería estar libre de la cueva, y hacer un sonido metálico, tan rápido como es posible.

Tal vez fue una bendición que el niño que tenían con ellos se hu- biera desmayado durante el colapso y permaneciera inconsciente. Grimm llevó el pequeño cuerpo con él, Wilhelm yendo a explorar la cueva, siguiendo la brisa que sopló a través de los túneles con la espe- ranza de encontrar otra salida.

—…

Hora tras hora se deslizó implacablemente. Apenas había luz en la cueva, y la velocidad de su búsqueda ni siquiera podía igualar el ritmo de un caracol. La impaciencia comenzó a apoderarse de ellos.

La hora del fuego había casi pasado cuando habían llegado a Cram- lin; por ahora, el sol debe haberse ocultado afuera y la temperatura comenzó a bajar. La brisa que entraba en la cueva se enfrió, y su situa- ción creció ligeramente pero constantemente peor. Casi se desesperan de que alguna vez llegarían a tiempo para la boda. Pero entonces…

—Oye, no te adelantes demasiado. Es una mala zona. Si el suelo de debajo de ti se agrietas, te caes, no puedo prometer que podré resca- tarte.

Grimm, su aliento se estaba acercando, se movía más rápido. Pare- cía más molesto que Wilhelm, el hombre cuya boda iban a extrañar, lo que desconcertó a Wilhelm. Como todos los demás en el Escuadrón Zergev, Grimm había dado su bendición a la unión entre Wilhelm y Theresia, y era obvio que quería volver a la capital lo más rápido po- sible.

—Pero esto no es como tú. Normalmente eres todo seguro, pri- mero, asegurándote de sobrevivir antes que cualquier otra cosa. ¿Y aquí es cuando decides ponerte nervioso?

—¡…!

Grimm miró hacia atrás, sorprendido por las palabras de consuelo que no estaba acostumbrado a escuchar de su hermano mayor de ar- mas. Su rostro era invisible en la oscuridad, pero su mirada se sentía enojada. ¿Cómo puedes actuar tan despreocupado? Parecía estar pre- guntando.

A este ritmo, llegarían tarde a la boda. Sin embargo, Wilhelm no mostró signos de consternación; su temperamento no se había acor- tado. Obviamente estaba impaciente, pero eso fue hasta donde llegó. El examinó los hechos.

—Incluso si me perdiera la ceremonia, ella y yo ya sabemos cómo nos sentimos realmente. Mientras esos sentimientos no hayan cam- biado, no hay razón para que me desespere.

—…

—Además, no tengo intención de llegar tarde. Voy a convertirla en mi novia. Voy a volver a casa. Le prometí que haría esas dos cosas. Si no cumpliré esas promesas, probablemente nunca podré volver a co- mer de su cocina.

Wilhelm hablaba con valentía ante el abatido Grimm. Sólo por un segundo, Wilhelm tuvo la impresión de que Grimm fue sorprendido por sus bromas indiferentes. Pero pronto, llegó un largo suspiro, una respuesta muy en el carácter de Grimm.

—…

—No me mires así. Sé lo que estás pensando, aunque no pueda verte a ti o a tu pedazo de papel. Y tampoco tenemos tiempo para charlar, ¿Me equivoco?

El borde había desaparecido del aura de Grimm y fue reemplazado por algo más suave, pero Wilhelm lo quitó y reanudó la búsqueda en la caverna. Asumió que Grimm simplemente se encogió de hombros con sus palabras y volvió a mirar también, o debió haberlo intentado, pero luego vino un débil—: ah…— en la oscuridad.

El sonido vino de la dirección de Grimm, del chico que llevaba en su espalda. El niño antes inconsciente cambió, recuperando lenta- mente la conciencia.

—¿Ah, oh…? ¿Huh…?

—…Estás despierto, ¿eh? Hazme un favor y trata de no hacer de- masiado ruido— dijo Wilhelm con calma. Podía sentir la confusión del chico. El niño recogió en la manera suave de Wilhelm como Grimm lo puso en el suelo; buscó a los dos en la oscuridad, diciendo:

—“Dónde estamos…? ¿Quiénes son ustedes, señores?

—¿Nosotros? Somos de la capital. Vinimos a buscarte. Estamos en una cueva en una montaña. Te estábamos buscando a ti y a tus amigos. ¿Me sigues?

—Oh, estamos en la Guarida de la Serpiente de la Tierra… Así que esta cueva debe ser…— El niño comprendió por la explicación de Wilhelm donde estaban, y le asustó terriblemente.

—Tienes que mantener la calma. Tienes razón, esta es la cueva que llaman la Guarida de la Serpiente Terrestre. La entrada se derrumbó, y estamos buscando otra salida… ¿Por qué viniste aquí de todos mo- dos?

—…Los adultos nos dijeron que no viniéramos aquí.

—Tiene sentido. Todos ellos, pero nos dijeron que vinieron aquí.

—Pero ha habido tantos terremotos últimamente… Mi abuelo me contó una historia una vez. Dijo que la serpiente terrestre honrada que vive en la montaña causa terremotos. Así que…

El chico se fue, pero Wilhelm tomó su significado.

—Viniste a matar a la Serpiente Terrestre. Terriblemente valiente.

Había hablado demasiado pronto. Con una nota de pánico en su voz, el niño dijo:

—¡N-no! Queríamos traerle una ofrenda para que dejara de golpear!

—Luego le atravesó la bolsa. Tiró algo al suelo, y un instante después, había una luz brillante. Era una luz fuerte, la primera que habían visto en varias horas, y Wilhelm y Grimm gruñían.

—…Trajiste ragite, ¿eh?

—Por supuesto que lo hicimos, es una cueva después de todo. ¿Por qué no trajo algunos, señores?

—…

Wilhelm y Grimm intercambiaron una mirada agria a que un niño los llamara por su falta de preparación. Pero en cualquier caso, gracias al chico, ahora tenían algo que ver. Esto haría su búsqueda considera- blemente más fácil.

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Wilhelm le quitó la mano, y el niño a regañadientes entregó la pie- dra. Un cristal de ragmita. Wilhelm sintió lo que brillaba en su mano al decir:

—Admiro el espíritu que tú y tus amigos mostraron, pero eres de- masiado débil para este trabajo. Trabaja en tu habilidad con la espada antes de volver a hacer algo como esto para que no causes este tipo de problemas para todos.

—Er… Sí, señor. Lo siento. —El chico colgó la cabeza, el consejo algo inesperado. Ahora, sin embargo, entre la luz y el viento, podrían ser capaces de encontrar de dónde venía la brisa y descubrir una salida. Wilhelm temía pensar cuanto tiempo habría pasado cuando final- mente emergieron…

—Pero nos preocuparemos por eso cuando salgamos. Por mucho que odie las supersticiones como la Serpiente Terrestre.

Los niños habían estado, a su manera, pensando en la ciudad

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