Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 1: ¿Qué pasó con ellos?

Parte 4

 

 

Tal como lo había prometido, Wilhelm regresó a casa cuando el sol estaba a medio esconder en el cielo occidental.

Aunque tal vez “hogar” no es la palabra correcta, pensó para sí mismo. Era la casa de Theresia. Todavía, como ella lo saludó, Theresia estaba de gran ánimo.

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—Bueno, llegaste a casa, como dijiste que lo harías. Bien por ti, cumpliendo una promesa.

Escuchando eso, Wilhelm no sintió que tenía que pensar en esto como algo más que volver a casa.

Cuando Theresia lo hizo entrar en la sala del comedor, Wilhelm se sorprendió. La mesa no era muy grande, pero cada centímetro de ella estaba lleno de comida. Los platos incorporaban todos los colores del arcoíris, y Wilhelm no podía evitar estar impresionado al darse cuenta de que las afirmaciones de Theresia sobre su cocina no habían sido alardeadas. Pero, aun así.

—¿Hiciste todo esto? ¿Cómo vamos a comerlo? Hay demasiado para sólo dos personas.

—Está bien. Carol y Grimm nos acompañarán más tarde, y creo que cuatro personas deberían ser capaces de comer todo esto, ¿no? Además, no sabía lo que te gusta comer, así que… Bueno, quería que lo disfrutaras, así que hice todo lo que pude. Creo que algo aquí debe- ría ser de tu gusto, ¿no?

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—No tengo gustos o disgustos en particular cuando se trata de co- mida.

—Entonces, ¡¿por qué me molesté en hacer todo esto?!

Parecía ser demasiada comida incluso para cuatro personas, pero tal vez Carol o tal vez la propia Theresia tenía un apetito inesperadamente grande. Wilhelm podía comer más que la persona promedio, y Grimm un poco menos.

—Me sorprende que seas tan buena cocinera… y que no simple-mente tengas a tus sirvientes para hacerlo.

—Se lo que quieres decir. No me gusta hacer que la gente cuide de mí. Quiero hacer lo que pueda por mí misma. Por lo tanto, solo pido lo mínimo de ayuda para que se ocupen de estos apartamentos, de todos modos, no es como si estuviera por aquí mucho tiempo— The- resia rasco su mejilla pálida con un dedo, una expresión sincera apare- ció en su rostro.

Esta mansión fue una de las recompensas dadas a Theresia, el Santo de la Espada. No fue una de las cosas que había recibido después del final de la guerra civil; se le había concedido inmediatamente después de su primera batalla. En otras palabras, este lugar había pertenecido a ella durante los últimos dos años.

La crueldad de la vida le impidió ocupar su vida. Significaba que había estado de batalla en batalla, luchando constantemente que nunca había vuelto a casa.

Fueron los pequeños hechos como este que trajeron la vida de The- resia como el Santo de la Espada a la vista. Y cada vez que reflexio- naba, Wilhelm pensó: que no podía dejarla sola.

Nunca más puedo dejarla sostener una espada que no desea.

—… ¿Wilhelm? —Theresia lo miraba con los ojos abiertos.

Wilhelm colocó su mano sobre su mejilla. Sus dedos se deslizaban sobre su piel suave, y sus ojos se centraron en sus labios observando su aliento. Sus labios rosados y su cuerpo cálido, como deseaba abra- zarla, para demostrar la fuerza de lo que sentía.

—W-Wilhelm… No, mira, Uhm, l-la cena se enfría…

—Dijiste que estaría bien aún fría.

—¡P-pero, pero! Aun así, creo que la comida es mejor caliente, ¿no? Su voz dio una nota inusual a medida que se acercaba. Él cepilló el pelo rojo de la chica tartamudeando, teniendo cuidado de no arruinar el brillo suave de la misma como él la sostuvo.

El olor, el latido del hombre que adoraba, llenó los ojos de Theresia con una emoción floreciente; su aliento se volvió caliente.

—¡No, no podemos! ¡Carol y Grimm vienen!

Al final, su automoderación ganó, y ella se alejó del pecho de Wilhelm. Aún ruborizada, se arregló el pelo mientras se levantaba, controlando su respiración.

—No podemos, hoy no. Vamos a disfrutar de una buena comida, nosotros cuatro. Hay mucho de qué hablar… ¡Sí! ¡Muchísimas de co- sas! ¿Correcto? ¿Cómo lo que has estado haciendo en los últimos dos años, ese tipo de cosas?

—No creo que nada que mencione lo vuelva una muy buena con- versación de la cena— Wilhelm estaba un poco puesto a recibir el hombro frío.

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—¡Eso no es verdad! —Theresia respondió con un tono vigoroso saliendo de su cabeza.

—Dos años es mucho tiempo. Tanto sucede, y es natural que los sentimientos cambien…

—No lo han hecho.

—¡Y me alegro de saberlo! Pero vamos, dos años… Hey, sabes, fue una gran suerte que regresaras a la capital justo el día de la ceremonia.

—No fue suerte. Todo el país estaba hablando de ti…

—¡Oh! Sí, sí, claro…

Theresia no era muy buena ocultando lo que pensaba, y sus respues- tas ya habían comenzado a ser incoherentes. Wilhelm sonrió un poco en su confusión, pero también estaba perplejo por ella. Realmente no fue suerte que hubiera estado en la ciudad para la ceremonia; había llegado deliberadamente a tiempo. Pero fue más que un chisme que había ayudado a asegurar su llegada. En realidad…

—A lo largo de los dos años, oí hablar de ti todo el tiempo de Ros- waal.

—… ¿Todo el tiempo?

—Sí. Vagué por todo el país durante los últimos dos años, pero esa mujer siempre logró encontrarme y ponerme en contacto. Es gracias a ella que fui capaz de ir a la ceremonia, así que supongo que le debo un poco de gratitud.

Mientras hablaba, Wilhelm vio en su mente a la mujer con el pelo largo, índigo-Roswaal J. Mathers. Cada uno de sus ojos era de un color diferente, y ella era alguien que Wilhelm había conocido desde el prin- cipio en la guerra, aunque no había sido particularmente complacido con él.

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Wilhelm tuvo que tener cuidado cuando vio a Roswaal; ella siempre parecía estar tratando de meterse en sus asuntos.

Ella había sido la única visitante de Wilhelm durante sus años pró- digo y se había reunido con él muchas veces; ella lo actualizaría en el estado del ejército real o como estaba Theresia. Él siempre la reani- maba, pero nunca se desalentó.

De hecho, fue debido a uno de los informes de Roswaal que

Wilhelm fue capaz de llegar a la ceremonia antes de que comenzara…

—Así que hablaste con una mujer, todo el tiempo, durante dos años…

—¿Theresia…?

—Wilhelm, ¿me das tu mano por un momento?

—¿…?

Al principio, no estaba seguro de que estaba murmurando, pero luego vio su rostro mostrar una sonrisa. La ceja de Wilhelm se levantó, pero él le dio la mano como ella preguntó.

Theresia dio un giro de su muñeca, y de repente el mundo de Wilhelm se volvió al revés.

—¡¿Hrr, Ahg?!

—No me siento muy bien —dijo Theresia—, así que voy a mi ha- bitación. ¡Tú, Carol y Grimm podéis disfrutar de la cena juntos!

—Espera, ¿quieres decir que estás enferma o que estás enojada?

—¡Hmph!

Theresia no ofreció ningún cuarto a Wilhelm, así que con su trasero en el suelo. Observó que su cabello rojo se retiraba del área del come- dor en medio de un furioso clic de tacones altos, dejando a Wilhelm parpadear en total confusión.

—¿Qué demonios…?

—¿Qué era ese alboroto?! ¿Qué pasa? Wilhelm, ¿te has caído?

Wilhelm estaba sentado allí de una forma tonta, todavía no estaba seguro de lo que había causado el estallido enfurecido de Theresia, cuando Carol apareció, habiendo oído la conmoción. Por detrás de ella, Grimm miró a Wilhelm con una mirada dudosa, y luego se quedó botado cuando vio la mesa.


—¿Qué le ha pasado a Lady Theresia? No me digas que algunos semihumanos rebeldes han venido a vengarse de…

—No, no, no es nada tan ridículo como eso. No sé el porqué, pero ella se enfadó mucho, y luego me aventó… ¡Ella me tiró!

—¡Ahora no es el momento para su orgullo! Se necesita mucho para enfadar a Lady Theresia. ¿Qué hiciste? ¿Qué has dicho? ¡¿Por qué la hiciste enojar?! ¡Confiesa!

Carol interrogó a Wilhelm, todavía tambaleándose del shock de su derrota. Carol nunca fue el tipo que controlaba bien su temperamento, y nunca fue más impaciente que cuando Theresia estaba involucrada. Grimm trató de calmarla, pero ella lo apartó, apuntándolo con un dedo en Wilhelm.

—¡Dime exactamente lo que pasó! Después de oír cada última pa- labra, decidiré si cortarte la cabeza o encontrar otra forma de matarte.


—Cálmate ya. Todo lo que hice fue hablar un poco sobre los últi- mos dos años. Como los pasé vagando por todo el país, y vi a Roswaal unas cuantas veces, y luego el día de la ceremonia.

—¡¿Lady Mathers?! ¡¿Mencionaste a Lady Mathers?! ¡¿Dijiste que la conociste varias veces?!

—No es como si hubiera salido de mi camino para reunirme con ella. Ella me encontraría de cualquier forma…

—Eso es suficiente, ¡perro! ¡Fui una tonta al confiar en ti!

Wilhelm quedó impactado por este inesperado desprecio. Carol ni siquiera lo miró mientras se alejaba fuera del área del comedor en di- rección a la habitación privada de Theresia.

—¡Lady Theresia! ¡Lady Theresia! ¡Mantente firme! ¡Carol está aquí! Ella se retiró ruidosamente por el pasillo y desapareció del área del comedor después de ir con Theresia. Wilhelm la vio irse, todavía en el suelo y todavía en silencio.

—…

Grimm, que no había aportado nada en esto, le dio una mano a Wilhelm. El otro joven la tomó y suspiró, llegando a sus pies.

—… ¿Qué?

—…

Grimm miró silenciosa y culposamente a Wilhelm. Él respondió con una voz a la vez agudo pero desanimado.

—¿Crees que esto es mi culpa?

“Todo es culpa tuya”

La hoja de papel apareció tan rápido que era posible que Grimm lo tuviera listo por adelantado.

—Maldita sea.

Wilhelm agarró el papel y lo rompió furiosamente. Luego recogió los trozos antes de volver frustrado a la mesa de la cena.





Numeraban sólo dos, y el enemigo estaba enfrente, pero, aun así, tendrían que derrotar a esos platos de la mesa.

—Tú y yo vamos a encargarnos de esto juntos… y no voy a escu-

char ninguna queja.

—…

Grimm sólo podía encogerse y sentarse. Wilhelm se sentó frente a él, y ambos juntaron sus manos en un breve gesto de agradecimiento antes de que se hicieran cargo de sus acciones.

Todo estaba todavía caliente, y cada nuevo plato deleitaba la lengua de Wilhelm. Sin embargo, ahora se sintió más solitario que si la comida se hubiera enfriado.

***

 

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Al final, Theresia no saldría de su habitación, y el malentendido no se resolvió esa noche.

—Hmph. No es que esté seguro de que esto haya sido un malen- tendido.

El comentario hilarante vino de Carol, que al menos había mostrado para el desayuno. Después de seguir a Theresia a su habitación y pasar toda la noche escuchando lo que había sucedido, la fría belleza de ella no estaba haciendo ningún esfuerzo para ocultar su hostilidad hacia Wilhelm. Ella siempre había sido hacia él, pero ahora su mirada era más aguda que nunca.

—…

—Oh, Grimm, lo siento. Debí haber sido el que hiciera el desa-

yuno…

“No te preocupes”

El peligroso aspecto de Carol se suavizó al leer la hoja de papel de Grimm.

El desayuno en la mesa era el trabajo de Grimm, que llevaba consigo una sonrisa. Sus habilidades culinarias aún estaban por varios pasos debajo de Theresia, pero él había estado a cargo de provisiones para el Escuadrón Zergev, y las cosas que preparó no eran nada para des- preciar. Por lo menos, fue mucho mejor que cualquier cosa que Wilhelm podría haber hecho.

“Después de todo, soy el hijo de un posadero”

Grimm parecía francamente complacido consigo mismo mientras Wilhelm lo veía escribir. Luego se sentaron a comer los tres, sin The- resia.

—Entonces, ¿qué? ¿Estuviste ahí toda la noche, y todavía no la hi- ciste salir de su habitación?

—Eso es ya que lady Theresia está profundamente herida. Y toda la culpa es de tu actitud y tu comportamiento escandaloso. Ten un poco de vergüenza.

—No se puede ir por ahí acusando a la gente. No te dejes llevar. Carol y Wilhelm estaban en eso ya, antes de que el desayuno co-menzara.

La relación entre los dos y la ausencia de Theresia fue tremenda- mente complicada. Lo único que estaba seguro era que ella era muy importante para ambos. Eso fue exactamente lo que los hizo tan com- plicada esta mañana.

Sólo se tomó una chispa para encender una explosión, y la mesa de desayuno parecía que se convirtió en un campo de batalla…

“Es suficiente”

Un trozo de papel con las mismas palabras escritas en ambos lados fue dado entre ellos. El portador del escudo silencioso miró a su com- pañero de guerra y luego a su amante, luego señaló a la mesa para que la pareja silenciosa pudiera ver.

Su significado era lo suficientemente claro: vamos a dejarlo de lado y comer.

Carol se inclinó rápidamente y se disculpó con Grimm que tenía una cara severa.

—…Lo siento, no quise estar tan amargada. Vamos a desayunar. Grimm aceptó la disculpa de su amante con una sonrisa tranquila.

Luego miró una vez más a Wilhelm.

—…

La delgada línea de sus labios era muy parecida a la mirada que le había dado a Carol, pero faltaba el impulso decisivo. Obviamente,

Wilhelm no era alguien para ser intimidado, pero tampoco podía dis- cutir sobre quien estaba mal aquí.

—…Lo siento— dijo, mirando hacia fuera y exhaló. Grimm dio una media reverencia satisfecha.

Entonces, superado por Grimm, Wilhelm finalmente se fijó en co- mer.

—No he probado esto durante mucho tiempo— dijo, sorprendido por lo agradablemente familiar del sabor de la sopa salada en su len- gua.

La sopa salada de Grimm había sido la comida seleccionada para todo el grupo cada antes o después de haber regresado a casa de una expedición. Tal vez había una regla de que ser el hijo de un posadero era necesario para hacer algo tan delicioso de lo que pasó a estar por ahí.

La felicidad de Grimm llegó a sus ojos mientras veía la boca de Wilhelm relajarse en una sonrisa por el sabor familiar. Entonces Grimm comenzó a escribir en un pedazo de papel nuevo.

“No pude preguntarte anoche, ¿regresas al ejército?”

La pregunta en la hoja de papel que le fue entregado era sobre lo que Wilhelm planeaba hacer continuación. La energía con la que es- cribió Grimm, los trazos nerviosos y anchos de su letra, mostró lo interesado que estaba en esta pregunta. Probablemente apenas había sido capaz de contenerse mientras esperaba para preguntar.

No había ningún momento tranquilo para hablar en la noche ante- rior cuando los dos se habían centrado en comer suficiente comida para alimentar a cuatro personas y más.

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Wilhelm terminó lo último de su sopa, luego dijo al emocionado Grimm:

—Hablé con Burdeaux al respecto, pero no hay ningún dato. Pero me dio un maldito regaño. Actuó como si fuera el dueño del lugar.

—Eso es porque básicamente lo es —Carol interrumpió—. Consi- derando las acciones de Lord Zergev en la guerra civil, incluso están pensando en pedirle que acepte un puesto en la sede. Eso sería inusual para un noble, sin embargo. Así que he oído que hay una oferta no oficial en la mesa a la espera de su abdicación de su puesto…

—Parece que sabes mucho sobre él, Grimm se va a volver celoso. Wilhelm se burlaba constantemente del discurso sobre la promo-ción de Burdeaux como del considerable conocimiento de Carol sobre la política interna del Reino. Su sarcasmo, sin embargo, fue dirigido a las próximas palabras de Carol.

—No puedes ser miembro de una casa como la mía sin aprender algo sobre política. Aunque no sé qué será de eso si Lady Theresia abandona su posición como el Santo de la Espada.

La opinión de Carol sobre la posición y el título del Santo de la Espada, que Theresia obtuvo, era, por supuesto, ningún asunto pe- queño para Wilhelm.

—Wilhelm. Quiero ver a Lady Theresia y darle esa sonrisa silenciosa de ella otra vez.

—…

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—Para ser clara, no me importa lo que hagas o adonde vayas, hasta que se refiera a la felicidad de Lady Theresia. Así que amablemente no hagas nada estúpido.

Carol miró a Wilhelm con una mirada penetrante, sus largas pesta- ñas revoloteando. La emoción era evidente en su mirada como en su voz que era como un diamante, forjado por sus muchos días de cui- dado de Theresia.

Esa chica pelirroja, amada por el Dios de la Espada, se le había sido concedido un poder que nunca quiso. Wilhelm no era el único que seguía continuamente molesto. Así que…

—De acuerdo. Eso es lo único que nunca me dejaré hacer.

Sacó su barbilla en un guiño, y sus propios sentimientos lo suficien- temente fuertes como para rivalizar con Carol.

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