Re:Zero Ex (NL)

Volumen 3: La balada de amor del Demonio de la Espada

Capítulo 1: ¿Qué pasó con ellos?

Parte 3

 

 

Burdeaux, sin embargo, respiró y miró amablemente a Theresia.

—No voy a decir que tengo demasiadas oportunidades para hablar

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con ella, sin embargo…

—Ejem —Theresia dijo—: Debo disculparme por ser tan mal edu-cada en ese entonces…

—No hace falta —respondió Bordeaux—. Cuando pienso en como empezaron las cosas, no te culpo por no querer ser mi amigo. ¡Proba- blemente debería contar con suerte de que no me encontraba en el extremo equivocado de tu espada!

—Oye, ¿qué pasó exactamente entre ustedes dos…?

Aparentemente, su relación había sido turbulenta, y Theresia no dijo nada para decir lo contrario. Sonaba como un milagro que incluso po- dían sentarse educadamente y reír juntos así.

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—¿Qué hay de Grimm y la señorita Carol? —Burdeaux preguntó.

—Los conocí en el hogar de Theresia —dijo Wilhelm—. Carol si- gue siendo una lata, y Grimm sigue siendo desagradable para un tipo que no hace más que sonreír.

—Si no se ven diferentes a ti, están siendo considerados. Deberías estar agradecido por eso.

—¿Hrm?

Wilhelm le dio a Bordeaux una mirada sospechosa a su comentario, pero su excomandante no lo consideró con detalle. Burdeaux pasó una mano a través de su pelo, y luego dijo:

—Así que, ¿por qué estás aquí?, te conozco, no viniste aquí sólo para revivir una vieja amistad. Adelante. Ven a mí con un solo golpe, como antes.

—No lo digas— Pero entonces Wilhelm chasqueo su lengua por su propio hábito de estupidez.

—Lo siento, olvida lo que dije, sólo estoy calentando.

—Se ende- rezó y se volvió hacia Burdeaux. Luego inclinó la cabeza hacia el gi- gante en el otro lado de la mesa.

—. Burdeaux, tengo que pedirte un favor, sé que podría ser poco razonable, pero…

—Quieres que te restablezcan como soldado, ¿verdad?

—Si ya lo sabes, eso hará las cosas rápido

—Permíteme ser más claro. Siento decirte esto, pero no será fácil

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—…

La mirada decidida en el rostro de Wilhelm causó que Burdeaux le hablara particularmente. El hombre conocido como el perro loco cruzó sus enormes brazos y consideró a Wilhelm severamente.





La ex- presión del joven pareció declarar que no estaría satisfecho. Pero mientras la mirada de Burdeaux era contundente, no intentaba intimi- dar a Wilhelm.

—Piensa de nuevo como dejaste el ejército hace dos años. Dejaste una nota en una sola hoja de papel y luego desapareciste, justo cuando la guerra civil estaba en su peor momento… Cualquiera que sea la circunstancia que podría haber sido, objetivamente hablando, así es como se va a ver. Sabiendo eso, ¿esperas qué alguien te reincorpore?

—Yo…

—Lo siento. Estoy tan enojado como tú. Y me alegro de que hayas regresado a salvo. En cuanto a sus sentimientos por la señorita The- resia, ciertamente tiene mi bendición. Pero el problema aquí no es como me siento personalmente. Nada de esto lo es. ¿Lo entiendes?

Bordeaux ya no sonreía, y Wilhelm no hizo ningún sonido.

Era todo menos imposible olvidar como dos años antes, cuando se había dirigido al campo de batalla por sí mismo, había dejado un aviso a la guarnición de su intención de salir del ejército real. Había sido determinado. Pero su determinación había sido obstinada y egocén- trica.

Cuando su tierra natal había sido amenazada por las llamas de la guerra, Wilhelm había dejado el título de caballero que acababa de ga- nar, abandonó a los militares y se fue a ayudar a su ciudad natal.

Pero no lo hizo a tiempo, regresando sólo para encontrar su pueblo quemado y su propia vida en peligro. En su última decisión, sin decir una palabra a los camaradas que habían ido con él, Wilhelm decidió desaparecer.

No fue totalmente leal. El hecho de que Burdeaux estaba incluso dispuesto a verlo ahora se debía absolutamente a la fuerza absoluta de su amistad.

—La forma en que terminó esa ceremonia es un problema también. Obviamente, el factor más importante es que su majestad Jionis es un hombre de bastante compasión. ¿Pero tu liberación de la cárcel? Eso es porque la señorita Theresia lo pidió.

—Ella… ¿Qué…?

Cuando Bordeaux mencionó  el nombre  de Theresia hizo que Wilhelm reflexionara sobre lo temerario que había sido. Theresia giró sus dedos en su pelo rojo, mirando un poco angustiada.

—¿Es eso cierto? —Wilhelm preguntó.

—Hee, bueno, supongo que sí, pero… no es un gran trato, ¿de acuerdo?

—¡El amor es una cosa infernal! —dijo Burdeaux.

— Escuché que su majestad Jionis le ofreció todo lo que quería como recompensa por sus acciones, y le pidió que utilice su influencia para liberarte. Ahora hay alguien que no tiene un hueso codicioso en su cuerpo…

—Era codicioso, pedí lo que más quería.

—Bueno, ahí lo tienen. Perro afortunado— Burdeaux guiñó, Wilhelm gimió por ser así.

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Incluso Wilhelm no era inmune al shock de oír eso. En Resumen, a Theresia se le había ofrecido el deseo de su corazón por su contribu- ción para poner fin a la guerra semihumana, y su única petición era que Wilhelm fuera liberado de la torre de la prisión. Era como si hu- biera tomado todos los días de esos dos años que se había forzado a luchar y se los dio a él.

Wilhelm se sentó en silencio oprimido. Burdeaux le habló con una voz muy tranquila.

—Esa guerra civil parecía durar para siempre, pero ya se acabó. Cuando averigüen como quieren reorganizar el ejército, reclutaran a tantos hombres como antes. ¿Qué tal si te olvidas de los militares? Aprovecha esta oportunidad para vivir una vida pacífica.

Wilhelm miró con asombro, pero Burdeaux sacudió la cabeza sua- vemente y continuó:

—La lucha no es lo único que hay en la vida. Estar junto a tu mujer, pasar una vida agradable y tranquila juntos, no creo que eso sería tan malo. ¿Entiendes lo que digo?

Burdeaux miró hacia abajo en el escritorio donde se había posado sus manos. Wilhelm casualmente siguió su mirada, pero luego se dio cuenta. Un monófilo con una lente rota sentada en una esquina del escritorio de Burdeaux.

En ese momento, Wilhelm entendía lo que Burdeaux estaba real- mente diciendo sobre una vida pacífica.

—Los dos aún están vivos. Ambos tienen que volver a verse… ¿No puede ser suficiente para ti?

Burdeaux luchó para mantener oculta la emoción en su voz, pero no pudo de todos modos. Wilhelm no podía soportarlo más.

—Creo que voy a ir a casa por hoy —dijo.

— Siento molestarte Bur- deaux.

—¡Oh, Wilhelm! ¡Grr! Maestro Bordeaux.

—Lo siento. Yo también me disculparé.

—Yo soy el que debe disculparse, por no ser capaz de ofrecerte una bienvenida adecuada— dijo Bordeaux firmemente. Luego añadió:

—Wilhelm.

Wilhelm se detuvo con la mano en la puerta. No se dio la vuelta.

—Escucha —dijo Bordeaux—. Cualquier otra cosa que haya suce- dido, me alegro de que hayas vuelto. Así nada más. Incluso si todavía eres un maldito idiota.

—…Ahora sólo estoy dándome cuenta de lo idiota que he sido.

—Saboréalo. Nunca pensaste lo suficiente sobre la gente a tu alre- dedor, como tus acciones les afectan.

—Sí, capitán Bordeaux.

Por un momento irónico, regresaron a la charla que habían estado haciendo, y luego Wilhelm abandonó la oficina de Burdeaux.

El sonido de sus zapatos en el pasaje de piedra resonó alrededor del pasillo, y Wilhelm suspiró mientras pensaba en la conversación que acababa de tener. A su lado, Theresia miró su cara.

—¿Qué vas a hacer, Wilhelm? No parece que tengas ningún papel en este conflicto.

—Como dije, voy a retirarme por ahora. He aprendido que un ata- que frontal no ayudará a compensar lo que hice. Supongo que puedo estar contento de haber descubierto mucho.

—Umm… Podría tratar de solucionar las cosas, si quieres.

—Ya me siento bastante compadecido, no lo empeoren —Wilhelm se detuvo y señaló a Theresia. Miró el dedo que le empujó y se quejó incómodamente.

—Lo siento, no te lo pedí… ¿Estás enojado?

—Creo que tienes muchas razones para enojarte conmigo.

—¿De veras lo crees? Ahora mismo, siento que tengo muchas más razones para ser feliz que estar enojada…

Theresia pensó por un momento, luego sonrió tranquilamente. Mi- rándolo puso sus manos en su pecho como si estuviera abrazando algo precioso, Wilhelm inhaló, totalmente molesto.

Miró lejos de ella, entonces, fuera de la ventana.

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—…Lamento que tuvieras que liberarme. No sabía que te causaría

tantos problemas.

—Está bien —respondió Theresia—. Quise decir lo que dije. Sim- plemente hablé con su Majestad para conseguir lo que realmente que- ría. No tenía nada más que usar esa solicitud, si no, podría no haber tenido otra manera de hacerlo.

—Pero después de todo lo que hiciste, todavía estoy sin trabajo.

—No hay necesidad de sentirse tan deprimido… Me aseguraré de

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que puedas vivir una vida decente, ¿de acuerdo?

Theresia infló su pecho, bastante orgullosa, y sonrió aun más para animar a Wilhelm. Pero hubo momentos en que la ayuda de una mujer puede herir el orgullo de un hombre. Especialmente en un momento como éste.

No sólo hizo que se sintiera indefenso, dejó a Wilhelm sin nada que hacer, sino confrontar su propia tontería.

—Te dije, no tienes que cuidar de mí.

—¡No! No quise decir que lo hiciera, sólo decía, si se trata de ello, tienes mi apoyo… ¡Ay!

Le chasqueo la frente por olvidarse de lo que había dicho sólo mo- mentos antes, entonces, como los ojos de Theresia brillaron, señaló por la ventana. Estaba apuntando hacia la ciudad del castillo, en direc- ción a la casa de Theresia.

—Tenerte conmigo ocupa la mitad del espacio en mi cerebro. Es imposible pensar. Sólo… iré a otro lugar.

—¡Eres el peor! ¡Eso es lo peor que he oído nunca!

—Tú eres la que no parece saber cómo callarte. Volveré esta noche.

Te iras a casa primero…

Wilhelm le dio una solapa desagradable de su mano para alejarse, pero se detuvo cuando sintió un tirón en la manga. Se volteó y se encontró mirando a los ojos de Theresia, ella se aferraba a su ropa. Ella miró a su cara y sus dedos, y luego murmuró:

—¿Huh? ¿Es cierto…? ¿De verdad lo es?

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—No empieces a hacer esas preguntas, voy a volver, lo prometo.

Así que Cálmate.

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—… ¿De veras vienes a casa? ¿No vas a desaparecer por dos años?

—Realmente te preocupas por todo… Bien, es culpa mía, me dis-culpo.

Agarró suavemente la mano sosteniendo su manga, luego le dio un abrazo a Theresia. Theresia se sorprendió por un segundo, a continua- ción, dejó que la tensión pasara por su cuerpo y se relajó. Él la acarició suavemente por un momento, y luego la liberó. Ya no parecía ansiosa.

—Vuelve a la mansión —dijo—. Terminaré mis pendientes y me reuniré contigo muy pronto.

—Hmm. Te esperaré en la cena. Haré algo que puedas comer aun- que se enfríe.

—Voy a apresurarme cuando todavía esté caliente.

Wilhelm sabía que Theresia no tenía razón para no confiar en él. Puso un dedo en la frente, luego asintió con la cabeza, y esta vez en realidad se separaron. Podía sentir la mirada de Theresia observándole hasta la vuelta de la esquina, y por el bien de ambos, se resistió a la tentación de mirar hacia atrás. No tendría un propósito si lo hiciera.

—Tengo que admitirlo… Soy patético.

Podía sentirlos en su cuerpo: la Conferencia de Carol en los aparta- mentos, y el argumento de Burdeaux de hace sólo unos minutos. La forma en que Wilhelm había echado de lado sus relaciones durante dos años había regresado para atormentarlo. Pero él sólo estaba cose- chando lo que había sembrado.

Tristemente, Wilhelm y su cuerpo no eran lo suficientemente blan- dos como para ser doblados en una nueva forma por esto solo. De hecho, podría haber sido lo más difícil de vivir en todo el mundo.

Ese hecho había sido un catalizador para los acontecimientos de los dos últimos años, y ahora de pie donde estaba, nadie podía negar la verdad, ni lo permitiría.

—…

Wilhelm frunció el ceño y comenzó a pensar, reafirmando su reso- lución. Miró brevemente el paisaje exterior para encontrar su destino. Luego comenzó a caminar, sus pies moviéndose casi por su propia voluntad.

Él iba a un lugar que realmente había estado igual y sin cambios durante dos años.

***

 

 

Wilhelm abandonó el castillo, continuando su camino por el sendero de piedra patrullado por los guardias.

Dos años antes, siempre había odiado subir y bajar por esta calle. Todavía no le sigue gustando ahora, aunque por diferentes razones. Pero él había llegado a creer que viajar tenía un cierto significado y valor.

—Supongo que ha pasado un tiempo…, Pivot.

Wilhelm se detuvo antes de una lápida grabada con una multitud de nombres y surgió una voz de uno de ellos.

Fue el nombre del ex ayudante de campo del Escuadrón Zergev, y el dueño del monófilo roto en el escritorio de Burdeaux, el nombre de un hermano de armas que había puesto su vida durante la guerra civil.

Pivot no era el único nombre inscrito en la pared; había muchos otros, incontables otros. Una piedra no era suficiente para tener todos los nombres de los muertos; en su lugar, muchas lapidas estaban ali- neadas allí en ese pequeño cementerio.

Este fue el monumento comunal del ejército para todos los que ha- bían sido asesinados en la guerra.

También fue un lugar que Wilhelm injurió, ya que en el pasado, nunca había sido capaz de encontrar ningún significado a la muerte.

—…Lo siento, no he traído flores ni nada para ti. Espero que no te moleste.

Tal vez fue porque la guerra finalmente terminó, pero hubo un gran número de flores y otras ofrendas.

En el camino hacia el cementerio, había pasado por varios guardias con expresiones sombrías. Siempre había alguien que venía o iba.

Alguien que busca hablar con aquellos que habían perdido la vida, ofrecerles consuelo o pedir respuestas que nunca podrían dar.

—…

Wilhelm no tenía nada que ofrecerles a los muertos. Mientras se encontraba delante de la lápida, en el silencio se escuchó un saludo familiar. No tenía uniforme y no tenía su espada, ¿había sido confis- cada? Sólo podía devolver el saludo, desde cierta forma de vista fue terrible. Sin embargo, su ejecución de movimientos fue perfecta, y si alguien había estado alrededor para observarlo, seguramente habría quedado impresionado.

Pivot había sido un maniático para la disciplina, había devuelto el saludo a ellos. Si Wilhelm iba a saludarlo, lo iba a hacer de una manera que haría que el hombre se enorgullezca. Eso, y eso solo, era su ofrenda.

—…

No tenía nada más que decir. No sintió ninguna necesidad.

No había venido porque esperaba obtener algo de él. Pero después de ver tantas caras conocidas, se habría sentido mal no haber rendido sus respetos en este lugar.

Eso había sido todo lo que había pensado, en cualquier caso. ¿Qué fueron esos sentimientos que habían sido robados? Ahora que Wilhelm finalmente había ido a verlo después de tanto tiempo, ¿fue Pivot todavía como una entrometida como lo había sido en la vida?

—Bueno. Un lugar inesperado para conocer a una persona inespe- rada.

—Tú eres…

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Wilhelm se había alejado de la lápida para volver por el camino que había venido, pero esas palabras lo detuvieron. A la entrada del ce- menterio había alguien con mucho interés.

Era un hombre delgado a mediados de los treinta años. A primera vista, parecía ser un burdel, el tipo de persona con la que Wilhelm no habría tenido mucho conocimiento teniendo en cuenta como pasó la mayor parte de su vida entre los hombres de la lucha. Pero Wilhelm recordó a esta persona en particular de inmediato. De vuelta durante la guerra, había hablado en la Conferencia de estrategia a la que Wilhelm había sido invitado…

—Eres… Miklotov. Ese era tu nombre.

—Estoy tan contento de que me recuerdes. El Honorable Wilhelm Trias. No me he olvidado de ti ni siquiera un solo día.

El hombre Miklotov McMahon, ayudante del primer ministro del Reino miró a Wilhelm con gran cariño, con ojos perceptivos parpa- deando.

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