Tensei Shitara Slime Datta Ken (NL)

Volumen 2

Capitulo 4: Desacoplando Engranajes

Parte 2

 

 

Entonces, pensó mientras su corazón se aceleraba, mi padre lo admitirá. ¡Él admitirá que siempre estuvo orgulloso de mí!

Sus hombres ya estaban tratando con cualquiera que estuviera del lado del antiguo jefe. De todos modos, no lo estarían esperando, su atención estaba demasiado centrada en los orcos que tenía delante. Nunca esperarán que sus compañeros hombres lagarto los atacaran a través de los túneles de emergencia.

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En poco tiempo, las noticias habían llegado—toda oposición había sido suprimida. Gabiru se sentó en el asiento de su padre, la imagen de una calma imperturbable. Y luego, como si esperara este momento exacto:

“¿Cómo te siente esa silla entonces?”

“Ah, Laplace-san. Gracias por su arduo trabajo. Fue incluso más fácil de lo que esperaba”.

“Oh, encantador, encantador. Me alero de estar a tu servicio”.

Era un hombre enmascarado, uno con una sonrisa asimétrica que hacía parecer que se estaba burlando de alguien. Su ropa sobresalía también, como un payaso con su multitud de colores y patrones. Era una visión ridícula, pero Gabiru no se inmutó. Este hombre, Laplace, era empleado de Gelmud, el hombre que Gabiru adoraba más que a nadie.





Él había aparecido por primera vez ante Gabiru cuando él regresaba a su hogar con sus goblins recién obtenidos.

“Laplace es mi nombre”, comenzó.

“Yo solía ser vicepresidente de la Tropa de Arlequines Moderados, un grupo… multioficios, podrías decir. Gelmud-sama me ha contratado para servirle, cualquier cosa que necesite, yo la proporcionaré”.

Este Laplace trabajaba con eficiencia, liberando a los hombres de Gabiru de la mazmorra y proporcionando reportes periódicos sobre los movimientos de los hombres lagarto. Fue Laplace quien quitó el sello de la Vortex Spear, asegurándose de que su golpe de estado terminara con éxito.

El plan original requería que Gabiru y su guardia de élite reprimieran al jefe y sus hombres, mientras que la fuerza principal estuviera luchando en los pantanos, pero con el ejército atrincherado en las cavernas, esa idea era un fracaso. Esto enfureció enormemente a Gabiru, pero Laplace ofreció un camino alternativo. Trajo a los goblins, y a las propias tropas de Gabiru, directamente ante el jefe mismo sin llamar la atención. La forma en que los guio a través de los corredores de escape sin que un solo hombre lagarto lo notara, era como magia.

En resumen, Laplace fue el desencadenante de todo el golpe de estado.

“Oh, vamos, Gabiru-san”, se rio Laplace.

“Realmente no soy nadie tan especial, no”. Pero él lo era para Gabiru, este hombre que trabajaba para Gelmud.

“Jajajajaja. Suficiente modestia, Laplace-san”, respondió Gabiru.

“Somos compañeros de trabajo después de todo, bajo la atenta mirada de Gelmud-sama. Hagamos que sea una relación útil”.

“Gabiru-sama, tenemos a todos los líderes tribales en nuestras manos”.

Era la noticia que Gabiru había estado esperando escuchar. Ahora, por fin, cada rama de los militares estaba bajo su control.

“¡Oops! Lo siento si estoy en el camino aquí. Mejor me dirijo a mi próximo trabajo entonces…”

“Ah, sí. Lamento detenerlo, Laplace-san. ¡Creo que es hora de azotar a esos orcos y mostrarle mi fuerza a Gelmud-sama, de una vez por todas!”

Con una última reverencia burlona, Laplace desapareció de la caverna.

“Usted fue muy útil para mí, Laplace-san. Gelmud-sama tiene tantas personas talentosas que trabajan para él… Será mejor que cumpla mi parte del trato entonces”.

Gabiru se puso de pie, sumamente confiado. Era hora de atacar. Ni siquiera podía imaginar la derrota en este punto, y el consejo de su padre no llegó a sus oídos. Sus seguidores leales ahora estaban celebrando cada uno de sus movimientos, especialmente los hombres lagarto más jóvenes que formaban su base de apoyo más apasionada.


Él llamó a cada líder tribal a su cámara, ordenándoles que se prepararan para un ataque total. Para enseñar a esos cerdos exactamente cuán increíbles y valientes eran los hombres lagarto. La orden fue recibida con aplausos por todas las tribus, cansados de los días de guerra defensiva. Irónicamente, la orden de su ex jefe de mantener el fuerte y prevenir bajas a toda costa había hecho que a Gabiru le resultara más fácil consolidar su propio poder. Él le estaba dando a la gente lo que quería, y eso hizo que las cosas salieran bien.

Contento por la respuesta, Gabiru volvió a sentarse. Su momento había llegado. Tenía confianza en eso. Derrotar a los orcos, en este punto, era solo un detalle menor.

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***

 


 

¿Cómo pudo pasar esto…?

Olas de desesperación asaltaron al jefe.


El último consejo de Souei—cuide su espalda—se refería a esto, sin duda. Él pensó que tenía a la gente bajo su control total. Incluso los más duros seguían fielmente sus órdenes, solidificando sus defensas. Y entonces, su propio hijo lo traicionó.

La desesperación lo dominaba. Esta era una situación terrible. Si continuaba, los hombres lagarto no aguantarían ni siquiera hasta la mañana, mucho menos tres días.

Él miró a la líder de su guardia—su otra hija, la hermana de Gabiru. Ella notó la señal y asintió.

“¡Ve!” gritó, y la líder de guardia se deslizó de inmediato de sus cadenas y salió corriendo.

Las fuerzas de la alianza debían ser notificadas lo antes posible. Podrían quedar atrapados en todo esto de lo contrario. Él tenía que evitar eso. Su orgullo como un hombre lagarto, y como líder, lo exigía.

Ese enviado, el hombre llamado Souei, quien no se molestó en ocultar su aura. Una vez que ella estuviera fuera de esta fortaleza natural, podrían seguirlo a cualquier lugar que él estuviera ahora. Era una pequeña posibilidad, pero era todo lo que tenía para ofrecerle a la líder de su guardia.

Los hombres lagarto, custodiando la mazmorra, habían tomado medidas para contenerlos a ambos, pero—tal vez por disgusto a la idea de abusar de su antiguo líder—no lo habían hecho con mucho fervor. Ella rápidamente se aprovechó de eso para escapar.

Por ahora, el jefe se sintió aliviado. Él tendría que quedarse aquí; esa era su responsabilidad por ahora. Todo lo que podía hacer era rezar para que su hija pudiera completar la misión que él le había encomendado.

Sólo siete días. Eso fue lo que prometió, y él había fracasado. Él maldijo su propia inutilidad, allí en su celda, y esperaba que eso no llevara a sus aliados a abandonarlo. Souei ofreció esa alianza porque, para su maestro, los hombres lagarto tenían algún tipo de valor. Si este golpe de estado le hacía cambiar de opinión, eso sellaría sus destinos.

Si esta batalla nos cuesta la vida de aquellos fieles a Gabiru, que así sea. Tal vez se lo buscaron. Simplemente desearía que pudiéramos mantener a nuestras mujeres y niños a salvo…

Aún tenían que promulgar formalmente la alianza. El jefe entendía completamente que eso era poco más que un deseo dicho al viento. Pero ese deseo aún reinaba sobre él—el deseo de que esta tragedia no significara la desaparición de todas las tribus que él supervisaba. Él sentía que les debía eso, después de todos estos años, y nadie podía culparlo por ello.

El jefe tenía una buena idea de lo que iba a pasar. Una vez que Gabiru controlara todas las tribus, él ordenaría inmediatamente un ataque. No tendrían nada en los corredores, ni siquiera mecanismos de defensa. Sin soldados nuevos para reemplazar a los luchadores de primera línea cansados, y contra una fuerza que se hacía más fuerte a medida que avanzaba la lucha, solo sería cuestión de tiempo antes de que su defensa comenzara a tambalear.

Las mujeres y niños de cada tribu habían sido evacuados a una cámara en el corazón del laberinto. Entonces no tendrían a nadie para protegerlos.

¿Cómo pasó esto? Lamentarse ahora era inútil.

Tendré que ser la piedra angular de nuestra defensa final. Tengo que… al menos… comprarles un poco más de tiempo…

Sólo un poco más de tiempo. Eso era lo mejor que él podía ofrecer en este momento.

***

 

 

En ese día, los pantanos estaban completamente cubiertos de orcos. Un observador en el aire los había visto revoleteando por las entradas de la caverna como si fueran hormigas.

Pero incluso eso era solo una pequeña parte de la horda. Muchos todavía estaban en el bosque, dirigiéndose hacia la región pantanosa. Y la fuerza principal, marchando hacia el Norte a lo largo del río, seguía llegando. No enfrentaron resistencia, nada les impedía cubrir los pantanos y descender sobre las cavernas como una avalancha.

Ahora, sin embargo, hubo una conmoción en un pequeño rincón de la horda—el primer enfrentamiento entre orcos y hombres lagarto en el pantano.

En estas tierras, el hombre lagarto era rey. Poderosos en combate, ellos eran capaces de movimientos ágiles y rápidos en los pantanos fangosos que llamaban hogar. Así fue como comenzó la batalla—un puñado de luchadores escondidos en las hierbas altas, sorprendieron a un puñado de orcos.

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Todo estaba yendo exactamente como Gabiru había esperado. Su padre, el antiguo jefe, y todos los que aún le eran leales estaban encerrados en una gran cámara subterránea, y ahora él estaba de vuelta en la superficie para reorganizar sus tropas recién unidas, tomando plena ventaja de los sinuosos caminos de acceso que se entrecruzaban el uno con el otro. Las fuerzas defensivas todavía estaban en su lugar— Gabiru planeaba concluir la lucha antes de que se agotaran ellos mismos.

Él no tenía una cuenta exacta del número de tropas a disposición de los orcos, pero a juzgar por las habilidades naturales de las dos razas, pensó que no había nada de qué preocuparse a menos que fueran superados en número de diez a uno más o menos. Así que, ¿y si les estuvieran arrojando una tonelada de cuerpos de orcos? Eso no cambiaba los fundamentos básicos de este emparejamiento.

Además, él había ordenado a sus luchadores que adoptaran un enfoque de golpear y moverse, asestando un golpe o dos y apartándose rápidamente, por si acaso. Estar en estado de alerta les permitiría reagruparse tantas veces como fuera necesario, preparándose para el siguiente ataque.

Con el tiempo, eliminaría drásticamente los números de los orcos, dándoles un golpe decisivo. Los orcos en el interior perderían el contacto con las fuerzas exterior, y con eso, se verían obligados a retirarse.

La agilidad natural de los hombres lagarto en estos pantanos era los que hacía posible esa estrategia. Gabiru no era un tonto sin talento. Él carecía de la capacidad de su padre para medir instantáneamente todo el escenario de la guerra en una mirada, pero la forma en que dirigía a sus luchadores hombres y mujeres era digna de elogio. Él había heredado mucho talento del antiguo jefe. Los hombres lagarto se sentían naturalmente atraídos por los fuertes y poderosos—simplemente hablar de un gran espectáculo no sería suficiente. Los hombres de Gabiru lo adoraban, y esa adoración demostraba que él era más que valentía y coraje sin sentido.

¿Pero sería suficiente?

La última línea de defensa, las fuerzas encargadas de proteger la cámara subterránea más grande, contaba con mil hombres. Esa habitación ahora estaba llena de nada más que mujeres y niños—no combatientes. Las mujeres adultas podrían pelear si llegara el caso, pero no tenía sentido confiar en ellas. Por eso, mil luchadores los defendían, repartidos por los pasillos variados vinculados a esa habitación.

Cada línea defensiva planeaba retroceder gradualmente con el tiempo, agrupándose en masa alrededor de la posición final. Todos los demás—siete mil goblins, y alrededor de ocho mil hombres lagarto listos para la batalla—estaban bajo el control directo de Gabiru. El nuevo jefe creía que podían ganar en un combate directo, sin usar las ventajas geográficas que ofrecía el laberinto. Por lo tanto, solo quedaba un mínimo equipo de defensa, cada soldado disponible restante fue enviado a los pantanos.

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El ataque inicial fue una completa sorpresa para los orcos, que encontraron que sus batallones estaban aislados y estaban muy dañados. Los rezagados, que lograron huir de los hombres lagarto, fueron aislados posteriormente, haciéndolos posicionar los grupos de goblins. Para un grupo de soldados recién acuñados, actuaron magníficamente, siguiendo las órdenes de Gabiru al pie de la letra. Como deberían haberlo hecho. Sus vidas estaban dependiendo de esto también.

Era difícil predecir de antemano, pero los ejércitos bajo Gabiru mostraban una maravillosa sincronización. Hasta ahora todo iba bien.

¡Contempla! pensó Gabiru. No había necesidad de temer a esta manada de cerdos en absoluto. La edad de mi padre nubla su mente. Se preocupaba demasiado por los asuntos. Una vez que vea de lo que soy capaz, estoy seguro de que me reconocerá como el nuevo jefe. Será mejor que limpiemos el pantano de estos cerdos en poco tiempo…

Gabiru quería que esto fuera decisivo. No quería que su padre tuviera lugar para dudar de las habilidades superiores de su hijo. E incluso ahora, los vítores que escuchaba en la distancia parecían indicar que él estaba en el camino correcto.

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¡Mira eso! ¡Estos orcos nunca podrían compararse a nosotros, los hombres lagarto!

Le gustó lo que veía, mientras observaba los pantanos ante él. Pero este sería el final de su racha de suerte. Él había estado esperando montones de orcos muertos, y la moral de sus enemigos derrumbándose posteriormente. Él no era consciente de lo que hacía al Orc Lord un enemigo realmente aterrador. Su padre lo sabía—y ahora, esa única diferencia de conocimiento gestaba a punto de cambiar las cosas.

***

 

 

Splish, crunch, splish, crunch.

 

Los orcos parecían estar avanzando sobre los cuerpos de sus parientes, a cuatro patas, tratando de apropiarse de la tierra fangosa. Fue solo cuando uno se acercó que la verdad se hizo clara.

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En realidad, era un banquete, una fiesta a los muertos, y era suficiente para que el pelo de un observador se pusiera de punta. Incluso los luchadores más experimentados del lado de los hombres lagarto se sentían mal del estómago al verlo.

Una extraña aura comenzó a girar alrededor de los orcos. Un luchador, retrocediendo horrorizado ante la escena, perdió el equilibrio. Los soldados orcos se apoderaron inmediatamente de su cuerpo, arrastrándolo por el barro, arrancando todas sus extremidades. La primera víctima de la batalla del lado de los hombres lagarto y el punto de inflexión para toda la guerra.

La infantería de los orcos mordisqueando la carne desnuda estaba transfiriendo las habilidades del hombre lagarto al Orc Lord mismo. No sería un duplicado perfecto como los que Rimuru podría diseñar con su habilidad Depredador, pero tenía una ventaja: Podría darle al conjurador no solo las habilidades de la víctima consumida, sino también sus rasgos físicos innatos. Independientemente de lo que el Orc Lord lograra absorber del cuerpo, él entonces podría alimentar al resto de su ejército.

Esto se conocía como ‘Cadena Alimenticia’, otra habilidad desbloqueada por la habilidad Hambriento. Permite que los orcos funcionen ambos, como una horda y como una sola entidad consciente. Hambriento no funcionaba como lo hacía una manada de lobos terribles bien entrenada, pero los efectos que podría tener sobre un enemigo podrían ser igual de devastadores.

Era exactamente por eso que el jefe hombres lagarto temía, por encima de todo, perder a cualquiera de sus hombres en batalla. Hacerlo significaba perder cualquier ventaja inherente que su especie tuviera.

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