Danmachi: Sword Oratoria (NL)

Volumen 4

Capítulo 1: Y El Chico…….

Parte 7

 

 

  • ¡Nngah!

Un grito y un ruido fuerte.

Una cabeza descansando sobre un par de muslos blandos.

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  • ¡Nngoh!

Un segundo grito. Otro impacto. Otra vez, una almohada de regazo.

  • ¡Nnguh!

Una y otra vez fue robado de su conciencia. Una y otra vez, el regazo de Aiz.

  • ¡Gaargh!

El cielo azul se tragó los gritos del chico.

Era un día precioso. La luz del mediodía se derramó a través del ajetreo y bullicio de la gran ciudad, su cálido y envolvente resplandor que se extendía hasta los dos en la cima de las murallas de la ciudad.

Aiz acariciaba con sus dedos el cabello de Bell mientras dormía pacíficamente sobre su regazo, su mirada se puso en blanco hacia el cielo. Alrededor de sus ecos minúsculos a la deriva de las calles concurridas muy por debajo.

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Sus ojos dorados se estrechaban suavemente en medio del clima maravillosamente glorioso.

Parece que no puedo controlar mi propia fuerza, después de todo…

Sus ojos vagaban antes de volver a ver al chico, con sus ojos todavía cerrados. Dentro, podía sentir su corazón hundirse.

Era el quinto día de su entrenamiento, dejando sólo tres días antes de la expedición.

Bell había preguntado si podía entrenarlo un día completo, así que Aiz había estado haciendo nada más que participar en los duelos de práctica desde la madrugada. Ella lo estaba dando todo, instruyéndolo implacablemente justo cuando Lefiya y Filvis estaban teniendo su propio curso intensivo dentro del calabozo.

Y aun así, tratando como ella podía, la cosa no había progresado tan suavemente como ella había esperado — el número de veces que Bell había sido noqueado era evidencia suficiente de eso.

—No puedo hacerlo. No soy como Finn y los otros…; Aiz murmuró bajo su aliento, sus hombros se desplomaron.

No sólo le estaba fallando a Bell, ella estaba dejando a Lefiya, después de haber roto su promesa de entrenar durante el día. Se sintió desesperada, como si no pudiera enfrentarse a ninguno de ellos.

La funda de confianza de su espada, Desperate, yacía junto a ella en las rocas, envuelta en un brillo resplandeciente como la luz.

Y sin embargo…

Se sintió como si finalmente entendiera el significado detrás de las sonrisas de Finn y los otros que le habían mostrado durante sus sesiones de entrenamiento en su pasado.

La golpeaba, levantándola.

La golpeaba, haciéndola brillar.

Formando a una persona de la misma manera que un herrero templaría una espada… Cambiando lentamente cambiándolos a una nueva forma antes de pulirlos.

Tal vez hubo gozo en eso, algo que sólo los maestros podían entender.

Incluso Aiz podía entender esa emoción gracias al rápido y palpable crecimiento del chico… o eso era lo que sentía.

Ella miró al conejo blanco corriendo tan intensamente en la montaña, decidido a alcanzar su apogeo, nunca descansando o durmiendo, y antes de que ella se diera cuenta, sonreía.

Instintivamente, ella alzo una mano para pasar sus dedos a través de sus flequillos blancos.

—’…’

Ella esperó, y finalmente, siempre tan lentamente, los ojos de Bell revoloteaban abiertos. Sus ojos color rubí miraban fijamente el cielo extendiéndose hacia arriba.

Todavía un poco aturdido, sin duda, de haber despertado, simplemente se acostó encima de sus muslos… hasta que Aiz bruscamente, con seriedad — bajó la cabeza hacia adelante para mirar hacia abajo en su rostro.

— ¿Estas bien?

—… ¡¿Bwah!?

Al ver el rostro de Aiz repentinamente en su campo de visión, el chico dejó salir un grito de sorpresa (Tal vez un poco retrasado).

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Él se tropezó con los flexibles muslos de Aiz y se apresuró en ponerse de pie antes de dar la vuelta, con las mejillas quemándose.

No era la primera vez que se despertaba así. Aiz había estado haciendo la misma cosa cada vez que perdía el conocimiento desde sus sesiones de práctica del segundo día.

Mientras tenía sus intenciones para hacerlo, ahora se había vuelto caso natural.

Ella ciertamente no quería simplemente dejarlo allí en la piedra fría mientras él estaba fuera de combate — y, además, se sentía bastante bien.

Fue una manera relajante, calmante para liberar la tensión y relajarse. Un respiro suave y reconfortante entre las peleas de espadas donde Aiz pudo redescubrir algo que había olvidado hace tanto tiempo.

Sus ojos siguieron a Bell curiosamente mientras él se ponía de pie — tal vez él estaba perturbado–antes de darle a sus muslos una acogedora palmadita suave y acogedora, aparentemente pidiéndole que no se acercara a sus pies tan rápidamente.

Esto sólo hizo que Bell sacudiera la cabeza con fervor.

— ¿Estás seguro de que estás bien?

—… Sí.

Aiz le hizo señas al chico congelado de nuevo, y él tomó asiento a su lado. Ella volteo a verlo con la cabeza girada, mirando en cualquier dirección, menos en la de ella. Él se apretó la espalda contra el parapeto detrás de él, luego se alejó, luego presionando con este de nuevo, sus mejillas todavía seguían enrojecidas.

Permitiéndose un corto descanso, Aiz rodeó sus brazos alrededor de sus rodillas, lo suficientemente cerca como para que su hombro y el de Bell se tocaran.

No pudo evitar la punzada de preocupación dirigida al chico.


—Yo, uh… ¿Crees que estoy… mejorando?; Dijo él.

—… ¿Por qué preguntas?

—Es, bueno, quiero decir… últimamente yo, uh… sigo siendo noqueado con facilidad, así que…; él comenzó a hablar como si se estuviera preparando, su mirada todavía estaba fija hacia adelante.

Aunque podría haber sido un poco superficial de ella, Aiz no pudo evitar sentir la pequeña chispa de felicidad sorpresiva en la parte posterior de su cabeza — la cantidad de veces que Bell había mencionado algo que no estaba directamente relacionado con su entrenamiento era tan bajo que podía contarlo con una mano.

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Las orillas de su boca temblaban un poco, los ojos que nunca mostraban lo que pensaba estaban mostrando un poco de felicidad.

—Estás creciendo. Realmente… a un grado sorprendente.

—U-Um… pero…

—La razón por la que sigues siendo noqueado es probablemente mi culpa… Sigo sin saber la cantidad de poder que debo usar.

— ¡Qué–! ¡Eso no es–! ¡No debes pensar en eso!

Incluso si es como Aiz dijo, ella podía sentir su estado de ánimo hundirse. Sus parpados se inclinaron con una tristeza lenta y tranquila. Bell se volteó hacia ella con un tirón, a toda prisa refutando su razonamiento.

Incluso mientras sus hombros daban la menor de las caídas, Aiz se dio cuenta de que había llegado a entender algo últimamente.

Bell Cranell era sólo un chico.

Se ponía nervioso cuando algo salía mal, se desanimaba cuando estaba triste, se sintió avergonzado cuando algo era vergonzoso, y era simplemente alegre, sus mejillas se ponían rojas y sonrientes cuando pasaba algo bueno.

Sincero, directo, ocasionalmente presumido, y siempre empujando más allá de sus límites.

Un chico tan sorprendente común que apenas encajaba con el molde de otros aventureros con sus deseos de riqueza, fama, sueños y ambiciones.

E incluso en el interior —su corazón, mente o espíritu —estuvieran equivocadas, su cuerpo, sus habilidades físicas tampoco eran las de un aventurero. Ni siquiera eran como el de los héroes que admiraba.

Incluso ahora, mientras el amable y bondadoso Bell intentaba disipar su melancolía, todavía era sólo un chico.

—…

Tan encantador como ella encontró ese hecho, ella también lo encontró muy extraño.

¿Por qué alguien como él, una persona tan lejos de lo que la mayoría de los aventureros estaban hechos, podría haber logrado un crecimiento tan dramático?

Para Aiz era bastante fácil de entender.

Presionada por el crecimiento del chico, su entrenamiento se hizo más estricto y más duro con cada día que pasaba.

Incluso teniendo en cuenta la velocidad a la que seguía perdiendo el conocimiento, la magnitud de su notable crecimiento hizo difícil para ella retenerse.

Bell corría hacia adelante a una velocidad que compensaba la ineficacia de su régimen de entrenamiento.

Esto llevó a Aiz de vuelta al pensamiento del porque había considerado entrenarlo en primer lugar.

Todo era para entender su secreto. Ella no había descubierto ni la más mínima pista sobre el camino hacia un nuevo nivel que ella anhelaba.

La verdadera naturaleza del crecimiento tan contradictorio a su carácter. Aiz lo cuestionó más y más cada vez que ella se acercaba a él.

Ella se detuvo por un momento, las dudas se amontonaban en su mente, antes de dejar que sus labios se abrieran con temor.

—… ¿Puedo… preguntarte algo?

— ¿Eh?

Ella miró directamente a la cara de Bell.

Y luego lo preguntó, con una expresión más grave de lo que ella misma podría recordar que era…

  • ¿Por qué eres capaz de crecer tan fuerte tan rápidamente?
  • ¿Fuerte…?

Aiz, que tenía problemas para poner las cosas más simples en palabras, vertió todo en esa pregunta, haciendo que Bell se detuviera con desconcierto casi como si esa pregunta no tuviera absolutamente nada que ver con él.

Aiz misma sabía que era una pregunta de gran riesgo, pero ella fervientemente quería preguntarle.

Como si esa necesidad hubiera llegado a través del aturdido Bell, sus cejas se surcaron por la intensa concentración cuando lo pensó seriamente.

Finalmente, él empezó a hablar.

—… Bueno, hay alguien a quien estoy tratando de alcanzar, no importa lo que cueste. Y… de alguna manera en toda esa carrera… Acabé aquí…; él lanzó una mirada a Aiz, sus mejillas estaban enrojecidas por como incoherentemente expresó sus pensamientos.

—… Creo que sí… Tengo un objetivo en mente… que tengo que lograr a toda costa. Los ojos dorados de Aiz se ensancharon.

En el fondo, sintió las palabras del juramento que había hecho en el pasado, ardían en su corazón antes de enfriarse rápidamente.

Su mirada color oro se reunió con sus ojos rubíes momentáneamente, entonces ella en silencio miró hacia el cielo.

—Ya veo…; Sus ojos se encontraban en el cielo azul mientras envolvía sus brazos suavemente alrededor de sus rodillas.

La brisa paso a través de su pelo largo y dorado.

—… Lo entiendo; Como el cielo celeste reflejaba en sus ojos, las palabras salieron de sus labios. Podría no haber sido la respuesta que ella quería, pero era una respuesta que podía entender. Él le había dicho eso no hace mucho tiempo, ¿no?

Que él también tenía un objetivo. Igual que ella.

Una meta que tiene que lograr a toda costa. Una altura lejana que necesitaba alcanzar.

—Yo también…

–Tengo un deseo.





Las palabras que se deslizaron de su boca desparecieron en un instante, tragadas por el sonido del viento mientras sus ojos permanecían obsesionados con esa extensión azul del cielo.

Era un viento frio, que soplaba fuerte desde el oeste.

La misma acomedida de aire que una espadachín como Aiz estaba tan acostumbrada a oír.

Ella se sentó inmóvil, el viento jugaba con su cabello mientras que ella miraba hacia arriba en ese gran cielo como si fuera capaz de tragársela por completo.

—Y-Yo,uh…; Bell comenzó.

—¿?

—Yo… Olvídalo. No es nada…

Aiz curiosamente inclino la cabeza hacia un lado, Bell metió todo lo que había planeado decir de nuevo en el fondo de su pecho.

Aiz era incrédula, pero no se entrometió, y dejó que sus parpados contestaran en su lugar. Tenía la corazonada de que ni siquiera Bell era consciente de su propia mejora.

De lo que ella había reunido —de lo que ella no tenía más remedio que reunir —todo lo que Bell estaba haciendo era correr hacia adelante tan rápido como sus piernas lo llevaran.

Sabía muy bien que esos ojos rubíes no podían mentir, ni estafar, ni esconder cosas.

Él dijo la verdad en su totalidad, un hecho que debería haberla dejado revolcarse en su propia miseria. En cambio, sin importar que, una sonrisa se dibujó en sus labios.

… Qué buen clima.

A medida que su conversación con Bell llegaba a un alto, sus ojos se arrugaban en el sol caliente que estaba sobre ellos.

El cielo era tan azul el día de hoy, pequeñas nubes cirrocúmulos blancas nadaban libremente en la clara extensión.

Del distrito Este de la ciudad llegó el eco del sonido de la campana del medio día, el claro zumbido que une la agradable luz del sol que envuelve a su alrededor.

—Mmn…

En ese momento…


Un pequeño murmullo escapó delos pequeños labios de Aiz.

Ella se sorprendió tanto que al instante levanto su mano hacia su boca, pero era demasiado tarde.

El clima cálido y soleado había traído a un bostezo de ella.

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— … ¿?; justo al lado de ella, Bell se dio cuenta y se dirigió a ella como en un comienzo para pelear. Su expresión era una mezcla de curiosidad y sorpresa.

Aiz regresó su mano a su lado, componiéndose como si nada hubiera sucedido.

Uh-oh….

Pero, así como ella lo hizo, su corazón en silencio murmuro.

… Tengo sueño…

En medio de todo ese sol cálido y maravilloso, los párpados de Aiz estaban luchando contra una batalla perdida.

Despertarse antes del amanecer para entrenar a Bell y luego entrenar a Lefiya en el Conjuro Simultaneo hasta altas horas de la noche — ella sintió que no había hecho más que comer, dormir y entrenar durante los últimos cinco días sin siquiera un momento de descanso. Incluso el tiempo que pasó durmiendo fue reducido tanto como sea posible.

Y ahora esta luz del sol, tan caliente, tan narcótica, se había convertido en su peor enemigo.

Aparentemente incluso los aventureros de primer nivel todavía podrían sucumbir a este tipo de clima diabólico.

¿Cuánto tiempo podrá seguir así? ¿Con esa mirada de rigidez inmóvil? ¿Con esas características normales, estáticas tan carentes de emoción?

Ella había estado trabajando tan duro estos dos últimos días, y el letargo tirando de su ser era demasiado real.

—Tal vez deberíamos… practicar nuestras siestas.

— ¿Huh?

Fue antes de que ella se diera cuenta. Su boca estaba huyendo de ella.

—Necesitas ser capaz de dormir en cualquier lugar, sabes. Incluso en el calabozo.

—…

—Es una habilidad esencial. Una manera rápida de restaurar la resistencia. Su boca todavía continúo corriendo.

Aiz se negó a mirarlo, sus ojos apuntaban hacia adelante mientras hablaba, pero podía sentir su mirada al costado de su cara, cuestionando, sin duda confundido.

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Ella estaba inventando cosas y lo sabía, pero tanto como estaba sudando por dentro, era demasiado tarde para dar marcha atrás. Así que ella enfatizó la importancia de todo esto más, este “entrenamiento de dormir”, como ella lo llamó.

Había una posibilidad de que el pudiera creerlo, alguien ingenuo como él, y Aiz se había aferrado a esa pequeña astilla de esperanza.

— ¿Por casualidad… tienes…. Sueño, Señorita Aiz? NOPE.

Había visto a través de ella fácilmente.

Podía sentir el calor construyéndose en sus mejillas.

—“Es entrenamiento.” Aiz volvió la cabeza hacia Bell con un chasquido casi audible.

—C-Cierto.

Bell se encontró incapaz de evitar asentir con el tipo de fuerza pura que sólo un aventurero de primer nivel podía poseer, una pequeña gota de sudor se formó debajo de su sien.

Y mientras se sentaban, mirándose fijamente, sus cejas se levantaron, sus mejillas se volvieron de un tono rojo brillante.

  • ¿Así que… uh… dormimos… aquí?

—Sí; respondió ella con prisa gracias a su vergüenza.

Casi lista para entregarse a la somnolencia que tan repentinamente había superado su ser, dirigió una mirada a Bell quien estaba junto a ella, inmóvil.

  • ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?

—N…No, no puedo…

Ella estaba a su lado, y se acostó junto a ella de espaldas.

Echando una mirada a Aiz solo para que sus ojos se encontraran, se apresuró a devolver su mirada al cielo.

Ya en el borde del sueño, ella observó como él apretó los ojos cerrándolos en un esfuerzo forzado para dormir antes de que silenciosamente sus propios párpados cayeran.

Lentamente, lentamente, su conciencia se alejó y se fue a dormir.

***

 

 

Ella podía oír a alguien. Una voz leía una historia.

Era una historia que conocía de memoria. Una que había oído una y otra vez. Le encantaba no importa cuántas veces la escuchara.

La voz de su madre era suave como el viento, empapado de amor, con rebosante afecto mientras ella recitaba.

La voz de su padre era fuerte, mientras él se reía torpemente, sus amables ojos miraban a las dos.

Este era su momento favorito. Cuando los tres podían compartir: Su madre, su padre y ella— Aiz.

Cuando levantó los ojos de las palabras de la historia, ella fue satisfecha por la vista más maravillosa.

Todo el mundo que amaba, una habitación entera de gente, se había unido a su madre y su padre, todos ellos sonreían.

Una hermosa, compasiva alta elfa, un adulto Hobbit del mismo tamaño que ella, un enano con su gran boca abierta, riendo de corazón.

Y muchos más. Las personas animales, las amazonas, y los seres humanos por igual rodearon a Aiz y su familia.

Aiz sintió que sus mejillas se ponían color rosa con calidez, y se puso de puntillas, con las manos ondeando mientras sonreía ampliamente.

Era un momento tan tierno. Un bono irremplazable. Un lugar precioso. Pero en un solo momento, todo cambió.

Una nube negra se formaba bajo sus pies.

De una grieta gigante en el suelo llegó la pesadilla negra, tragando el mundo una vez tan lleno de luz.

Tan negro, tan oscuro, la sombría masa canceló cada pedacito de luz.

En medio de toda esa oscuridad, Aiz sólo podía ver, sin palabras, como su padre se alejaba. Una armadura envuelta en una delgada bufanda negra. Una larga espada plateada.

Su padre sostenía la brillante espada plateada en su mano mientras se enfrentaba a la sombra retorciéndose.

¡Padre!

Ella corrió tras él, llamándole desesperadamente, pero no se volteó.

Él creció más y más, y su boca estaba torcida hacia abajo con un feo ceño fruncido. Así como ella se dio vuelta para pedir ayuda—todos habían desaparecido sin dejar rastro.

En su lugar estaban las armas. Una multitud de ellas. Espadas, lanzas, hachas, báculos, escudos.

Estos salían de la tierra como lápidas, formando un circulo a su alrededor.

Aiz se encontró carente de palabras, cautivada por su entorno. No había nadie a la vista, ni siquiera su padre. Todo fue consumido por la infinita oscuridad.

Rodeada por las armas rotas sin sentidos, ella gritó sus nombres una y otra vez. Su padre, su madre, todos los que conocía.

Y luego vino un viento poderoso.

Mientras despeinaba y azotaba su cabello color oro, ella se dio la vuelta para verla en el otro lado de su campo de visión.

Con el mismo cabello largo y dorado que fluía por su espalda — estaba su madre.

A sus espaldas estaba Aiz mientras se enfrentaba a algo retorciéndose en medio de la oscuridad.

Antes de que el grito de Aiz pudiera alcanzarla. La sombra estalló con furia. Lágrimas inundaron los ojos color dorado de Aiz.

Ella grito, y de repente, delante de ella apareció una sola espada que salía del suelo. Era idéntica a la de su padre, una espada de plata cubierta de grietas.

Aiz tiro de esa arma sobre la tierra y corrió.

—- ¡Espérame!

Ya no era una jovencita. Ella era la princesa de la espada. Y ella corrió hacia adelante, cortando todo en su camino a través de la oscuridad.

—- ¡Dije que ESPERES!

De nuevo ella grito a la silueta de su madre mientras se derretía en la oscuridad.

Llegare allí. Vendré por ti.

Y definitivamente te traeré de vuelta, lo juro.

Ella juró a la figura ya tragada por ese vórtice negro.

Entonces se juró a si mima. A la joven que quedó atrás, sosteniendo firmemente su espada. Y luego.

Una brillante ola de luz blanca se estrelló encima de ella, oscureciendo su visión.

***

 

 

—…

Sus ojos dorados se abrieron silenciosamente.

Ella parpadeó un par de veces para luchar contra el malestar residual del sueño. No había lágrimas.

Pero su visión estaba ligeramente borrosa.

Todavía en su lado, le dio una mirada sigilosa a su brazo.

Ella estaba cogiendo su orientación y volvió a la realidad cuando oyó algo. Una serie de respiraciones suaves y dormidas que pertenecían a otra persona.

Ella miró a su lado y encontró al chico acostado boca arriba sobre su espalda, con los ojos cerrados.

Bañado en la luz del sol caliente, él estaba profundamente dormido sin ningún cuidado, dando pequeños silbidos como ronquidos más allá de sus labios.

Parpadeando varias veces más, Aiz sintió una sonrisa.

Estaba inusualmente muy lejos el uno del otro, ¿No? Encontrándolo bastante curioso, Aiz lentamente se deslizó más cerca de la parte de Bell.

Y luego se quedaron tirados allí, los dos, uno al lado del otro en el suelo de piedra. La cara dormida del chico era aún más angelical que cuando estaba despierto.

Aiz estiro su mano suavemente, como si tiernamente manejara un tesoro precioso. Sus dedos le tocaron las mejillas. Eran muy cálidas.

El calor pasó de su piel a las puntas de sus dedos.

Sus labios se separaron de la presión. —Perdóname, abuelo…; Él murmuró, como si tuviera su propio sueño.

Aiz sonrió.

Como lo había hecho hace mucho tiempo, cuando era despreocupada y joven.

Su pelo blanco contrastaba tan claramente con la aterradora sombra negra de su sueño, y dejó que sus dedos recorrieran sus brillantes flequillos una y otra vez, sus ojos se arrugaron.

Tan desconcertante como su sueño había sido, su corazón ya estaba tranquilo. Tenía un conejo blanco para llevar a su pequeño yo fuera del país de las maravillas.

Ese tiempo de ternura que se suponía que había perdido hace mucho tiempo había vuelto alrededor de ella ahora como una cobija reconfortante bajo la mirada del cielo azul.

***

 

 

Se acercaba la puesta del sol.

Las calles de Orario se tiñeron de rojo rosado a medida que el sol comenzaba su descenso hacia el lejano horizonte.

En contraste de ese sol vibrante, un feroz duelo se estaba llevando a cabo encima de las murallas de la ciudad.

El chico y la chica se acercaron, luego se separaron, una y otra vez. La noche casi había caído.

Un par de ojos vieron su partida desde muy arriba, de pie sobre el pináculo más alto de la ciudad que estaba más cerca de las estrellas.

—Mientras no pueda decir que estoy disgustada que ella este trazando el resplandor de ese niño…; la imagen de la espadachin de cabello y ojos dorados se reflejó en los ojos plateados con cada golpe de su funda. —…Esta intimidad me preocupa.

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Había una punzada de celos en su voz mientras ella apretaba un puño a su lado.

—Sobre todo si debe terminar interfiriendo en su juicio; Sus ojos plata se estrecharon. —Allen; Una voz alta y soprano ordeno al pequeño hombre de delante.

— ¿Sí?

—Un poco de brusquedad no lastima a nadie. Dale una advertencia.

—Entendido; El hombre respondió cortésmente, con sus orejas y cola de gato tambaleando.

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