Dungeon ni Deai wo Motomeru no wa Machigatteiru Darou ka (NL)

Volumen 15

Capítulo 6: Encuentro y Voto

Parte 1

 

 

Danmachi Volumen 15 Capitulo 6 Parte 1 Novela Ligera

 

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Ryuu Lyon fue una vez una niña que vivía en una aldea de Elfos.

Sin embargo, decir que ella era “solo” una niña sería engañoso. Era miembro del clan que había protegido el árbol sagrado de la aldea durante generaciones, y casi desde el momento en que nació, había sido entrenada en las costumbres de los guerreros Elfos. Si los forasteros invadieran alguna vez, ella defendería la aldea junto a los adultos. A pesar de carecer de la Bendición de algun Dios, su habilidad con el arco y la espada significaba que eran completamente capaces de enfrentarse a cualquiera de los monstruos que habitaban la superficie del Mundo Inferior.

Ese día, Ryuu y los otros guerreros habían ahuyentado a una caravana extranjera que se había acercado demasiado.

–¡Esos sucios mercaderes Beastman!


–¿Viste sus repugnantes rostros? Es como si la fealdad simplemente rezumara de sus almas. No se parecen en nada a nosotros.

El rostro de Ryuu estaba escondido debajo de su manto, que ocultaba el resto de su pequeña figura debajo de su cortina oscilante. Cuando regresaron a la aldea, escuchó a los Elfos adultos hablar de su desprecio por los seres a los que acababan de rechazar.

El asentamiento Elfo estaba cubierto por el espeso dosel del follaje en lo alto. Incluso en la era actual—la llamada Era Divina, cuando los Dioses caminaban por la tierra y florecía el intercambio entre humanos y semihumanos—solo los Elfos evitaban a las otras razas por orgullo y se escondían en los bosques.

Con el árbol sagrado en el centro, la casa de Ryuu era uno de esos lugares—el bosque de Lumirua.

–…

“Horrible, por dentro y por fuera. Cuán viles son, cuán diferentes a nuestra propia belleza.”

Ryuu observó en silencio a los otros miembros de su clan hablaban de las otras razas. Los Elfos eran famosos entre los mortales por su extraordinaria belleza.

Eran orgullosos, meticulosos y evitaban revelarse a quienes consideraban indignos. Pero al mirar a los miembros supuestamente atractivos de su propia raza, Ryuu sintió que eran los Elfos de apariencia hermosa los que eran, de hecho, los más viles de todos.

Con sonrisas desdeñosas en sus hermosos rostros, se halagaban mutuamente con florida retórica. Mientras los observaba y caminaba entre ellos, Ryuu había llegado a albergar dudas.

No podía recordar cuándo habían comenzado, pero durante los once años desde que había entrado en el mundo, esas dudas habían crecido en su joven corazón.

Y, finalmente, esas dudas se habían convertido en repulsión.

Para los Elfos, que se enorgullecían tanto de su raza, pensar así era una herejía. Pero una vez que la semilla fue plantada, Ryuu no pudo evitar que crecieran. La arrogancia lanzada por hombres y mujeres Elfos por igual sólo estimuló su vergüenza y abatimiento, carcomiendo su respeto por sí misma.

La joven Ryuu no sabía nada. Nunca había abandonado su aldea y su mundo era demasiado pequeño. Y, sin embargo, estaba segura de que lo que veía a su alrededor estaba terriblemente distorsionado.

Cada día, su corazón se alejaba cada vez más de su familia y de los otros Elfos de su aldea. Estaba avergonzada de ellos y también de sí misma.

Un día, se separó de los otros Elfos de su grupo y finalmente llegó a un claro arroyo del bosque. Mientras se llevaba el agua fría a la boca para saciar su sed, vio su reflejo en sus manos ahuecadas.

Esas orejas puntiagudas y ojos azul cielo.

El mismo cabello largo y dorado y rasgos finos y delicados que todos los demás en su aldea. Ese día, mientras miraba sus pequeñas manos, Ryuu tomó una decisión.

–… Adiós.

Envuelta en la oscuridad de la noche, Ryuu se escapó de su casa—sola, llevándose solo un poco de mineral Seiros para usar como dinero de viaje.

Se despidió del cielo nocturno de su hogar que tanto había amado cariñosamente, y el árbol sagrado que había sido obligada a cuidar desde el momento de su nacimiento, partiendo hacia el mundo exterior, con su mente llena de lo que su inmensidad podría contener.

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Esperaba poder liberarse del yugo del nombre Elfo.

Y, sin embargo—

***

 

 

Estaba lloviendo.

Nubes grises cubrían el cielo, y la capucha que le cubría el rostro se humedeció con la llovizna. Ryuu caminaba con dificultad, chapoteando en cada paso mientras contemplaba la calle desierta que se había vuelto casi empañada por la niebla.

Esta era Orario, la Ciudad Laberinto.

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Ryuu había dejado su hogar y había venido hasta aquí, al lugar conocido como “el centro del mundo”. A pesar de luchar con su ignorancia del mundo en general, la reputación de la Ciudad Laberinto había llegado incluso a su aldea aislada, y con un esfuerzo significativo había logrado atravesar sus vastas puertas.

Había escuchado que Orario era un lugar donde Dioses, mortales y espíritus se unían, superando las barreras de la raza.

Esperaba poder encontrar algo raro aquí—algo imposible de tener en su aldea. Esperaba hacer amigos de otras razas y conocer a verdaderos camaradas a quienes valoraría de por vida.

Tales eran las esperanzas de Ryuu para esta ciudad y el Calabozo que acechaba debajo de ella. Pero sus esperanzas fueron rápidamente frustradas.

Y fueron aplastados por su propia mano.

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¡No me toques!

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Ryuu rechazo a cada persona que se le acercó: los humanos la invitaron a unirse a sus <Familias>. Beastman borrachos. Comerciantes Hobbits con sonrisas lujuriosas. Un Aventurero Enano que buscaba compartir una historia de dolor. Si tenían buenas o malas intenciones era irrelevante—Ryuu los hizo a un lado.

Era una disposición común de los Elfos evitar el contacto de alguien indigno. La costumbre que parecía estampada en los corazones de su raza forzó su comportamiento estricto. Ese había sido el costo de crecer rodeada por una aldea llena de Elfos seguros de su propia superioridad; su propia personalidad nunca había salido a la superficie.

Más que cualquier otra cosa, fueron las miradas inquisitivas las que no pudo soportar. Las miradas—de interés, envidia, curiosidad—no se parecían a nada que hubiera experimentado en su aldea y la avergonzaban, confundían y aterrorizaban. Y todo simplemente por sus atractivos rasgos Elficos.

El miedo que sentía se había vuelto tan intenso que no podía caminar afuera sin esconder su rostro bajo una capucha.

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La única opción que le quedaba era depender de otros Elfos cuyos nombres ni siquiera conocía. Pero Ryuu se negó. Su orgullo juvenil excluía ese camino.

Su vergüenza y aversión a los Elfos—incluida ella misma—bloquearon su única vía de retirada.

–… Me he convertido en todo un hazmerreír.

Ryuu se encontró envuelta en una capa de tal manera que nada de su piel estuviera expuesta, incluso envolviéndola alrededor de su rostro.

A pesar de huir de su aldea por su disgusto por sus costumbres, el mundo exterior la había asustado tanto que se había aislado de él. Ryuu odiaba eso de sí misma.

Ella era miserable.

Era cómico—una farsa.

Detuvo su paseo por las calles adoquinadas. Mirando su reflejo en un charco, sintió la necesidad de pisarlo.

Estaba aterrorizada por las personas que no conocía y se sentía desdichada. Y, sin embargo, estaba dominada por la sospecha de que miraba a los demás con la misma mirada prejuiciosa que tanto odiaba. Todo su odio por los Elfos había vuelto al punto de partida.

Una voz se dirigió a Ryuu en su momento de desesperación.

–Perdón, pero, ¿Pasa algo?

Se estremeció y miró por encima de su hombro para ver a una hermosa mujer parada allí.

Independientemente de su edad, la mujer estaba en el apogeo de su belleza femenina, su rostro era incluso más fino que los rasgos Elficos de Ryuu. Su largo cabello castaño nogal estaba elegantemente recogido hacia atrás. Sus ojos eran del azul índigo de las profundidades del mar. Con el kirtle—una elegante falda larga—que llevaba, parecía una noble virtuosa.

La débil aura de divinidad que emanaba de ella dejaba claro lo que era: una Diosa.

Parecía regresar de algunas compras, con un velo sobre su cabeza para protegerse de la lluvia mientras le sonreía suavemente a Ryuu.

–Una Diosa…

Ryuu murmuró, haciendo una mueca.

Ryuu no había llegado a tener a los Dioses y Diosas en una consideración particularmente alta.

Los Dioses que había conocido hasta ahora en Orario habían sido seres frívolos, propensos a decir cosas inexplicables y enloquecedoras—“¡Es una Elfa! ¡Si!” “¡Maldita sea, si tan solo fuera un poco más joven…!”— lo cual había sido bastante impactante para Ryuu. No podía imaginarse acudiendo a ellos en busca de ayuda.

Había llegado al punto en que comenzaba a preguntarse si su gente había tenido la idea correcta después de todo, rechazando tanto a otras razas como a los Dioses mismos, optando por esconderse en el bosque. Los sentimientos de desilusión y desesperación inundaron su pecho, como si estuvieran a punto de abrumarla.

Para Ryuu y su corazón astillado, estos Dioses que parecían vivir solo para su propia diversión eran seres profundamente irritantes.

–Vas a coger un resfriado ahí parada así, ¿Sabes?

La voz de la Diosa era suave como el terciopelo, con una cualidad gentil que parecía envolver a Ryuu.

Pero Ryuu ya había decidido que no tenía más buena voluntad por esta Diosa que por cualquier otro de ellos.

–… No es de tu incumbencia que tanto me empape. Preferiría que te ocupes de tus propios asuntos.

–Oh, pero es de mi incumbencia. Me entristecería mucho si una chica inocente como tú se enfermara. Me preguntaría a mí misma por qué la dejé en tal estado.

Dijo la Diosa, con su dulce sonrisa permaneciendo en sus labios. Ella continuó:

–Ojalá pudiera ser tu refugio de la lluvia—en este momento, pareces un niño perdido.

Un niño perdido.

Al escuchar esas palabras, algo se rompió dentro de Ryuu.

—¿¡Esta Diosa no se dio cuenta de quién es la culpa!?

Ryuu estaba inconfundible y completamente fuera de lugar; esa era una rabieta infantil. Pero en ese momento, no conocía la manera de detenerse a sí misma de la rabia que la abrumaba.

–¡¡Todo esto es tu culpa!!

Ryuu gritó, más fuerte de lo que nunca antes había levantado la voz, hablando justo como le decía la furiosa emoción dentro de ella.

–¡Ustedes los Dioses crearon a los Elfos! ¡Hicieron a todos esas razas que se niegan a aceptar a alguien diferente a ellos, personas a las que solo les importan las apariencias!

Los Dioses en el Cielo habían sido quienes crearon a los humanos y semihumanos que vivían en el Mundo Inferior. En lo que para sus hijos era el pasado lejano, los Dioses en su capricho les habían dado a todas las razas mortales características diferentes. Los mortales creían que eso también era cierto, sin cuestionarlo.

Ryuu apretó sus ojos cerrados con impotente frustración mientras le hacía una última demanda a la Diosa.

–¿¡Por qué nos hiciste así!?

Su voz afligida resonó en la calle actualmente desierta.

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La Diosa se quedó en silencio ante la furiosa diatriba de la Elfa.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza, como en represalia por las palabras de Ryuu.

Era un arrebato terriblemente mal dirigido. Gritando de esa forma, Ryuu solo se había lastimado a sí misma, y lágrimas corrían por sus mejillas.

Ella era miserable.

Era cómico—una farsa.

Era una tonta. No podía soportar que nadie la viera de esa manera.

Ryuu se desplomó cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, perdiéndose en un vórtice de autodesprecio. Su pequeño cuerpo se estremeció como si estuviera tratando de contener sus sollozos.

Finalmente, la Diosa aún sin nombre habló, como si hubiera visto a través de Ryuu.

–Creo que lo que necesitas en este momento no es la voz de ningún Dios o Diosa, sino de un amigo y un igual.


Ryuu miró hacia arriba con una profunda inhalación y solo vio la misma sonrisa amable.

–Los Dioses, ya ves, son sorprendentemente impotentes. Incluso si pudiéramos usar nuestro poder aquí en este mundo… lo siento.

Dijo la Diosa en tono de disculpa, pero al mismo tiempo, sus ojos índigos se entrecerraron tiernamente.

–Rezaré para que conozcas a alguien maravilloso, alguien que alegrará tu deambular con su risa.

Se acercó a Ryuu y rápidamente le entregó un mapa.

–Si quieres, ven a visitarnos. Quizás podamos ayudarte.

Dijo la Diosa, y justo así, se alejó.


Ryuu se quedó allí, sosteniendo el mapa, junto con algo de pan y fruta envueltos en tela.

–…

Nadie se había acercado nunca a la chica ingenua con intenciones puras. E incluso si lo hubieran hecho, Ryuu los habría rechazado.

Lo que hizo que esta fuera la primera bondad que Ryuu había aceptado desde que llegó a Orario.

Cuando la lluvia comenzó a amainar, la chica continuó mirando en la dirección en la que la Diosa se había ido durante algún tiempo.

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