Re:Zero Ex (NL)

Volumen 2: La Canción de Amor del Demonio de la Espada

Capítulo 7: Séptima Estrofa

Parte 4

 

 

— ¿Qué sabes tú de mis sentimientos, hermano?

Hacía ya cinco años que, después de otra de sus peleas, Wilhelm había huido de su casa.

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La Casa Trias era una debilitada familia noble con un pequeño territorio en la parte norte del reino de Lugunica. Su fama anterior por sus hazañas de guerra ya había disminuido cuando Wilhelm llegó como el tercer hijo de la familia.

Los dos chicos que lo precedieron estaban más que calificados para heredar la jefatura de la familia, y Wilhelm pasó su juventud esencialmente libre de las demandas de ser parte de la sucesión. Había una cosa que llamó la atención de este muchacho mientras pasaba sus días despreocupado por el funcionamiento de la casa: una espada reliquia colgada en el gran salón de la casa. Era el único recuerdo de los días en que la Casa Trias había ganado renombre como discípulos de las artes marciales.

Wilhelm se sintió atraído por las espadas, pasando sus días dedicado a la práctica desde la mañana hasta la noche. Al principio, su familia lo había mirado con satisfacción, pero después de seis años ya no sonreían. El hijo mayor de la familia comenzó a darle pequeños golpes a su hermano menor, loco por la espada, bajo la apariencia de un consejo amistoso. La reacción de Wilhelm a este pleito condujo a una pelea candente, y que el niño más pequeño huyera de casa fue la última palabra.

Huyó a la capital, donde se alistó en el ejército real y, con el tiempo, se convirtió en el Demonio de la Espada.

Estos fueron sus lamentables comienzos, que estaba decidido a no revelarle a Theresia ni a nadie.

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Las tierras de Trias que recordaba estaban envueltas en llamas por un gran ataque demi-humano. Las vistas que creía conocer se habían teñido de rojo, y la mansión donde había vivido casi hasta su adolescencia se había quemado hasta los cimientos. Quizás la Familia había sido totalmente incapaz de resistir a los atacantes, porque todo lo que quedaba eran señales de pisoteo aquí y allá.

Por supuesto. Sólo eso tenía sentido. Sus hermanos habían sido tan blandos y su familia tan complaciente que ni siquiera se les había pasado por la cabeza la idea de resistir. Su familia se había empeñado en protegerse de cualquier otra forma que no fuera el combate. Eso fue lo primero que lo atrajo a él a la espada. Él compensaría lo que les faltaba a sus hermanos.

Y ahora, debería haber tenido suficiente poder para hacerlo.

— ¡Ruuahhhh!

Su espada se volvió como un torbellino, y una nube de sangre demi-humana tiñó las tierras de los Trias aún más rojas. Los demi-humanos habían abrumado con éxito a una mansa tribu humana, pero ahora el Demonio de la Espada se estrelló contra su flanco. Las cabezas que levantaron la vista con sorpresa, las envió a volar; donde las manos y los pies trataban de oponerse a él, las cortó; los gritos de burla y de odio no se podían oír cuando ya les había perforado la garganta.

Estaba cubierto de la sangre de sus enemigos, su voz áspera por los gritos. Hizo destellar su espada lo que hizo parecer que se multiplicó un millón de veces, y luego un millón más.

— ¡Es el Demonio de la Espada! ¡El Demonio de la Espada, el asesino de Valga y Libre!

Cuando se dieron cuenta de quién era el humano alborotador, sus enemigos comenzaron a presionarlo. Llenaron su visión de derecha y a izquierda, rompiendo hacia él como una ola junto con su odio. Aun así, Wilhelm voló directo hacia ellos.

Fue sólo al comienzo de la batalla que las cosas le salieron bien. Los demi- humanos habían sido atrapados con la guardia baja por la imagen del Demonio de la Espada, pero al darse cuenta de que Wilhelm era su único oponente, comenzaron a dejar que sus números hicieran el trabajo.


Eran muchos contra uno, y pronto fue herido. Podría quitar diez vidas con diez golpes de su espada, pero el enemigo se lo regresaría con cien golpes de cien vidas a la vez. Era naturalmente abrumador, y Wilhelm, solo y sin apoyo, fue presionado cada vez más ferozmente.

—…

Estaba rodeado de enemigos. Derecha e izquierda, atrás y delante, y todos ellos estaban enfocados sólo en matarlo. Wilhelm no tenía ningún aliado corpulento que le ayudara a atravesar sus filas, ningún escudo silencioso que protegiera su espalda, ningún amigo que formara una línea de batalla con él.

Estaba solo. Sabía que había habido un tiempo en el que creía que podría salir adelante por este camino. Pero incluso entonces, no había estado realmente solo. Podía verlo ahora, cuando ya era demasiado tarde.

— ¡Grrahh!

Recibió una herida en la espalda. Se dio la vuelta y perforó al emboscador en el corazón. Al hacerlo, más atacantes se acercaron. Intentó saltar fuera de su alcance, pero sus pies se enredaron. Bloqueó desde una posición antinatural, sintiendo el impacto en cada hueso de su cuerpo. Apretó los dientes; con una sucesión de destellos plateados, el grupo de demi-humanos salió volando.

Pero el inelegante avance de Wilhelm se detuvo allí. Las salpicaduras de sangre que lo cubrían no eran sólo de sus oponentes. El sangrado de sus propias heridas fue demasiado. Cayó de rodillas, y luego colapsó donde estaba.

— ¡H… Hhhh… Hhhhh!

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Su aliento era áspero y su espíritu de lucha era implacable, pero sus miembros ya no respondían a sus órdenes de combatir. Allí, entre los montones de enemigos muertos, la amada espada de Wilhelm se le escapó de su mano. Soltar el arma mientras aún estaba en el campo de batalla era algo vergonzoso. Que el Demonio de la Espada soltara su espada significaba que ya no era ni siquiera un demonio, sino sólo un hombre; no, algo menos que eso. Una cáscara.

Quizás era adecuado que un hombre encontrara su final como una cáscara vacía, habiendo olvidado incluso el primer deseo que lo llevó a ser llamado el Demonio Espada, y simplemente seguir adelante. Al final, ¿por qué había tomado la espada? ¿Qué había sido capaz de dejarle al mundo?

Nada. Sólo un cuerpo, hueco y vacío, algo insignificante.

¿Podría haber sido realmente nada…?

Un inmenso demi-humano estaba junto a él, amenazando a Wilhelm, que permanecía entre la vida y la muerte.

—Fuiste un oponente temible, Demonio de la Espada. ¡Pero tu vida termina aquí! —Levantó su espada en alto, preparándose para arrancarle la cabeza a Wilhelm.

La visión de su inminente muerte despertó algo en Wilhelm.

—…

Un sinnúmero de sombras revoloteaban en su mente, todas las personas con las que se había topado en su vida. Vio a sus padres, a sus hermanos, a las personas de las tierras de los Trias, a los otros miembros del ejército real, a Grimm, a Bordeaux, a Roswaal, a Carol, y finalmente, a Theresia, sonriendo, con el campo de flores a su espalda.

Su rostro, su voz mientras decía “Nos vemos la próxima vez”, fueron grabados en su memoria, en su propia alma.

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Ella había traído luz a los días en que él había pensado que no había nada, y en su cabeza la luz de ella se mezclaba con el resplandor de la espada desde su juventud. Él había creído que quería ser una espada, pero los muchos encuentros que había tenido y los vínculos entrelazados que compartía con la gente eran como el calor y presión para convertirlo en una persona.

Recordó con afecto tanto los días en que él fue acero, como los días en que fue humano. Todavía tenía muchos recuerdos de ello.

—No quiero… morir…

Y así, en su último momento, el deseo de vivir fue lo que se le escapó a Wilhelm de los labios. Había quitado tantas vidas, afectado por la indiferencia ante la idea de la muerte, pero cuando el final finalmente se le enfrentó, su corazón se estremeció de miedo. Comenzó a ver la alegría de estar vivo, su corazón estaba rompiéndose por el terror que esa alegría estaba a punto de serle arrebatada.

—…

Seguramente ese único susurro desesperado no sería suficiente para comprar clemencia al demi-humano después de haber matado a tantos de sus compañeros.

La despiadada espada cayó, precipitando al Demonio de la Espada hacia el final de su vida…

El golpe de la espada en ese momento tenía una belleza que podía durar hasta la eternidad.

La cabeza del gigante demi-humano a punto de acabar con la vida de Wilhelm, fue enviada a volar por los aires.

El arma que lo golpeó era tan afilada que el demi-humano mismo no se dio cuenta de lo que había pasado. Cuando su cabeza cayó al suelo, no mostró reconocimiento de su propia muerte.

Wilhelm estaba agobiado por lo que pasaba encima de él. Él era el que supuestamente se enfrentaba a su muerte.

Luego hubo el soplo apresurado de una espada pasando, una tormenta de rayos plateados, y un demi-humano tras otro fue derribado. La sorpresa de este nuevo ataque se extendió a través de la Alianza Demi-humana. Pero los problemas para el recién llegado eran mínimos. Tan pronto como cada enemigo reconocía la presencia del oponente, yacía muerto en el suelo; en otras palabras, fueron las propias muertes de los demi-humanos las que les alertaron sobre esta nueva fuerza.

—…

Este “alguien” casi literalmente bailaba entre los demi-humanos, repartiendo golpes y amontonando montones de cadáveres. Los ataques eran tan certeros y agudos que Wilhelm pensó que quizás algún dios de la muerte estaba caminando entre ellos. Un bello y amable segador que tomaba la vida de las personas sin dejarlas sufrir por el conocimiento de que estaban muertas.

Este dios de la muerte tenía el pelo rojo que se meneaba en una cola en la parte posterior de su cabeza, y empuñaba una espada que destellaba como si fuera una extremidad extra.

—Pelo… rojo…

Re Zero Ex Volumen 2 Capítulo 7 Parte 4 Novela Ligera

 

El segador mató a todos los que rodeaban a Wilhelm como para protegerlo. Cada vez que veía a este dios de la muerte dar un golpe, cada vez que esta persona entraba en su visión, él sentía un nuevo tumulto en su corazón. Porque de pie ahí estaba…

— ¡Wilhelm! ¡Eres un gran idiota cabeza hueca! ¡Te encontramos!

Oyó la voz bramante en el mismo momento en que alguien lo agarró violentamente por los hombros. Ante sus ojos asombrados aparecieron Bordeaux y Grimm, y pudo ver junto a ellos a todo el Escuadrón de Zergev, cubiertos de espantosas salpicaduras de sangre.

—Así que incluso tú puedes encontrarte a las puertas de la muerte, ¿eh? ¡Esa es una buena medicina! ¡Estúpido, estúpido, estúpido idiota!

— ¡…!

Wilhelm no podía hablar mientras Bordeaux lo regañaba; incluso la boca de Grimm se abrió como si quisiera decir algo. Pero ninguno de ellos sería tan duro con Wilhelm, cuyo cuerpo estaba cubierto de cortes, moretones y heridas. En cambio, el Bordeaux se aseguró de tener un buen agarre sobre el maltratado joven, y luego ordenó al resto del escuadrón que aseguraran un camino para la retirada.

—A-Alto —, gruñó Wilhelm—. ¡Ahora… no es el momento! ¡No puedo…! ¡No puedo descansar ahora!

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Apartó la mano que lo sostenía e intentó arrastrarse hacia la espada luchando delante de él. Pero justo antes de llegar, se detuvo, rechinando los dientes con frustración. Tenía suficiente conciencia de sí mismo, suficiente orgullo como espadachín, como para detenerse allí.

—…

La plata resplandeciente, los bellos golpes de la espada, los ataques absolutamente perfectos, éstos eran obra de un dios de la muerte. Wilhelm había vivido su vida con la espada, se había entregado mucho a eso, y podía darse cuenta.

Aunque trabaje el resto de mi vida, nunca llegaré a ese lugar. Sólo quien es digno de ello puede lograrlo.

Era la cima, el lugar permitido sólo al verdadero amado de la espada y que había dominado esta arma de acero.

— ¡Yaaahh!


Esta vez, cuando Grimm levantó a Wilhelm, no se resistió. Ya no tenía fuerzas. Su resistencia había llegado a su fin, y sentía que podía desmayarse en cualquier momento. Y sin embargo, mientras pudiera, mientras se lo permitieran, mientras su corazón pudiera aguantar, quería ver esta danza de la espada.

— ¡Lady…!

Ahora encontró a Carol allí también, mirando al dios de la muerte trabajando. Carol tenía una mano en su pecho, casi como si estuviera preocupada por esa parca, a pesar de esta demostración de fuerza inigualable.

Él miró estúpidamente. ¿Qué estaba viendo Carol? ¿Cómo es posible que vea esto y luciera… preocupada?

¿No entiende lo profunda que es su habilidad con la espada? ¿No es suficiente espadachina para saberlo?

La técnica que él estaba viendo era tan elevada que cada golpe del acero le hacía dudar por su propio estatus de espadachín.

—Ese… Ese dios de la muerte…

— ¿Dios de la muerte? No seas tonto. Esa es el as en la manga del reino, la verdadera espada del reino que nos pone en vergüenza. La Santa de la Espada.

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El campo de batalla parecía ahora muy lejano. Su conciencia flaqueó. Él captó sólo esas dos palabras cuando se desvaneció.

Santo de la Espada. El nombre dado a las leyendas vivas, grabados en la historia del Reino de Lugunica.

¿Pero cómo es posible que ella fuera la que cargara con eso?

—…

No tenía forma de preguntárselo ahora. Ni siquiera podía llamarla.

***

 

 

La batalla por las tierras de los Trias tendría gran importancia en la historia de Lugunica. No era que hubiera un valor especial por el territorio en el que tuvo lugar la batalla. La carnicería que se produjo en las tierras de los Trias fue sólo una más de las tragedias que ocurrieron a lo largo de la Guerra Demi-humana. Esta se diferenció de todas los demás en un solo aspecto: sería recordada como la impresionante primera excursión de la Santa de la Espada de la época.

Hasta ese momento en las tierras de los Trias, la Santa de la Espada de esa generación no había mostrado ni una sola vez sus habilidades públicamente. Algunos incluso dudaban de su existencia o incluso de la existencia de la propia bendición de la Santa de la Espada. Pero esta batalla demostró abundantemente su verdadera fuerza.

En su primera batalla, ella sola por su cuenta se llevó la vida de casi un millar de demi-humanos, una hazaña que habría sido imposible para ningún otro. El acontecimiento marcó la aparición de un salvador que podía poner fin a la Guerra Demi-humana, que se había convertido en un laberinto confuso. Todos la aclamaron como tal, y todos alabaron el nombre de la Santa Espada.

En cuanto al Demonio de la Espada, que había abandonado su condición de caballero y se había convertido de nuevo en un espadachín ordinario para proteger las tierras de los Trias, quien habían matado a trescientos demi- humanos él solo, su nombre fue lentamente olvidado.

Al Demonio de la Espada, sin embargo, no le importaba en lo más mínimo. Nunca le habían importado mucho los récords o los premios. Y cualquier razón por la que pudiera haber estado interesado en ellos, seguramente la había abandonado para entonces. Lo que era importante para Wilhelm Trias estaba en ese campo de flores junto en esa plaza.

Pasaron semanas antes de que sus heridas sanaran lo suficiente como para que pudiera volver a la plaza. Había estado en una batalla brutal tras otra, pero ahora andaba por el camino familiar con su maltrecha pero aún amada espada en la mano. Cada vez que caminaba por esta calle, Wilhelm siempre sentía una mezcla de emociones.

Había felicidad y entusiasmo, depresión y ansiedad, frustración e incluso envidia. Pero lo que sentía ahora mismo no era nada de esto. Era la intuición segura de que ella estaría allí. Wilhelm confiaba en sus corazonadas. Especialmente cuando se trataba de si ella estaría esperando para encontrarse con él en la plaza.

No había necesidad de poner en palabras en este punto lo que hacía que esta intuición fuera tan certera.

—…

Cuando llegó a la plaza, aspiró profundamente. No tenía que buscarla. Su presencia era abrumadora. Estaba sentada en los escalones justo donde siempre estaba, sus ojos jugaban con las flores, que ahora habían empezado a marchitarse.

No hizo nada tan tonto como caminar hacia ella. En vez de eso, corrió, desenvainando su espada sin hacer ruido mientras avanzaba. Bajó la espada con una temible velocidad, golpeando como un rayo para partirle la cabeza en dos.

—Eso es humillante.

—… ¿Oh?

Su sincera declaración fue recibida sólo por la más breve de las respuestas. Había atacado con todas sus fuerzas, y ella simplemente había atrapado la espada entre sus dos dedos. Sin siquiera darse la vuelta, ella negó todos los meses y años que él había pasado perfeccionando su técnica con la espada.

— ¿Te reías de mí?

—…

Ella no respondió. El silencio hirió a Wilhelm más que a cualquier otra cosa.

Incluso ahora, nada en su esbelto cuerpo sugería que era una exponente de las artes marciales.

— ¡Respóndeme, Theresia…! ¡O debería decir, Santa de la Espada Theresia van Astrea…!

Retiró su espada con toda su fuerza, y luego volvió a golpearla. Ella lo esquivó sin que se le callera un pelo de la cabeza. Él se encontró distraído por la visión de sus cabellos rojos que fluían, y antes de que se diera cuenta, sus pies habían sido barridos para mandarlo a caer al suelo. Wilhelm, una vez temido como el Demonio de la Espada, golpeó el pavimento sin siquiera llegar a caer bien.

—…

Había visto a esta chica tantas veces, bromeó con ella, se había acercado a ella sin que nadie lo supiera, y ahora ella lo había derribado. Theresia miró donde él yacía. Sus ojos eran un penetrante reflejo azul de un cielo que nunca había conocido nubes.

— ¡Y-yaaahhh!

Wilhelm se puso en pie rápidamente para atacar de nuevo como si estuviera persiguiendo la formación de retirada de ella. Su golpe fue tan fuerte y tan certero que uno nunca hubiera creído que venía de un convaleciente. Su aura de batalla era aún más fuerte que cuando se había ganado el nombre de Demonio de la Espada, que cuando había derribado a Valga y se había enfrentado cara a cara contra Libre.

Su técnica de la espada era tan pulida y pura que parecía que había tirado todo lo demás que él una vez había sido. En este lugar, la plaza secreta que solo ellos conocían, el Demonio de la Espada utilizó cada gramo de su habilidad.

Fue, sin duda, la mayor y última demostración de la vida de Wilhelm como espadachín.

—…

Y Theresia, sin siquiera una espada en su mano, la evitó como si Wilhelm fuera simplemente un niño pequeño.

Un paso ligero y danzante reveló el tamaño del abismo entre ellos. Un muro infranqueable, una distancia insuperable, una brecha insuperable. Ellos estaban completamente distantes el uno del otro. La división era demasiado clara para ambos.

Theresia miró a Wilhelm, que yacía en el suelo.

—No volveré a venir aquí —, dijo ella, su silenciosa despedida.

Ella tenía la espada de Wilhelm en su mano. ¿Cuándo ella la había obtenido? La Santa de la Espada había robado el arma del Demonio de la Espada, y había sido ignominiosamente enviado al suelo no por la espada, sino por un golpe de la empuñadura.

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Ella estaba tan lejos, y él era tan débil. Nunca la alcanzaría. No era suficiente.

Por eso ella lo miraba de esa manera.

—No deberías… usar una espada… con esa expresión —, dijo él.

Había un límite a la desvergüenza. ¿De quién era la culpa? ¿De quién era la impotencia que la había llevado a esto? Si él fuera más fuerte, si él hubiera tenido un talento excepcional para la espada, ella no se habría visto así ahora.

—Soy la Santa Espada —, dijo ella—. Nunca supe el “por qué” antes, pero ahora lo sé.

Fue una respuesta y a la vez no. Era la oscura señal de Theresia de que quería algo de Wilhelm. Cuando ella realmente quería que él la escuchara, nunca lo dijo directamente. Ella podía ser difícil de esa manera.

— ¿Qué quieres decir con “por qué”?

—Empuñar la espada para proteger a alguien. Creo que esa es una buena razón.

El intercambio fue como lo que decían cada vez que se encontraban, aunque ya no había necesidad de esas preguntas y respuestas.

La Santa Espada había preferido sus flores, incapaz de ver el significado de usar la espada. El pecado de Wilhelm había sido darle a Theresia van Astrea una razón para blandir su espada. Él le había dado una razón a la mujer que era más fuerte que cualquier otro, que podía llevar la espada más lejos que nadie.

—Espera… Theresia…

Ella ya se estaba yendo; ella sentía que no había más palabras que decir.

Wilhelm no podía mover sus extremidades. Apenas podía levantar la cabeza. Sin embargo, impulsado por su frustración con Theresia y su enojo consigo mismo, Wilhelm se las arregló para mirar hacia arriba, sus propios ojos azules se concentraron firmemente en la espalda de ella, ya que ella se negó a darse la vuelta.

—…

No dejó de caminar y se marchaba cada vez más. Pronto su voz ya no podría llegar a ella. Tenía que hablar antes de que eso ocurriera.

—Te robaré esa espada. ¿Qué me importa tu bendición o tu posición…? ¡No tomes a la ligera… la belleza de una hoja de acero, Santa de la Espada!

Ella se fue distanciando, hasta que él ya no pudo verla. ¿Habían llegado sus últimas palabras a ella? Deberían haberlo hecho. Debe haber hecho que llegaran a ella.

Hablar de la belleza del acero a quien era amado por el dios de la espada era el patético desafío que enfrentaba el Demonio de la Espada.

Los dos nunca volvieron a encontrarse en ese lugar de nuevo.

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Después de ese día, Wilhelm Trias, el Demonio de la Espada, no fue visto en el ejército real. En su lugar, apareció el nombre de Theresia van Astrea. Ella sola comenzó a cambiar la marea de lo que parecía ser una guerra sin fin.

A través de la fuerza pura, ella comenzó a abrumar las llamas del odio de Valga Cromwell y la interminable batalla. Esta fue una manera de elevarse a las viejas historias de heroísmo.

El nombre de la Santa de la Espada resonó por todo el territorio, llevando esperanza a los humanos y desesperación a los demi-humanos.

Y así pasó el tiempo, y a medida que las llamas de la guerra comenzaron a apagarse, también la historia llega a su fin.

Pero la canción de amor del Demonio de la Espada también habla del fin de la Guerra Demi-humana, y del encuentro final entre el Demonio de la Espada y la Santa de la Espada.

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