Re:Zero Ex (NL)

Volumen 2: La Canción de Amor del Demonio de la Espada

Capítulo 1: Primera Estrofa

Parte 3

 

 

Cuando Grimm dejó la taberna, se encontró con la fría y fresca noche y puso rumbo hacia el cuartel. Se sintió mal al dejar a Tholter, que había querido beber toda la noche en honor a su día libre de mañana, pero Grimm no se atrevió a disfrutar del alcohol en ese momento, y deambuló por la noche iluminada por la luna, mientras que su cuerpo, calentado por la cerveza, se refrescaba rápidamente.

—Qué hermosa luna creciente… Parece una espada.

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Lo militar realmente lo había atrapado. Uno tenía que tener una cierta falta de refinamiento para no notar la belleza, sino la agudeza de la luna. Pero, en tiempos de guerra, la indulgencia y el lujo eran despojados de los corazones humanos.

La incapacidad para disfrutar de la bebida también había sido un nuevo problema para Grimm desde su primera batalla.

—Tholter es ciertamente valiente. Tal vez realmente pueda ser un héroe.

Casi todas las noches, Tholter se dirigía a la taberna, compartiendo bebidas con una multitud de extraños. Grimm intentó decirle que dejara de comportarse así, pero en realidad tenía envidia. Al menos Tholter no se congelaba cada vez que pensaba en esa primera participación en la guerra.

¿Y qué hay del propio Grimm? ¿La próxima experiencia de combate lo haría más feliz que la anterior? La pregunta lo atormentaba. Cuando cerraba los ojos, él veía las llamas; cuando dormía, veía a sus camaradas reducidos a cenizas; cuando estaba en silencio, podía oír sus últimos y agonizantes gritos.

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—Y sin embargo, no me atrevo a abandonar el ejército. Si lo hiciera, no me quedaría nada. Tal vez eso es lo que me asusta.

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Había dejado atrás a su familia y su hogar para venir a la capital. Harto de la rutina diaria, se había alistado en el ejército, pero ahora que conocía el miedo a la muerte, también quería huir de esto.

No había cambiado, todavía era débil. Se había aferrado a un sueño infantil con la esperanza de encontrar un lugar donde pudiera ser reconocido, pero luego apenas había estado dispuesto a trabajar por ello. Eso, estaba seguro, definía quién era ahora.

—¿…?

Pero entonces, en su camino de vuelta al cuartel, mientras estaba absorto en el odio a sí mismo, Grimm se detuvo.

La razón fue un sonido. Creyó haber oído un leve ruido en la parte de atrás de las habitaciones de los soldados.

Apenas podía imaginar a alguien lo suficientemente estúpido como para intentar entrar en los cuarteles del ejército nacional, pero este era un tiempo de guerra. ¿Un demi-humano en una misión secreta de infiltración, quizás? No, eso era pensar demasiado. Pero debía asegurarse.

Grimm tocó la vaina de la espada que llevaba y, tan silenciosamente como pudo, se dirigió a la parte posterior del edificio. Mirando entre las sombras, intentó encontrar la fuente del sonido en curso.

Allí, a altas horas de la noche detrás de los cuarteles, Grimm vio a un joven que movía con determinación su espada.

— ¿…Wilhelm?

La espada dejaba un destello plateado mientras bailaba a través del aire nocturno. A la luz de la luna, Grimm pudo ver lo asombrosamente limpia que era la técnica de del joven.

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Al oír su voz, Wilhelm levantó la vista. Grimm recobró el aliento cuando los agudos ojos se fijaron en él.

—Um…

—Oh, Grimm, eres tú —, dijo Wilhelm con desinterés—. No me molestes.

Tras un momento de silencio, Grimm habló con vacilación.

— ¿Sabes… mi nombre?

— ¿Por qué no debería? Estamos en el mismo escuadrón. Tú sabes mi nombre, ¿verdad? ¿O acaso pensabas que soy uno de esos idiotas que no pueden recordar un nombre?

—N-no, yo… quiero decir, pensé que quizás no te importaban los demás…

—No recuerdo los nombres de la gente porque me importen, lo hago porque es necesario. Si no recuerdo los nombres de al menos la gente de mi escuadrón, me causará problemas más tarde. ¿Me he explicado lo suficiente?

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Tenía razón, pero Grimm se dio cuenta de que estaba sorprendido de que Wilhelm le contara todo esto. Nunca antes había tenido una conversación completa con él. El chico no se dedicaba a charlar; parecía decir lo mínimo que se requería para comunicarse. De hecho, Grimm se preguntaba a veces si el chico era realmente humano.

—Así que a veces piensas como una persona normal…

— ¿Qué dijiste?

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—Erk, ¡lo siento! No quise decir eso… —Buscó una forma de explicarse, pero no encontró ninguna. En vez de eso, dijo—, Er, o tal vez lo hice…

Wilhelm le lanzó a Grimm una mirada dudosa, pero rápidamente pareció perder el interés. Levantó su espada y empezó a blandirla de nuevo.

— ¿Lo has estado haciendo desde que terminó el entrenamiento?

—Sí. No me hables. Interrumpes mi concentración.


—Nosotros salimos a tomar algo luego del entrenamiento. Creo que Tholter sigue ahí.

— ¿Ah, sí? Pensé que olía alcohol. No me hables.

Mientras daba sus cortas respuestas, Wilhelm empezó a balancear la espada cada vez más y más rápido como para perderse a sí mismo en el acto. Grimm se dio cuenta de que apenas podía seguir la espada mientras golpeada hacia arriba y bajo. Así que en vez de eso, se desplomó contra el costado del cuartel y miró distantemente.

— ¿Por qué estás tan metido en la lucha con espadas? ¿No hay nada que hagas para divertirte?

—Tal vez lo habría, si no estuviéramos en guerra. Pero lo estamos. Es mucho más probable que te mantenga vivo el practicar con la espada que emborracharte o tener sexo.

— ¿Así que te estás entrenando a ti mismo porque quieres sobrevivir?

—No. Francamente, ustedes no tienen ningún sentido para mí. ¿Por qué perderías el tiempo con alcohol y mujeres en vez de trabajar en tu esgrima? ¿Crees que algo de lo que digo está mal?

Aterradoramente, la hoja de Wilhelm no hacía ningún sonido mientras cortaba la noche. Era como si la espada estuviera tan afilada que el aire no se daba cuenta de que había sido cortado. Solo su pequeño aliento y el sonido de sus zapatos deslizándose por la tierra indicaban los movimientos de la hoja.

—No… no creo que te equivoques. Pero no todo el mundo es tan dotado con la espada como tú. No todo el mundo puede dedicarse a ello como tú. A veces te vuelves hacia el vino o el sexo sólo por un poco de consuelo.

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Wilhelm enfrentó las palabras de derrota de Grimm con una respuesta dura. — Te diré una cosa en la que eres mejor que yo. Poniendo excusas.

El mismo Grimm no sabía por qué estaba haciendo esas preguntas. Tal vez siempre había querido preguntarle estas cosas a Wilhelm, el chico a quien había mirado en esa montaña de cadáveres como si no fuera nada extraordinario.

—Si mantienes a todos alejados —, dijo Grimm—, algún día te encontrarás solo en el campo de batalla. ¿Y qué podrás hacer cuando estés solo?

—Usar mi espada. Un balanceo, un enemigo muerto. Dos balanceos, dos muertos. Eso es todo lo que se necesita, un corte tras otro. Para mí, sólo suenas como si estuvieras tratando de protegerte a ti mismo.

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—…

—Esa mirada en tus ojos… la recuerdo. Nos vimos en el campo de batalla, ¿verdad, Grimm? —Wilhelm dejó descansar su espada, se enderezó y miró a Grimm.

Sintió que se le tensaba su garganta. Y pensar que Wilhelm se acordaría de él. Lo recordó de esa manera.

—Así que no estabas únicamente alardeando cuando hablaste de estar solo en el campo de batalla. Pero tú deberías saberlo mejor que nadie. Yo también estaba solo. Y sin embargo, maté a suficientes enemigos como para ganar distinción. Eso es todo. Ridículo.

—Yo… yo… —La voz de Grimm temblaba.

Wilhelm hizo una mueca, señalando al chico con su espada. —Si quieres huir, no trates de cubrir tu trasero fingiendo que es lógico. ¿Quieres a tus amigos porque tienes miedo? Entonces supongo que te juzgué mal. Ustedes, debiluchos, deberían permanecer juntos. ¿O tienes pruebas de que me equivoco contigo?

Grimm entendía que Wilhelm le estaba diciendo que desenvainara su espada. Tomar la espada en su cadera y mostrar de qué estaba hecho.





—…

— ¿Ni siquiera puedes desenvainar tu espada? Cobarde.

No, no podía desenvainar su espada. Ni siquiera podía ponerse de pie, mucho menos alcanzar la vaina.

Wilhelm parecía casi decepcionado mientras le daba la espalda a Grimm y reanudaba su práctica. Al darse cuenta de que ya no le prestaban atención, Grimm soltó un largo suspiro, se forzó a sí mismo a incorporarse sobre sus temblorosos pies y abandonó el lugar como si estuviera huyendo.

Entró en el cuartel, regresó a su propia habitación y se zambulló en su angosto catre. Colocó la manta sobre su cabeza, temblando violentamente como si tuviera frío, mientras apretaba los dientes. ¿Estaba enfadado? ¿Triste? No tenía ni idea. Todo lo que sabía era que se despreciaba a sí mismo por ser débil. En ese momento, más que nada en el mundo, quería la fuerza que ese chico tenía.

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