Re:Zero Ex (NL)

Volumen 1: El Sueño que Vio el Rey León

Capítulo 4: La Maldición De Felix Argyle

Parte 10

 

 

—¡Maldita sea! ¡Maldita sea esa mujer…! Esto es en serio. ¡Ella pagará por esto!

Miles escupió y maldijo mientras intentaba detener la sangre que salía de él. La herida iba del hombro derecho a su espalda, y no podía tratarla él solo. Había envuelto toscamente algo de ropa a su alrededor, consiguiendo detener la hemorragia lo suficiente como para aferrarse a su conciencia.

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Miles sobrevivió al golpe que mató a los zombis.

Él siempre tuvo un sexto sentido para cuando su vida estaba en peligro. Eso lo había salvado hoy, pero las cosas no podían empeorar. No sólo había escapado Crusch, sino que Miles ni siquiera había sido capaz de secuestrar al lanzador mágico que había usado el Sacramento del Rey Inmortal.

A lo lejos, podía ver la mansión Argyle envuelta en llamas. Los guerreros no- muertos restantes se estaban incinerando. Su suicidio fue una pequeña distracción que Miles había inventado para ganar tiempo para escapar. Se suponía que Bean tenía el mando general de los zombis, pero como nada les impedía cumplir las órdenes de Miles de destruirse a sí mismos, supuso que Bean debía estar muerto. Tanto los títeres como los titiriteros fueron completamente inútiles.

—Todo ese trabajo, y mi única recompensa es una copia de su libro de conjuros… ¡Maldita sea! ¿Este es mi merecido? ¿Qué les voy a decir cuando vuelva a Volakia, regresando así…?

—…Oh, no tendrás que preocuparte por eso. Si aterrizas lentamente.


Tan pronto como soltó su murmullo enfadado, Miles se sorprendió por la respuesta. Era natural, teniendo en cuenta dónde estaba: en el cielo, muy por encima del suelo. Tan alto que podía ver debajo a las nubes. Nadie debería haber podido hablar con él allí. Y sin embargo, el dueño de la voz continuó tranquilamente.

—Nunca esperé a un jinete dragón. Casi te pierdo. Eres un espía muy capaz… por eso te recomiendo que aterrices lentamente.

El joven pelirrojo que viajaba casualmente sobre el dragón alado parecía estar haciendo lo mejor que podía para apretar los botones de Miles. El chico tenía el sol a su espalda, haciendo imposible ver su cara, y eso hizo que Miles imaginara lo peor.

El dragón volador era algo que Miles había traído de Volakia para darle un medio de escape si era necesario. Él tenía un túnel desde la habitación del sótano de la mansión hacia el exterior, y tenía la intención de llevarse a Crusch y al lanzador mágico con él, usando al dragón para escapar de la red de no- muertos que los rodeaba. Era humillante huir a casa solo, con su plan hecho jirones.

—¡Se supone que no hay jinetes dragón en Lugunica! Miles gritó.

A diferencia de los dragones de agua y tierra, los dragones voladores eran orgullosos y no se someterían fácilmente al control humano. Incluso en el Imperio Volakia el conocimiento era difícil de conseguir; más allá de las fronteras del Imperio, no debería haber sido conocido en absoluto. Y que Lugunica, una nación que se llamaba a sí misma el Reino Dragonfriend, intentara domarlos y entrenarlos, sería una tarea aterradora. Se suponía que los cielos pertenecían sólo al Imperio Volakia.

—¿Seguramente ellos no habrán roto esa ley no escrita…?

—No, tienes razón. Lugunica no tiene jinetes dragón. Sólo soy un polizón.

Miles jadeó.…

—¡I-imposible! Su ira por encontrar a alguien que había entrado en sus dominios tan alto en el cielo se intensificó por la indiferente respuesta del joven.

El esclavista, con los ojos inyectados de sangre, ordenó al dragón que diera media vuelta rápidamente. Ellos volaban casi a la altura de las nubes; ¿quién podría simplemente “ser un polizón” en esa altitud? En este mundo de vientos temibles, Miles y el dragón eran uno. Esto era su orgullo como jinete dragón, así como el vínculo de confianza forjado con la criatura desde que ambos eran jóvenes, lo que hacía posible esa huida. Si pudieran despistar al chico en un momento de descuido, todo terminaría.

—Te lo advierto de nuevo. –Dijo el joven. —Sólo has que descienda el dragón a la tierra. No puedo permitir que salgas del país.

—¡Ya es suficiente! ¡Morirás antes de que aterrice este dragón!

—…Una pena.

Miles, en el escarpado borde de su conciencia por la pérdida de sangre, hizo que el dragón disminuyera su velocidad muy repentinamente. Apretó los dientes contra la fuerza resultante, que golpeó todas sus heridas al mismo tiempo e hizo que sus huesos crujieran.

El chico, sin embargo, no tenía ninguna oportunidad. Sin nada a lo que aferrarse, salió volando de la espalda del dragón y cayó mientras Miles observaba.

Eso fue todo. Quedaría reducido a pedazos de carne vibrante cuando golpeara el suelo, una buena forma de librarse de él.

—¿Qu-qué demonios era ese chico, de todos modos…? Eso no importa. Ahora mismo, tengo que…

Miles tuvo suerte de no estar escupiendo sangre en ese momento. Agarró las riendas con fuerza. Sus heridas habían empezado a sangrar de nuevo. Si no descansaba pronto, no podía estar seguro de que sobreviviría.

—¡…!

Tan pronto como tuvo este pensamiento, sintió que su intuición le picó. Era la misma sensación que había tenido antes de que Crusch atacara, la que le decía que estaba en peligro mortal.

Nació de un instinto más profundo que el pensamiento, que buscaba preservar la vida y la integridad física por encima de todo lo demás. Lo había salvado más de una vez. Pero esta vez, en este instante, Miles encontró que sus brazos y piernas no estaban dispuestos a moverse. ¿Y por qué no? Después de todo, no tenía sentido intentar huir de la abrumadora sensación de muerte se elevaba por debajo de él.

—…Ah.

Miles apenas tuvo tiempo de hablar antes de que fuera envuelto en luz. El dragón y su jinete desaparecieron en el cielo, sin dejar rastro.

Y luego no hubo nada.

***

 

 

—Teníamos a alguien dentro. Nos pusimos en contacto con esa sirvienta durante los dos meses que estuvimos buscando al traficante de esclavos. Creía que teníamos que hacer algo más que mirar si queríamos que las cosas funcionaran a nuestro favor.

Mientras miraban los restos ardientes de la mansión Argyle, Crusch le explicó a Ferris lo que había sucedido en su ausencia.

Ella miró los escombros.…

—Cuando me envenenaron, comencé a preocuparme de que su cooperación con nosotros pudiera haber sido una farsa. Pero ella eliminó cualquier duda cuando se escabulló de nuestros dos criminales para abrir mis grilletes en el sótano.

—¿Por qué haría todo lo posible por involucrarse? –Dijo Ferris. —Parece muy peligroso…


—Durante nuestra investigación, empecé a tener preguntas sobre el traficante de esclavos que estaba visitando la casa. Me hubiera gustado atraparlo vivo, es mi culpa. Personalmente, creo que puede haber sido un agente del Imperio Volakia… Pero estoy seguro de que si les preguntáramos, se harían los inocentes.

Crusch parecía tener un buen conocimiento de los jugadores involucrados en esta trama. Lo único que ella no parecía haber descubierto era lo que Bean esperaba lograr con el Sacramento del Rey Inmortal y por qué necesitaba a Ferris. En realidad, sólo un vistazo a la mente de Bean podría haber respondido a esas preguntas.

—Yo… yo sólo me interpuse en el camino, ¿no? Me pasé de la raya, en muchos sentidos…

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Incluso si Ferris no hubiera regresado, Crusch habría salido de su prisión y detenido el plan de Bean. Tal vez la casa no se hubiera quemado, dejando todo como un montón de cenizas.

—…Si nos concentramos en lo hipotético, nuestras vidas no serán más que arrepentimientos. Tal vez sin ti, ya estaría muerta bajo tierra. Si tú y Su Alteza no hubieran venido, no estaría aquí a salvo.

—Sólo lo dices para hacerme sentir mejor.


—Es verdad. Pero lamentar tus acciones sobre la base de lo que pudo haber sido es peor. Eso sólo puede agotarte.

Mientras Ferris miraba desconsoladamente las cenizas, Crusch se cruzó de brazos y habló con firmeza.

—Estabas preocupado por mí, y sin preocuparte por tu propia seguridad regresaste a un lugar que habías tratado de evitar toda tu vida. Cuando oí eso, encerrada en ese cuarto subterráneo, maldije mi propia incompetencia. Pero también estaba… feliz.

—¿Feliz, Lady Crusch?

—Debe haber sido extremadamente doloroso para ti volver aquí. Lo que te hicieron en tu infancia, difícilmente se puede hablar de ello. No podría culparte por ser incapaz de pensar en ello, o por no querer acercarte. Y a pesar de eso, viniste a rescatarme. Debes perdonarme, pero me alegré mucho.

Crusch se arrodilló para que pudiera mirar a Ferris a la cara donde estaba arrodillado, abrazando sus rodillas. Sus ojos de ámbar lo atravesaron, cortando a través de las oscuras nubes que se aferraban a su corazón.

¿Por qué, cómo, esta persona siempre le hacía brotar calor en su pecho?

—¿Fui… capaz de ayudarla, Lady Crusch? ¿Me permitirá, aun… estando yo a su lado, dedicarle mi vida?

—Mantengo mi respuesta.

—…Dígamelo otra vez. Con las palabras que usó… en ese entonces.

Sintió sus emociones agitándose, un gran pesar y, al mismo tiempo, un anhelo de felicidad. Si tan solo pudiera atravesar todas esas cosas, si tan solo pudiera encontrar la fuerza para mantenerse en pie.

—…Levanta la cabeza y mira hacia adelante. No dejes que esas nubes oscuras se acumulen en tus ojos. Puede ser difícil al principio, pero te ayudaré. Por ahora, confía en mí.

Él quería que ella lo salvara, con las palabras que ella había usado para sacarlo de la oscuridad y mostrarle el mundo por primera vez.

—…

En silencio, Ferris miró a Crusch, y luego volvió a mirar los restos calcinados de la mansión. Por alguna razón, sintió lágrimas en sus mejillas. Y luego descubrió que no podía detenerlas.

Abrazado por un par de brazos fuertes y delgados, Ferris lloró como un niño.

***

 

 

Mientras sostenía al lloroso Ferris, Crusch pensó en lo que había pasado en el sótano.

La sirvienta se había escabullido de Bean y Miles y descendió hacia donde estaba Crusch. Desabrochó las esposas y ataduras y le quitó la venda a Crusch. Sin embargo, antes de que la sirvienta se fuera, Crusch la llamó y la interrogó.

—¿De qué lado estás? Me envenenaste… pero ahora estás cumpliendo nuestro acuerdo y ayudándome a escapar. Tus acciones no tienen sentido.

—Me disculpo si me encuentras confusa. Pero tengo mis propias metas en mente.

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—Oh, ¿en serio? ¿Es esa la razón por la que sigues sirviendo a la Casa Argyle?

Uno de los reportes enviados Crusch había indicado que Bean y esta sirvienta se conocían desde hacía mucho tiempo. La relación había sido aparentemente larga y bastante estrecha, muy parecida a la que existía entre Crusch y Ferris. Y Crusch sabía que si ella misma se volviera loca, Ferris casi seguro que se quedaría con ella en lugar de abandonarla.

—Lady Crusch. –Dijo la sirvienta. —¿Alguna vez ha estado enamorada?

La pregunta la tomó desprevenida. Crusch miró a la sirvienta con los ojos muy abiertos, insegura de lo que quería decir. La sirvienta cerró sus ojos y sacudió su cabeza, tomando el silencio de Crusch como respuesta.

—Entonces no creo que ninguna explicación le ayude a entender lo que yo quiero.

—…El flujo de esta conversación deja claro para quién son tus sentimientos. Pero hay demasiadas cosas que eso no explica. ¿Eras la nodriza de Félix?

—…

En el momento en que Crusch dijo eso, la cara de la sirvienta, antes sin expresión, se puso rígida, y el viento se levantó. No…eso sólo le pareció a Crusch. En realidad, fue una oleada de emociones poderosas. Era algo así como delirio. Los mismos sentimientos tumultuosos que había sentido en Bean también residían en esta mujer. Pero eso sugirió…

—…Espera. Tu pelo. Tus ojos…

Mirando la tensa cara de la criada, una idea surgió en la mente de Crusch. El notable cabello color lino. Los ojos claros y amarillos y la expresión gentil. Si sonriera amablemente, Crusch sospechaba que su cara se parecería mucho a una que conocía muy bien.

Ella reflexionó que Ferris había encontrado su destino debido a la sospecha de infidelidad.

—Si tienes la mínima idea de hacer daño a Félix…

—No voy a hacerle nada a Félix. Tú eres la que se distanció de él, ¿no? Lo que quiero no tiene nada que ver con Félix… con ese chico.

Eso fue lo último que dijo la sirvienta cuando se alejó de Crusch. Con las cadenas sueltas, habría sido posible detenerla. Pero la conmoción habría significado el fin de todo por lo que Crusch había trabajado. Por un momento, la duquesa se encontró atrapada entre sus prioridades personales y oficiales. Entonces, aún sin poder elegir, llamó a la sirvienta que se estaba yendo.

—¡Hannah! ¡Hannah Rigret!

—Si haces demasiado ruido, atraerás la atención de Miles. Ahora es el momento de ser leal a tu deber.

Crusch no tuvo más elección que ver cómo la sirvienta desaparecía de la vista.

Con el sabor de la derrota amargo en su boca, Crusch esperaba tener otra oportunidad para hablar con la sirvienta. Entonces descubriría la verdadera conexión entre esa mujer y su caballero.

Pero nunca tendría la oportunidad. Las llamas consumieron la casa de Argyle: los cuerpos de la madre y del padre de Ferris, junto con los de la sirvienta, y cualquier verdad que ella guardara.

Crusch se quedó sola con sus dudas y un secreto, lo único que nunca pudo contarle a Ferris.

***

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En lo alto, las nubes que llenaban el cielo estaban dispersas. Fourier tranquilamente dejó escapar un suspiro. Antes de que dejaran el castillo, había ordenado a Marcus que pusiera un seguro en su lugar, y lo que pasó en el cielo era prueba de que había funcionado. Aunque más tarde podría haber algunas preguntas sobre el uso de una táctica que normalmente estaba prohibida tan cerca de las fronteras del país.

—Pero no creo que tengamos que encontrarnos con Volakia hoy. No quieren pelear con nosotros más de lo que nosotros con ellos.

Algunas agencias externas habían estado claramente involucradas en los recientes eventos que rodearon la Casa Argyle. Fourier nunca había conocido personalmente a Bean Argyle, pero el estatus y la historia de la familia lo convencieron de que Bean no tenía la capacidad de hacer algo así por sí mismo.

Pensó en quién podría haber jugado un papel en esto. Quizás aquellos dentro de Lugunica que querían ver a Crusch caer en desgracia. O tal vez un intruso de fuera del país, alguien con metas más grandes en mente. Se obligó a contemplar el peor escenario posible. Era probable que lo que los volakianos querían de todo esto, era obtener el conjuro secreto de la Casa Argyle que les permitía controlar a los guerreros no-muertos. Se decía que el actual emperador volakiano era un hombre cruel. Dada la fricción entre Volakia y Lugunica, había sido necesario impedir que alguien más aprendiera el conjuro prohibido.

—Me las arreglé para hacer todo lo que quería. A veces me impresiono a mí mismo.

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La lectura de Fourier de la situación había sido tan perfecta que se encontró a sí mismo desbordandose en una auto-felicitación espontánea.

La intuición de Fourier a veces resultaba ser considerablemente más aguda que la media, pero esta vez había sido especialmente brillante. Por otra parte, había estado centrando toda su atención en esto desde que Crusch había hablado con él.

Garantizadamente, esto lo dejaba a veces con un dolor en su cabeza y una pesadez en su pecho.

—Pero es un precio muy pequeño para salvar a Crusch y Ferris.

Esos dos estaban ahora hablando juntos cerca de las ruinas quemadas de la mansión Argyle. Deseaba encarecidamente unirse a ellos, pero habría sido un momento de lo más impolítico para entrar. Ferris y Crusch compartían un vínculo que era sólo de ellos. Es cierto que Fourier tenía su propio vínculo con cada uno de ellos, pero sabía que en ese momento era necesario mantener la distancia por razones que no podía articular completamente.

—Por supuesto, es difícil para mí dejar que Ferris tenga a Crusch para él solo ahora, dado lo preocupado que estaba por ella…

—En nombre de sus amigos, Su Alteza, permítame darle las gracias por su consideración.

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El que acababa de hablar era Julius, que cabalgaba con Fourier en el carruaje dragón. Parecía encontrar que los recientes acontecimientos le provocaban a la reflexión a su manera. Su expresión era diferente, de alguna manera, a la que tenía antes de abandonar el castillo.

—Yo también te causé muchos problemas, ¿no es así, Julius? Bien hecho al sacarlos a los dos al final.

—No necesita darme las gracias, Su Alteza. A decir verdad, los acontecimientos de hoy me hicieron sentir cuan impotente realmente soy. Creo que puede que el ser elegido para la Guardia Real me hizo olvidar lo que verdaderamente significa ser un caballero.

—¡Otro serio! ¡Los caballeros deberían ser más…bueno…galantes! Haz algunas hazañas valientes, y serás suficientemente caballero. Sí, estoy seguro de ello.

Julius parecía totalmente sorprendido por la declaración de Fourier. Pero se tranquilizó rápidamente y sonrió, y luego asintió.

—Hoy me ha sorprendido más de una vez, Su Alteza. Yo, Julius, juro de nuevo mi lealtad hacia usted.

—No estoy seguro de cómo me siento al respecto, pero acepto tu lealtad. La devoción al reino es verdaderamente valiosa. Que tu corazón no esté atado a mí, sino que busque la prosperidad de toda nuestra tierra. Ahora… ¿crees que ya es hora?

Fourier se inclinó para ver a Crusch y Ferris. Ferris, que antes había estado llorando en los brazos de Crusch, se dio la vuelta y se sonó la nariz. Parecía que las cosas se habían calmado un poco. Podría llamarlos pronto.

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—Tal vez vaya y me una a ellos, entonces. Ahora ansioso, Fourier salió orgulloso del carruaje dragón y bajó a la hierba, listo para ir donde Crusch y Ferris. Pero al hacerlo, su visión vaciló.

—… ¿Su Alteza? La voz de Julius sonaba sorprendentemente lejana. Lo siguiente que supo, fue que sintió un impacto, y todo estaba de lado.

Fourier no sabía que había pasado. Hasta hace tan poco tiempo había estado lleno de la sensación de que podía ver todo lo que estaba sucediendo en el mundo, pero ahora ese sentimiento lo había abandonado por completo.

—¡Ferris! ¡Ferris, ven rápido! ¡Su Alteza Fourier te necesita!

El grito de pánico de Julius fue lo último que oyó Fourier cuando su conciencia se desvaneció. Todo se oscureció, el mundo se distanció. Pero justo antes de que su conciencia se marchara, escuchó dos voces queridas que llamaban su nombre. Fourier se aferró a ese sonido cuando la oscuridad lo venció.

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