Re:Zero Ex (NL)

Volumen 1: El Sueño que Vio el Rey León

Capítulo 3: La Valquiria de las Tierras del Duque Karsten

Parte 1

 

 

La primera orden del día por la mañana era encarar el reflejo en el espejo. Aficionado

—¡Linda! Soy linda. Una encantadora jovencita, una chica maravillosa y linda.


Durante mucho tiempo, este había sido el mantra, las palabras se repetían como por arte de magia. No, no como magia. Eran mágicas, en todos los sentidos. Un hechizo mágico eran simplemente palabras que contenían el poder de cambiar las cosas, de afectar la forma en que funcionaba el mundo. Podría llamarse nada menos que un juramento a uno mismo que traía el cambio.

Después de este conjuro, era el momento de pasar un cepillo por el distintivo cabello color lino a lo largo de los hombros. Asegurarse de que estuviera limpio y ordenado antes de volver a bostezar y quitarse el pijama.

Mientras se movía hacia el armario, el aire frío golpeó la piel pálida y delgada, en ese momento, desnudo y tembloroso. Era importante elegir una camisa que no fuera demasiado llamativa, y una falda con un dobladillo lo suficientemente corto como para quizás levantar algunas cejas, luego comprobar cómo se veía todo en el espejo. Luego vinieron las culottes y los calcetines hasta la rodilla, junto con cintas blancas para atarlas al cabello. Y tal como lo había afirmado el conjuro mágico anterior, la imagen de la joven ideal estaba ahora completa.

Haciendo una pose frente al espejo, y luego comprobando una vez más que nada estaba fuera de lugar. No se podía pasar por alto ningún detalle; no podía haber errores. Esta hermosura fue tomada prestada, aunque debería haber pertenecido a esta persona para empezar, así que era importante tratarla con cuidado.

—¡Okay! Te ves bien hoy… ¡otra vez!

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Todo fue envuelto con un asentimiento satisfecho y un guiño. Perfecto, no hay duda al respecto.

A decir verdad, un punto había llegado hace mucho tiempo donde las afirmaciones regulares ya no eran necesarias. Estas palabras fueron parte de la persona que las pronunció ahora. Después de todo, ya habían pasado seis años.

—No servirá para parecer melancólico-nyan. –Se dio una palmadita en cada mejilla.

—¡Ahora, ataquemos el día! Y con un pequeño bostezo, era hora de salir de la habitación.

El pasillo de la mansión estaba en silencio a primera hora de la mañana, con un frío que se notaba en el aire. Era la hora en que se podía sentir la llegada de la estación fría. A pesar de que esta persona estaba acostumbrada a ahorrar dinero siempre que fuera posible, por mañanas como esta le hacía considerar la posibilidad de añadir otra sábana.

En el pasillo, los saludos de la mañana y las sonrisas fáciles se intercambiaron con los sirvientes que ya habían comenzado el trabajo del día. Todos comentaron sobre el repentino enfriamiento, e incluso hubo una gentil advertencia de no coger un resfriado.

—¿De qué estás hablando? ¿Te refieres a ese viejo dicho, “La enfermedad no perdona ni siquiera a los médicos”?

Después de sonreír y despedirse, se separaron, mientras cierta persona continuaba hacia el vestíbulo de entrada principal de la mansión. Un anciano mayordomo abrió la puerta. Caminando a través de ella mientras inconscientemente se preparaba contra el frío viento que soplaba, una sola figura encorvada.

—…Estás aquí.

Otra persona había llegado primero a la entrada y ahora lanzaba el breve comentario por encima de su hombro. Ella era hermosa. La mujer tiró de las riendas del blanco dragón de tierra que era su fiel corcel, sosteniendo su largo pelo verde contra el viento en ascenso. Sentir sus ojos mirando hacia arriba, de color ámbar, hizo que la recién llegada inconscientemente intentara enderezarse desde su anterior posición encorvada. No era un intento de verse bien para la mujer; sus ojos simplemente tenían el poder de provocar esa reacción.

—No me esperó mucho tiempo, ¿verdad, Lady Crusch?

—No, llegas justo a tiempo. Me desperté un poco temprano. Mi padre finalmente decidió permitirme volver a dar paseos más largos. Me muero por ir por uno.

El dragón acercó su cara a la suya, y ella le acarició la cabeza, su expresión se relajó en una sonrisa. Parecía muy tranquila, pero hablaba de algo infantil en su interior. Su nombre era Crusch Karsten.

Sonrió aún más al ver a su compañera mirando hacia ella.

—Ve a buscarte un dragón de tierra de los establos. Nuestro destino será el mismo de siempre, ¿de acuerdo, Ferris?

—Sí, madame.


Ferris respondió con una perfecta reverencia, presentando cada centímetro como la dama perfecta.

Así era como Ferris, el joven Felix Argyle, iniciaba todos sus días.

***

 

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Ferris, ahora de dieciséis años, era un firme creyente en el poder de la voluntad y la fe de una persona. Si sigues creyendo, cosas sorprendentes pueden pasar.

Por ejemplo, debería haber desarrollado características sexuales secundarias hace mucho tiempo, pero como si en respuesta a sus deseos y oraciones diarias, no mostró signos de volverse más masculino. Su voz no se hizo más grave y su cuerpo no se ensanchó. Estaba agradecido con sus antepasados por no crecerle la barba.

Pero las cosas por las que estaba agradecido con su linaje no se detuvieron en su cuerpo.

—¿Te he aburrido, Ferris?

Una tranquila voz lo sacó de su ensueño. Estaba tomando un descanso, sentado en la hierba y apoyado en un gran árbol. Crusch se había arrodillado frente a él y le miraba directamente a los ojos.

—…Lo siento, nyan. Como que me estaba empezando a quedar dormido.

—¿Oh? Eso es inusual para ti. ¿Estás cansado? ¿Te hice trabajar demasiado duro?

—No, sólo dejé que mi mente vagara un poco… ¿Va a castigarme? Lady Crusch, ¿va a castigar a Ferri? ¡Mi corazón late con fuerza!

—¿Castigarte? Odiaría ser tan fría de corazón.

Crusch agitó su cabeza, ignorando el significado de las mejillas enrojecidas de Ferris. El chico-gato suspiró. Crusch, aún mirándolo fijamente, continuó:…

Y no hay necesidad de ser tan formal. Deja que tu mente se desvíe si lo deseas. No importa lo que pase, estoy aquí.

—Aww, Lady Crusch, siempre sabe qué decir… aunque parezca que nunca se da cuenta. Ferri podría estar enamorado.

—¿…? Tienes la cara roja. Hace frío hoy… ¿no me digas que estás resfriado?

—¡No, para nada! ¡No es eso en absoluto! ¡Oooh, Lady Crusch, es demasiado cruel! ¡No puedo soportarlo!

La ama de Ferris era completamente ajena a cualquier sentimiento de afecto más profundo que la amistad cercana y tomó sus palabras completamente al pie de la letra.

—Ya veo. –Dijo ella. —Lo siento.

Se veía muy avergonzada. Su propia inocencia era encantadora, y completamente injusta.

—…

Satisfecha con la declaración de buena salud de Ferris, Crusch regresó a su posición original, casi como si estuviera siendo detenida. Este campo de hierba era donde los dos siempre venían cuando querían un viaje más largo. Estaba a una hora de la mansión, un lugar de maná puro y lleno de viento. Parecía rayar en lo sagrado. Ferris siempre estaba encantado de pasar tiempo sólo ellos dos, en un lugar donde nadie podía interrumpir.

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—… ¡Yah!

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La ágil Crusch hizo una serie de movimientos con su espada, mientras Ferris miraba desde su lugar junto a un árbol. Sus pulidos golpes, la agresividad que irradiaba, incluso Ferris, que era un novato en lo que se refiere a espadas, podía decir lo hábil que era con el arma.

Crusch estaba completamente fascinada con la belleza del acero; ella había empezado a aprender a manejar la espada incluso antes de conocer a Ferris.

Pero aún así, el hecho de que su esgrima hubiera alcanzado este nivel fue gracias a él. Y ese conocimiento lo hizo más orgulloso y feliz que nada.

Por eso nunca se aburriría de ver a Crusch trabajar con su espada. Ver el talento que él había ayudado a cultivar capturó su corazón como el resplandor de una joya.

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—Esta mañana está más metida en esto que de costumbre, Lady Crusch.

—Es verdad. Es lo que viene de esperar tanto tiempo por la espada y un largo viaje. Sin ti para evitar que me diera la fiebre de la cabina, estoy segura de que le habría hecho una queja ridícula a mi padre por puro aburrimiento. (NT: Fiebre de la cabina, es una condición de inquietud e irritabilidad causada por estar en un espacio confinado.)

Era difícil saberlo por el lateral, pero casi pensó que Crusch sonreía agradablemente mientras movía su espada.

Sus ojos habían estado brillando como los de un niño durante el viaje a este lugar. Durante más de un mes se le habían negado las dos cosas que la hacían sentir más viva, y eso debió estar matándola.

—Pero sabiendo como es usted, milady, porque no trató de escabullirse y hacerlo a escondidas.

—Por supuesto que no. Mi padre hizo bien en regañarme. Yo fui el que causó el problema. Si me pareciera apropiado romper las reglas después de eso, la gente seguramente diría que no tengo vergüenza.

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Lo que hacía a Crusch maravillosa era la forma en que encarnaba palabras como honestidad y rectitud. Como creía que era natural seguir las reglas, solía afirmar su inocencia cuando estaba claro que no había hecho nada malo. Este había sido ciertamente uno de esos momentos.

—Sabes, Ferri no está muy contento con la decisión de Lord Meckart. ¡Fue exactamente porque yo estaba allí-nyan que las cosas no empeoraron!

—Es natural que mi padre me pidiera que actuara apropiadamente como la hija de un duque. Aunque me gustaría que me aceptara uno de estos días… ¿Quién de nosotros es más terco, yo o mi padre?

Ferris infló sus mejillas, pero Crusch simplemente sonrió con pesar.

El evento que despertó la ira de Ferris había ocurrido alrededor de un mes antes. En un día muy parecido a éste, Crusch y Ferris habían hecho uno de sus largos paseos por el dominio Karsten. En el camino, se habían encontrado con un grupo de piratas, la fuente de algunos disturbios locales, atacando un carruaje dragón, y Crusch los había expulsado galantemente.

Crusch nunca había estado en peligro real, aunque se enfrentó a casi diez bandidos. Pero su padre, Meckart Karsten, actual jefe de la Casa ducal de Karsten, había estado extremadamente angustiado cuando la historia llegó a sus oídos.

Crusch sabía como su padre se opondría y por eso dejó a la agradecida dueña del carruaje sin dar su nombre, pero era demasiado famosa para que eso funcionara. Su afición por la esgrima era bien conocida en las tierras de Karsten. Y, además, el escudo con el león mostrando sus dientes había sido perfectamente visible en su espada, no había lugar para negar nada.

La hija de un duque que evitaba los vestidos para usar ropa masculina, y prefería cruzar espadas a admirar las flores. Los rumores se corroboraron con demasiada facilidad, y como castigo, a Crusch se le prohibió tomar una espada o viajar muy lejos del palacio durante un mes.

Crusch pareció aceptar esto, pero Ferris había expresado su indignación directamente a Meckart más de una vez. Pero el hombre no cedió. El mes de espera la había llevado finalmente al día de hoy.

—Definitivamente reconozco cuánto le debo al Lord Meckart, pero eso no significa que tenga que aceptar todo lo que hace.

—Ojalá no criticaras tanto a mi padre. Últimamente se ve más delgado cada día. La responsabilidad de dirigir una casa ducal debe pesar sobre él. Quiero que su tiempo con su familia, al menos, sea una fuente de alegría para él.

—¿Quieres decir que Ferri es parte de la familia?

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—¿…? Por supuesto.

Las mejillas de Ferris se sonrojaron al ser incluido tan fácilmente en la familia. Él rápidamente jugueteó con su falda para distraerse de sus mejillas.

—Está… está bien. –Dijo Ferris. —Parece que a Lord Meckart le gusta cuando Ferri lo pone en un aprieto así. Dijo que le gusta que la gente le diga cosas escandalosas.

—¿Qué? ¿Mi padre dijo eso? No lo sabía… y creo que lo veré un poco diferente de ahora en adelante.

Crusch fue completamente absorbida por este trocito de chisme que Ferris había utilizado estratégicamente para distraerla de su vergüenza. La hija de Meckart tenía una mirada de completa sorpresa. Ferris trató de guardar la expresión en su memoria, ya que era algo que veía muy raramente. Y en silencio, se disculpó con el duque, aunque mentalmente sacó la lengua mientras lo hacía. Sin embargo, no intentó corregir el malentendido de Crusch. Tal vez eso era una señal de lo disgustado que él seguía estando.

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