Goblin Slayer

Volumen 6

Capítulo 3: Recursos Mágicos

Parte 8

 

 

Como mago en entrenamiento, el chico estaba naturalmente familiarizado con los trols desde una perspectiva académica. Por supuesto que lo estaba.

Eran enormes. Poderosos. Estúpidos. Y tenían poderes regenerativos… tratar con ellos requería fuego o ácido.

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Sin embargo, había un problema.

Se le acabaron los hechizos.

“¡GRORB!”

“¡GRB! ¡¡¡GROBRORO!!!”

Y eso no era todo.

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Escuchó el cacareo de goblins resonar alrededor de la recámara funeraria, y supo que las cosas acababan de empeorar.

Habían puesto el cebo, y él se lo había tragado junto con el anzuelo, el sedal y el plomo. (Nova: el plomo es un peso usado para hacer que el sedal se hunda cuando uno pesca)

¿Por qué se esforzarían por torturar a una prisionera en un lugar como éste? Y (por qué sucedió) inmediatamente después de que un estúpido intruso hubiera estado gritando, ¡nada menos!

Las puertas de cada lado de la recámara se abrieron. Los goblins entraron a raudales, riéndose mientras lo hacían.

¡Debí haber escuchado cuando esa elfa sugirió que rodeáramos por el otro lado…!

Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

Esto era una trampa. Una diseñada para atrapar aventureros que avanzaban cuarto por cuarto.

Para cuando se dio cuenta de esto, al joven sin hechizos sólo le quedaba un curso de acción.

Se mojó los labios secos. Respiró hondo y puso todo su esfuerzo en gritar:

“¡Retrocedan! ¡Es una trampa…!”

Esta sería la última acción del muchacho.

Un instante después, un hacha de mano vino volando, una flecha silbó en el aire, y una Espada-garra destelló.

“¡¿GRBRR?!” Gritando y chillando, los goblins se desplomaron como el trigo bajo la guadaña.

“Hay veinte de ellos. Quedan diecisiete”.

La voz era tan tranquila como el viento que soplaba bajo el suelo, y con eso, Goblin Slayer saltó hacia la batalla. Su mano derecha vacía se movió con tanta precisión como una máquina, sacando su daga y haciendo una transición instantánea para golpear el cuello de un goblin confundido.

“¡¡GROORORB!!”

“Hmph…. Cuatro. Quedan dieciséis”.

La oxidada hoja, incapaz de resistir la fuerza del impacto, se rompió y salió volando, pero fue suficiente para asestar un golpe crítico a la columna vertebral del goblin.

Goblin Slayer dio un chasquido de su lengua y tiró la empuñadura a un lado, agarrando en su lugar la espada que llevaba el goblin que se desplomaba. La desenfundó dándole al monstruo una patada despreocupada mientras éste moría. Rotó su muñeca, adoptando una postura de lucha cautelosa.

“¿Con vida?”

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El Chico Mago asintió repetidamente.

“Uh, s-sí… estoy…”

“Tú no”, dijo fríamente Goblin Slayer, interrumpiéndolo.

“Creo que siente curiosidad por la joven de allá”, dijo el Sacerdote Lagarto, que se escabulló y tomó una posición defensiva frente al muchacho aliviado.

“¡Sí!” exclamó el chico, tragando pesadamente. “¡Está viva! ¡Por supuesto que lo está!”

“Ya veo”, dijo Goblin Slayer, y desde detrás de su visera, le dirigió una mirada recriminatoria. Aunque no es que el Chico Mago estuviera realmente seguro de dónde estaba mirando el hombre detrás de su casco de metal. Pero él pensó que lo sentía. Cerró los ojos e intentó dar una justificación.

“Yo sólo… quería ayudarla tan pronto como me fuera posible…”

“También hay mujeres de nuestro lado”, dijo Goblin Slayer, su voz afilada y fría. “Dos de ellas”.

Esto hizo que el muchacho respirara hondo y mirara en la dirección de las mujeres.

“Ugh. Por eso odio a los goblins…”

“…Hrk…”

La Alta Elfa Arquera estaba pálida al ver la recámara de tortura, pero disparó una flecha tras otra para mantener al trol a raya.

A su lado, la Sacerdotisa solo pudo dar una especie de jadeo ahogado; las manos que sujetaban su bastón temblaban suavemente.

“¡Pero…!” El muchacho estaba a punto de ofrecer una respuesta, pero el Chamán Enano se acercó saltando y gritó enfadado: “¡Este no es momento de hablar, muchacho! ¡Agarra a la chica, con silla y todo, y salgamos de aquí!”

Los dos guerreros y la guardabosques habían abierto un camino, y el chamán y la sacerdotisa lo siguieron.

“¡Se nos acaba el tiempo!”

Y de hecho así era.

“¡GROROB! ¡GROB! ¡¡¡GROORB!!!”

“¡¡OOOORLLLLT!!”

Su ruta de escape había desaparecido.

Dieciséis goblins. Un trol. No era precisamente una multitud, pero los aventureros estaban rodeados.

Lentamente, pero con seguridad, los monstruos avanzaron, con sonrisas malvadas apareciendo en sus rostros a medida que se sentían cada vez más seguros de su victoria.

Los aventureros se pusieron en un círculo para proteger al chico, a la acólita que había sido mantenida prisionera y a la Sacerdotisa.

“¿Pero cómo se supone que vamos a llevarla…?” El chico puso la mano en la silla con indecisión; varios gemidos indescifrables salieron de la boca de la mujer. Su mano salió cubierta de sangre resbaladiza y pegajosa. Fue suficiente para hacer que el estómago del muchacho se retorciera; sentía como si fuera a vomitar en ese momento.

El Sacerdote Lagarto, observándolo, revolvió sus ojos, un amplio campo de visión era un rasgo especial de su gente. Su lengua se deslizó fuera de su boca.

“No olvides los dedos. Si todo sale bien, quizá podamos curarla”.

“¡Oh….!”

El chico se tiró al suelo, buscando rápidamente entre el líquido rojo.

El hacha oxidada había cortado cruelmente la carne y el hueso juntos. Pero él no tenía tiempo; no había tiempo. Los dedos habrían sido muy fáciles de ignorar, pero se aseguró de encontrarlos, contarlos y envolverlos en un paño.

Intentó limpiarse el sudor de la frente con una mano sucia y manchada de sangre. Se mordió el labio con fuerza.

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“¡Los tengo!”

“¡Excelente! Tú, toma ese lado, ¡sí, ese!” ordenó el Sacerdote Lagarto.

Hubo un repiqueteo cuando la silla fue levantada, mezclándose con los gemidos de la mujer.

La Alta Elfa Arquera los mantuvo detrás de ella, protegiéndolos, su arco estirado y sus orejas agitándose.

“¡Siguen viniendo desde más adentro!” Miró a la Sacerdotisa. “¡¿Qué hacemos?!”

“¡Oh-ah-!”

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La Sacerdotisa fue incapaz de hablar inmediatamente. Sus manos se congelaron en su bastón, que agarró tan fuerte que le dolían las manos y sus nudillos se volvieron blancos.

¿Qué hacer? ¿Qué era lo que había que hacer? ¿Luchar contra ellos aquí? ¿O intentar abrirse paso?

Tenía que encontrar una respuesta, de inmediato. Sí, y aun así, pero…

Hemos caído en una trampa de los goblins.

No sólo caímos en ella, sino que corrimos hacia ella.

Fue ella la que dijo: ¡Sigámoslo!

No había arrepentimiento. Por supuesto que no. Pero fue suficiente para que sus piernas se sintieran inestables.

Podía ver a la Maga, con la daga envenenada enterrada en su cuerpo.


Al Guerrero, siendo despedazado por los pequeños demonios.

A la Monje, atrapada, golpeada sin piedad, violada de las maneras más horribles.

Cálmate. Cada vez que ella intentaba apartar un recuerdo, simplemente encontraba el siguiente esperándola.

La vez que el Campeón Goblin casi la aplasta… el terror, el dolor, la desesperación.

El lugar en su cuello donde la habían mordido palpitaba.

“¡Uh… Um… Um… um…!”

Los goblins, se acercaban. Ese trol gigante.

La Sacerdotisa se moría por hablar, pero su lengua se negaba a moverse.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los bordes de sus ojos; sus dientes no se mantenían quietos, provocando un terrible traqueteo.

¡Y todo esto cuando ella sabía tan bien como cualquiera que este no era el momento para tales cosas…!

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“¡Mi señor Goblin Slayer!”

Su salvación vino en la forma del Sacerdote Lagarto, quien rápidamente evaluó la situación y gritó.

“Bien”, contestó desapasionadamente Goblin Slayer. “¿Podemos?”

Incluso ahora él buscaba su consentimiento. La Sacerdotisa asintió débilmente. Ella no sabía qué más podía hacer.

Las instrucciones de Goblin Slayer fueron rápidas y cortas. “Usa la Luz Santa. Nos abriremos paso hacia el interior. Dejaré la primera línea al resto de ustedes. Tomaré la retaguardia y me encargaré de esa cosa gigante y gruñona”.

“¡Excelente!” respondió rápidamente el Sacerdote Lagarto.

“¡D-De acuerdo!” La Sacerdotisa, por otro lado, luchó para disminuir la sensación de lo patética que era.

El Chico Mago, trabajando duro para traer la silla consigo, estaba agitado. ¡¿Él se encargaría de esa cosa?!

“¡¿Eres un guerrero, verdad?! ¡Esa cosa es un troll!”

“Tonto”, dijo la Alta Elfa Arquera, hinchando su pequeño pecho a propósito. “Es en momentos como éste cuando Orcbolg es mejor que nadie.”

El Sacerdote Lagarto se rió. Este hombre no iba a ser derrotado por goblins.

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La Sacerdotisa, sin embargo, no se rió. Si no podía hacer otra cosa, al menos cumpliría la tarea que se le había encomendado.

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Empuñó su bastón con ambas manos.  Elevó su conciencia, apelando directamente a los dioses en el cielo.

“¡Oh, Madre Tierra, abundante en misericordia, concédenos tu luz sagrada a los que estamos perdidos en las tinieblas!”

Y así fue, se le concedió un milagro.

“¡¿GGRORRRROOB?!”

“¡¿TOOLR?! ¡¿OORTT?!”

Hubo un destello de luz blanquecina, como un sol que explotaba. Quemó los ojos de los goblins y el trol.

La Sacerdotisa, con su pequeño pecho agitado por el esfuerzo de esta súplica que lastimaba su alma, gritó, tanto para inspirarse a sí misma como a cualquier otro:

“¡Andando!”

Cuando ella comenzó a correr, su bastón se mantuvo en alto, el Sacerdote Lagarto apareció a su lado.

Goblins salieron de las cámaras funerarias, llenando el pasillo, llenando su visión. El Sacerdote Lagarto atacó con garras, colmillos, cola, arrasándolos sin piedad.

Siguiéndolo a través del camino que había abierto, estaban el Chamán Enano y el Chico Mago, llevando consigo a la prisionera. No tenían la oportunidad de lanzar hechizos.

La Alta Elfa Arquera tenía sus flechas constantemente preparadas, salpicando el camino que tenía por delante con disparos de cobertura mientras corría.

Y entonces…

“¿Un trol?” murmuró Goblin Slayer, dejado atrás en la retaguardia. “Entonces no es un goblin.”

“¡¡OOOORLLT!!”

Las púas en el garrote del monstruo brillaron cuando lo hizo caer. Pero cegado como estaba, su fuerza le servía de poco. Sin un atisbo de pánico o incluso prisa, Goblin Slayer saltó hacia atrás. Buscó en su bolsa de objetos y sacó una pequeña botella.

Cuando el contenedor chocó contra la piel del trol, enviando fragmentos de vidrio por todas partes, no le hizo a la criatura ningún daño en absoluto.

Por supuesto, no tenía que hacerlo.

Lo importante era lo que había dentro de la botella.

“¡¿TOORL?! ¡¿TOORRL?!”

Un líquido negro viscoso no identificable se adhería al cuerpo gigante del trol. La cosa desprendía un olor punzante. El trol se agitó, intentando desesperadamente limpiar la sustancia pegajosa, salpicándola por todas partes.

Los monstruos no tenían idea de que se trataba del Aceite de Medea, gasolina a base de petróleo.

“Adiós”.

Sin dudarlo un instante, Goblin Slayer lanzó su antorcha hacia la criatura, girándose con el mismo movimiento.

“¡¿¡¿TOOOOROOOOROOOOOORRRT?!?!”

“¡¿GROROOB?!”

Aullidos y bramidos salían del trol, totalmente envueltos en llamas, y de los goblins a los que estaba atrapando en el incendio.

Goblin Slayer ya estaba corriendo en la otra dirección; mientras avanzaba, cogió un arma de uno de los goblins muertos que sus compañeros habían dejado atrás. Era una lanza de mano. Sostenía su espada en su mano izquierda y la lanza en su mano derecha, agachándose mientras avanzaba a toda velocidad.

“Eso afecto tal vez a la mitad de ellos. Lo que significa…”

La lanza salió volando. Pasó directamente por el estómago de un goblin que había desafiado a las llamas, matándolo.

“¡¿GGRORR?!”

“Con ese son quince”.

Goblin Slayer se giró cuidadosamente, volviendo a ir tras sus amigos.

No había forma de equivocarse de ruta. Las puertas fueron dejadas abiertas; los cadáveres de los goblins estaban esparcidos por todas partes. Sólo tenía que seguir los sonidos de la batalla. Su verdadero problema eran los goblins que continuaban saliendo por las puertas laterales.

“¡¿GBGOR?!”

“¡GRORB! ¡¿GORORRB?!”

Flechas venían volando desde lo lejos y los derribaban. Con eso eran tres más. Dieciocho.

Goblin Slayer corrió hacia delante, saltando sobre los cuerpos que caían al suelo frente a él.

Pronto vio a la Alta Elfa Arquera, su cabello trenzado rebotando detrás de ella como una cola.

“Orcbolg, ¿qué está pasando? ¡Escuché una especie de ‘fwoosh’ por allá atrás!”

“Era una situación de emergencia.”

“¡Podrías al menos darnos una pequeña advertencia!”

“No lo había pensado tanto”. Mientras corría, Goblin Slayer se giró, como si estuviese lanzando una emboscada a mitad de camino. “Diecinueve”.


El goblin, que finalmente le había alcanzado, fue tomado por sorpresa debido a la media vuelta. Una espada fue enterrada sin piedad en su garganta. Cuando se retorció, el goblin exhaló sangre y murió. Una patada en el pecho del monstruo liberó la espada nuevamente.

“¿Cómo están las cosas por delante?”

“¡Lo de siempre! ¡Yargh! Blargh! Todo tipo de locuras”. La Alta Elfa Arquera disparó dos o tres flechas más mientras hablaba, confiando en la suerte para conseguir un impacto. Tres goblins cayeron al suelo, retorciéndose, flechas brotaban de las cuencas de sus ojos. Veintidós.

“¿Tienes un plan?”, preguntó la guardabosques.

“Por supuesto.” Goblin Slayer había completado un cambio de dirección en el tiempo que le tomó a la elfa matar a esos tres monstruos; ahora él estaba corriendo junto a ella. “Siempre lo tengo”.

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