Goblin Slayer – Side Story: Year One

Volumen 1

Capítulo 3: Tutorial – Primera Aventura

Parte 4

 

 

Ella miró al sol crepuscular que para ella parecía del color de la sangre.

Se hundió en el oeste, volviendo el cielo rojo.


Cada vez que lo veía mientras seguía a las vacas por la granja, apartaba la mirada.

¿Siempre he hecho eso?

Sí, probablemente. Ella odiaba el crepúsculo. Le encantaba el cielo nocturno, pero no soportaba ver la puesta de sol.

Me pregunto por qué será.

La razón era diferente ahora de lo que había sido antes. Hasta ella lo entendió.

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Cuando era pequeña, había sido porque no quería volver a casa.

La hora de jugar terminaba cuando se ponía el sol. Tenía que despedirse de él e irse a casa. Por alguna razón, siempre le molestaba.

Pero ahora…

“Supongo que no es el momento de pensar en ello.”

Tenía que apresurarse y llevar las vacas de vuelta al establo. La Vaquera agitó la cabeza. Su largo cabello ondeaba. Había decidido dejarlo crecer, pero había momentos en los que podía ser bastante molesto.

“Oh, vamos”, refunfuñó, quitándose el cabello de encima. Ella fue tras las vacas, diciendo: “¡Vamos, vacas!”

Levantó la vista para ver las largas sombras de la gente que pasaba por la granja a lo largo del camino. Sus sombras se extendían inquietantemente, sus piernas y brazos estirándose de forma antinatural.

Comerciantes, viajeros, aventureros. Sí… aventureros. Y entre ellos, uno de aspecto excepcionalmente extraño.

Estaba cubierto por una armadura y un casco, llevando un escudo y una espada, claras marcas de un aventurero.

Eso estaba bien, pero todo su cuerpo estaba cubierto de mugre. Uno de los cuernos del casco se había roto, su escudo estaba hecho trizas, y su espada no parecía estar bien. Además de todo eso, apestaba. Algunas personas hicieron una mueca de asco al pasar; otras se rieron de él detrás de sus manos.

No parecía problemático. Sólo otro novato que había mordido más de lo que podía masticar y terminó arrastrándose de vuelta a casa.

Nadie podría crecer sin dificultad, al igual que un niño nunca podría aprender a pararse sin caerse.

La reacción, sin embargo, era sólo humana: cuando la gente veía a alguien en apuros, o se compadecían de él o se burlaban de él.

La Vaquera era del primer grupo, sintiendo pena por el aventurero. Ella frunció el ceño.

Me pregunto si está herido.

Uno de sus brazos colgaba sin fuerzas, y arrastraba un pie mientras caminaba en silencio. Era doloroso sólo mirarlo.

Pero eso fue todo; no era como si ella sintiera algo especial por él.

De todos modos, sólo era un aventurero herido que caminaba por el camino.

¿Había algo especial en ello?

Luego pasó por la granja, en dirección a la ciudad, y con un poco de distancia entre ellos, ella le vio la espalda y se detuvo.

“¿Qué…?”

El palo que ella usaba para guiar a los animales cayó de la mano de la Vaquera. No podía explicarlo… sólo tenía un presentimiento. Un tonto presentimiento. Pero reflexionando, tal vez no era necesaria ninguna otra explicación.

Si. Sólo si.

Si él hubiera sobrevivido, ¡Estoy segura de que se habría…

…convertido en un aventurero…!

Apenas se le pasó la idea por la cabeza la Vaquera se puso a correr. Saltó la valla, olvidándose por completo de las vacas.

Estaba a poca distancia de la carretera, pero ella se negó a parpadear, sintiendo como si él pudiera desaparecer si ella lo hacía.

“¡O-Oye, oye, tú! Espera…. ¡Espera un segundo!”

Él no se detuvo ni volteó. Tal vez no se dio cuenta de que ella estaba hablando con él.

La Vaquera apretó los dientes y corrió más rápido. Estaba segura de que no había corrido tanto desde que era niña. Ella nunca había podido alejarse tanto de la aldea, sin importar lo duro que hubiera corrido.

“¡Dije, espera…!”

Casi antes de que se diera cuenta, ella había extendido su mano y agarrado su brazo. Ella había sido capaz de tocarlo.

Ella tiró de ese brazo, y finalmente, él dejó de caminar. Puso su mano libre sobre su pecho y suspiró. La forma en que los transeúntes los miraban la hacía sentir incómoda… pero no importaba.

El casco se volvió hacia ella, y un ojo rojo la miró desde detrás del visor.

“Er, um…”

Ella no podía ver su expresión en absoluto, pero el ojo parecía atravesarla, y ella tragó saliva con fuerza.

“Oye, tú…. ¿Te acuerdas de mí, verdad?”

Su voz temblaba. ¿La reconocería? ¿O se equivocó de persona? Su mano temblaba en su brazo.

¿Qué haría ella si hubiera cometido un error? Era un poco tarde para tales dudas.





Qué ridícula se sentiría. Qué estúpida. Se mordió el labio con fuerza.

Él inclinó su casco ligeramente y, después de un momento, con una voz terriblemente silenciosa y fría, murmuró: “…Sí.”

¡Así que es él!

La Vaquera no pudo identificar la emoción que brotó en su corazón. No sabía si estaba alegre o triste, pero las lágrimas caían por su rostro.

“¿Dónde está tu casa? ¿Dónde te hospedas? ¿Qué has estado…? ¿Te encuentras bien? ¡¿Qué hay de tu hermana?!”

Ya no podía parar. Las palabras brotaban de ella; ella misma se sorprendió de lo mucho que hablaba.

Cinco años. Habían pasado cinco años. ¿De qué podrían hablar? ¿Qué debería preguntar? ¿Qué debería decirle o contarle?

Por fin, la aparentemente interminable avalancha de palabras se detuvo, bloqueada por su completo silencio, la falta de siquiera un susurro.

“Oh, um…” Ahora ella estaba mirando su casco, avergonzada.

Y entonces él habló. Fácilmente, como si no fuera nada inusual.

“…Estaba matando goblins.”

“Oh….”

Ella apenas podía respirar.

Por su mente pasaba la imagen de los ataúdes vacíos de sus padres, sin cuerpos que enterrar en su funeral.

Ella recordó haberle preguntado algo a su tío. Él no le dijo nada.

El viento se hizo más fuerte, enviando un suspiro a través de la hierba de la granja.

Este viento parecía tan frío, tan cruel.

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“Um, yo sólo…”

Ella retiró su temblorosa mano de su brazo. Ahora estaba segura de que él no se movería aunque ella lo soltara.

La Vaquera respiró profundamente, su pecho se expandió, y luego lo dejó salir.

No sabía qué era lo mejor, pero sabía lo que podía hacer. Al menos eso creía ella.

“E-Espera aquí, ¿de acuerdo?”

“…”

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Él no dio ninguna respuesta. Ella pensó, sin embargo, que eso significaba “esta bien”. Tenía que ser así, se dijo a sí misma.

Empezó a correr, pero después de unos pasos, se dio la vuelta.

“¡Si desapareces, nunca te perdonaré!”

Ahora ella sabía que él seguía ahí detrás de ella. Frotándose los ojos, siguió corriendo.

Él sólo estaba…. ahí parado. Como si estuviera esperando a que su hermana viniera a buscarlo.

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