Kono Subarashii Sekai ni Shukufuku wo!

Volumen 9: El Destino Carmesí

Capítulo 4: ¡Adorando a Estas Diosas sin Prestigio!

Parte 1

Después de que a todos nos asignaran una habitación, dejé mi equipaje en los aposentos y me puse a explorar el interior del fuerte con Aqua para matar el tiempo. Los aventureros con los que nos encontrábamos parecían nerviosos, seguramente porque la batalla, decían, no estaba yendo demasiado bien. Un ambiente de tensión se había adueñado por completo de la fortaleza.

Llevados por la curiosidad, Aqua y yo empezamos a toquetear las cosas que había dentro de la sala a la que habían llamado “sala de control”.

—Oye Kazuma, hay botones misteriosos y palancas de control por todas partes, es como si me estuvieran pidiendo que los pulse.

—Sin duda quieren que juegues con ellos. O mejor dicho, sería raro por tu parte que no los pulsaras todos cuando están justo al alcance de tu mano.

—¡¿Acaso entraron aquí para molestar?! ¡Esa es la palanca de control del puente levadizo y esta la de la puerta principal y las trampas, por supuesto que no puedes tocarlas! ¡¿Me has oído?, no puedes tocarlas bajo ningún concepto!

Tras escuchar a los soldados advertirnos de la misma manera que lo haría un humorista, Aqua reaccionó como me esperaba.

—Después de todo lo que has dicho sería una vergüenza no pulsarlos. Primero, será el botón que está debajo de esa cubierta de cristal…

—¡Ese es el botón de autodestrucción por si sucede el caso de tener que abandonar el fuerte, por favor, no lo actives! No lo pulses… ¡¿Pero no te estoy diciendo que no?, sal de aquí!

Los soldados de la sala se dieron la vuelta de repente y nos echaron a empujones. Cuando salimos se quedaron un rato en la puerta para evitar que volviéramos a entrar.

—Nos han vuelto a echar. Todos los soldados de la fortaleza están demasiado susceptibles.

—Nos encontramos en un fuerte de vigilancia en la frontera con el territorio enemigo, naturalmente todos están muy tensos.

Nos dedicamos a jugar con todas las cosas que encontrábamos en las salas que visitamos, y después de que nos hubieran echado también de esta última, ya no nos quedaba ningún otro lugar al que ir.

—Qué le vamos a hacer. Creo que también hay una cocina, ¿por qué no nos damos una vuelta por allí?

—Esos suena genial, ¿debería traerme el vino que llevo en mi equipaje?

Me preguntaba por qué su equipaje abultaba tanto, pero al parecer es porque una de las cosas que llevaba era una botella de vino.

En ese momento…

—¡¿Aqua-sama?! ¡¿No es usted, Aqua-sama?!

Puede oír una voz conocida desde el otro extremo del pasillo. Y aquel hombre cuyo aspecto me resultaba igual de conocido era…

—¿No es ese Katsuragi? Cuánto tiempo.

—¡Es Mitsurugi! ¡¿Acaso lo has dicho mal a propósito?! ¡¿Por qué no puedes recordar bien mi nombre?!

Se trataba del maestro espadachín que poseía una espada mágica, Mitsurugi.

—¡Aqua-sama, cuánto hace que no nos vemos! Te veo bien y llena de energía…

—Sí, yo siempre soy así. Tío de la espada mágica, ¿a ti también te va bien? Por cierto, ¿dónde están las dos chicas de tu harén que siempre te siguen a todas partes?

—¡¿Chicas de mi harén?! No, bueno, como la batalla está yendo bastante mal, habría sido peligroso que se hubiesen quedado aquí. Las obligué a que regresaran a la capital… ¡Ah, sí!

Mitsurugi apartó la vista de Aqua para mirarme a mí.

—Satou, ¿por qué has traído a Aqua-sama a un sitio tan peligroso? ¡¿Es que no sabes lo que hay cerca de este lugar?!

—Lo sé. Este es el principal frente de batalla en la guerra contra el ejército del Rey Demonio. Uno de sus líderes ha estado atacando esta fortaleza regularmente, ¿verdad?

Mitsurugi puso una expresión que decía “¿y por qué estás aquí si ya lo sabes?”.

—Hemos venido para ayudarlos en la difícil misión de repeler al ejército enemigo. El comandante proclama ser un dios maligno, ¿cierto? Entonces es el momento de que yo, una diosa de verdad, haga mi trabajo.

Aqua nos comentó que nunca podría perdonar a la persona que decía ser un dios malvado sin su permiso, y se lo explicó a Mitsurugi a las primeras de cambio como si fuera algo natural.

—¡¿Aqua-sama quiere enfrentarse a esa mujer?! P-Pero eso es… Es verdad que una diosa como usted podría ser capaz de luchar en igualdad de condiciones contra ella, pero le advierto que esa mujer es peligrosa. Un día estuvo a punto de tomar el fuerte sin ayuda de nadie.

Mitsurugi estaba preocupado por la seguridad de Aqua.

—Así que el comandante del ejército del Rey Demonio es una mujer, ¿eh…? Pero aunque ella proclama ser un dios maligno, aquí hay muchas personas procedentes de Japón con habilidades trampa. Y tú, el maestro de la espada mágica que perdió contra mí pero que es más poderoso que la mayoría de los aventureros, también te encuentras aquí. ¿Me estás diciendo que a efectos prácticos solo hay un enemigo y que aún así, con toda la gente que hay aquí, están teniendo dificultades para acabar con él? ¿Por qué?

—Deja de presumir de que una vez perdí contra ti, al fin y al cabo rechazaste la revancha que te pedí… Mira, mejor vamos a olvidar el tema. Es evidente que existe una razón por la que nos están poniendo contra las cuerdas. ¿Es que no lo has visto?

…¿El qué?

Aqua y yo nos miramos extrañados.

—Por la cara que has puesto, probablemente no. Están libres ahora, ¿verdad? Dejen que les enseñe algo importante.

Mitsurugi comenzó a caminar después de decir eso y nos hizo señas para que lo siguiéramos. Nos llevó hasta el exterior de la fortaleza y allí vimos un escenario desolador: se trataba de un boquete en la muralla que estaba poniendo en peligro la seguridad de todo el fuerte. Uno de los lados de los muros sólidamente construidos se encontraba al borde del derrumbe tras una serie de asaltos constantes.

—Hey, ¿es posible que…?

Y yo conocía las marcas que había dejado aquel poderoso impacto en la muralla, algo comprensible puesto que las veía todos los días, solo que en otro lugar. El título de Asistente de Explosiones que me había concedido Megumin no era solo para hacer la gracia.

—Sí, la líder del ejército del Rey Demonio, Wolbach, puede utilizar la magia de explosión.

Al ver mi rostro petrificado, a Mitsurugi no le quedó más remedio que sonreír con tristeza.