Overlord

Volumen 11: Los Artesanos Enanos

Capítulo 5: Lord Dragón de Escarcha

Parte 2

 

 

Se decía que había tres pruebas a lo largo del camino hacia la antigua Capital Real de los Enanos.

La primera era la Gran Grieta.

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Naturalmente, no podía cruzarse a pie. Por supuesto, se podía buscar una ruta alterna, pero eso incrementaba las probabilidades de encontrar monstruos. Los monstruos que yacían a la espera al interior de tal terrero eran una amenaza aterradora para los Enanos.

Era muy difícil evadir una emboscada lanzada por monstruos que podían sentir las pisadas de sus presas y atacaban de debajo de la tierra. Un paso en falso podía conducir a ser tragado y digerido. Adicionalmente, había monstruos que podían lanzar ataques psíquicos y asestar golpes mortales mientras las mentes de sus víctimas seguían confundidas.

En lugares como estos tanto los humanoides como los humanos, Enanos y Elfos eran poco más que presas.

Aunque la forma más segura de cruzar era seguir la ruta exterior que atravesaba la cordillera de montañas, ese camino seguía siendo peligroso incluso para los habitantes de la superficie. Uno debía preocuparse por si era atacado desde arriba por criaturas como Perytons, Harpías, Itsumades, Agilas Gigantes y otros monstruos, así como también por grandes animales voladores. Ya que los humanos tenían un campo visual estrecho hacia arriba y hacia abajo de ellos, un descuido momentáneo podía significar no percatarse de una emboscada desde el cielo y esto a su vez presentaba el riesgo de morir de un solo golpe.

Por lo tanto, simplemente cruzar la Gran Grieta representaba una prueba en sí misma.

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Debido a eso, los Enanos habían construido una ciudad en las cercanías y habían tendido un puente colgante. Una vez que el puente cayera, nadie sería capaz de cruzar y la Gran Grieta serviría como barrera infranqueable para proteger la ciudad.

Ahora que el puente colgante había sido cortado por los Quagoa, la Gran Grieta era un desafío imponente.

Sin embargo…

Esto no le causaba ninguna molestia a Ainz y compañía. Después de todo, el uso del hechizo [Volar] lo convertía en un obstáculo trivial.

Luego estaba la segunda prueba…la tierra de lava fundida.

Este mar de calor abrasador brillaba con un resplandor cegador. Era una región extremadamente peligrosa en la que inhalar una sola bocanada del aire ardiente podía carbonizar los pulmones al interior del pecho.

La razón por la que la lava podía fluir a incontables kilómetros por debajo de la tierra era probablemente porque éste era un mundo mágico. Había portales mágicos formados naturalmente, similares a los [Portales] que teletransportaban personas y estos unían los flujos de magma de esta región a otras distantes.

En medio de este océano abrasador acechaba la razón de que este lugar era considerado una prueba.

Se trataba del monstruo que nadaba perezosamente a través del mar ardiente.

Era un monstruo gigantesco de más de 50 metros de largo y parecido a un pez. Para ser más precisos, parecía un pez pescador. Sin embargo, no tenía cebo en la cabeza sino un tentáculo que le servía de manos. Éste podía tomar a un enemigo distante y depositarlo en las fauces descomunales del monstruo.

Su piel era robusta y resistente y tenía escamas como un pez ordinario, pero su dureza sobrepasaba por mucho incluso al orichalcum.

Muchos monstruos se hacían poderosos porque vivían por largo tiempo. Estos individuos tenían la fama de ser especímenes superiores y en muchos casos eran clasificados como un tipo diferente de su raza de origen. Este monstruo había completado una forma especial de evolución y se había convertido en un ser único, imposible de encontrar en cualquier otra parte del mundo.

Y así, estos eran los tres gobernantes del Monte Rappaslea, tal como estaban vinculados por el [Portal]…

El Lord Fénix, que gobernaba el cielo.

El Dragón de Llamas Ancestrales, que gobernaba la tierra.

Y el Lord La-Angler de Lava, que gobernaba el mar subterráneo de magma.

Si era clasificado en base a los estimados de dificultad de los aventureros, el señor del océano fundido obtendría alrededor de 140. Con toda certeza, no se podía sobrevivir a un combate contra él.

Afortunadamente, no era muy hábil al enfrentar objetivos terrestres. Uno no podía ser atacado si se mantenía fuera del magma. Sin embargo, la ruta hacia la Capital Real Enana recorría un estrecho camino inestable que se encontraba sólo un poco más elevado que el mar de roca fundida debajo de él.

Un buen número de Quagoa había caído al magma durante su invasión. Sus cuerpos temblaban incapaces de resistir el aire sobrecalentado que soplaba desde abajo, lo que los hacía caer dentro del mar de roca fundida.

Sin embargo…

Cruzar no planteaba problemas para viajeros preparados con inmunidad al fuego y magia de vuelo. Ellos volaban por el aire, muy por encima del alcance del Lord La-Angler de Lava y ninguno de los dos grupos se percataba de la presencia del otro.

De esta manera Ainz y compañía cruzaban el mar de magma.

Hasta ahora las pruebas habían sido fácilmente superadas con la magia de vuelo, así que casi era difícil considerarlas pruebas. Sin embargo, la prueba final si era un reto en el sentido real de la palabra. Eran una serie de cuevas extensas, sinuosas y con muchas bifurcaciones.

Sin duda calificaba para el título de “laberinto”.

Sin embargo, eso por sí solo no contaba como una prueba. No había monstruos en esta zona, así que siempre y cuando uno se tomara algo de tiempo creando un mapa, eventualmente se podía llegar a superarla. Y si eso era todo lo que hacía falta, entonces sólo calificaría de prueba para los que carecían de alimento y agua, en otras palabras para aquellos con tiempo limitado.

Pero… En realidad sí había otra razón por la que este lugar era considerado una prueba.

Esta zona estaba llena de respiraderos que arrojaban columnas de gases volcánicos a intervalos regulares y había lugares en los que dichos gases se acumulaban. En otras palabras, era un área infernal de un veneno invisible y mortal, azotada por fuertes vientos.

Había varias rutas que conducían a la salida, pero sólo había una que lo hacía y a la vez evitaba el gas. E incluso esa ruta podía terminar llenándose de gas si no era atravesada con la suficiente rapidez.

Incluso el uso del hechizo de [Volar], que les había servido para superar cada reto hasta ahora, lo único que les permitiría hacer era avanzar pegados al techo. Pero el gas liberado llenaría con veneno incluso el aire a esa altura. Como mucho, todo lo que les permitiría hacer sería evitar las áreas en las que el gas se había asentado y reunido.

Sin embargo…

Ainz y los Guardianes poseían contramedidas adecuadas contra los ataques portadores de gas, así que para ellos no representaba ningún problema. Más bien, el único que podía ser afectado por ataques de gas era Gondo. Los no-muertos tenían sus inmunidades y los gases que no infligieran daños de ácido o fuego no los dañaban en absoluto. Aura tenía un objeto mágico que la rodeaba de una burbuja de aire fresco, así que el simple gas no servía de nada contra ella.

En otras palabras, siempre y cuando mantuvieran protegido a Gondo con magia, podía caminar con seguridad a través de los vapores ondulantes de la muerte.

Y así las tres pruebas, peligros del terreno que eran infranqueables para los que no estaban preparados o que no tenían conocimientos previos, eran superadas fácilmente por Ainz y su grupo.

El hechizo de Ainz, la [Bendición de Titania], que le indicaba al usuario la mejor ruta a través de una mazmorra se disipaba lentamente. Eso significaba que su duración había expirado o que su propósito había terminado.

“…Hmm. Parece que hay un cadáver fresco de Quagoa al interior de esa cueva. Pero no los hemos alcanzado aún. Supongo que un día hace una gran diferencia.”

“Sin embargo, hemos acortado la brecha en gran medida. En este momento, casi los hemos alcanzado.”

Decía Aura luego de inspeccionar las huellas en el suelo.

“…En serio. Entonces, discutamos qué haremos luego. …Gondo, pronto llegaremos a la Capital Real. ¿Cierto?”

“Sí. Sólo he oído hablar de ella en leyendas, pero si esas cuevas eran el legendario Laberinto de la Muerte, entonces deberíamos estar allí pronto.”

Una expresión amarga se formaba en la cara de Gondo.

“Sin embargo. ¿Ese realmente fue un Laberinto de la Muerte?… Las leyendas decían que aquellos que no sabían el camino sólo encontrarían la muerte al final de su viaje…”

Ainz no podía responder a esa pregunta. Después de todo, había sido un reto demasiado simple. Tal vez sólo era una estratagema, para hacerles creer eso a los enemigos que habían logrado salir y luego activar la verdadera trampa. Eso no estaba descartado del todo.

“…Cuando eso suceda, todo lo que debemos hacer es liberarnos de cualquier trampa que nos aguarde. Dicho esto, activar una trampa colocada de antemano era el colmo de la insensatez. Reduzcamos la velocidad y avancemos estando alertas.”

Se habían estado moviendo a grandes velocidades para alcanzar al enemigo. Sin embargo, aún no lo habían hecho, incluso después de llegar a este lugar. Así que debían replantear su estrategia y operar bajo el supuesto de que el enemigo ya había regresado a su base.

“Entonces, hay que considerar qué haremos una vez que lleguemos a los cuarteles del enemigo.”

Luego de verificar que todos habían asentido, Ainz se volvía hacia Gondo.

“Para comenzar, Gondo y yo tomaremos el Palacio Real. Yo me encargaré del Dragón allí.”

Ni los Guardianes ni Gondo objetaban esto.

Los Dragones del más alto rango eran algunos de los oponentes más fuertes en Yggdrasil. Era muy peligroso separarse de los Guardianes mientras no supieran cuál era la fuerza del enemigo. Sin embargo, Ainz tenía un Objeto de Clase Mundial. Éste poseía muchos poderes y uno de ellos era muy efectivo contra los Dragones. Por lo tanto, incluso en el peor de los escenarios, él debía ser capaz de escapar del Dragón.

Al contrario, si llevaba a los Guardianes consigo y el enemigo resultaba ser más poderoso de lo esperado, entonces tenía que esforzarse más para lograr escapar.

Con Gondo al lado, lo peor que podía pasar era que Ainz tenía que abandonarlo. Él no podía abandonar las vidas de los hijos de sus amigos. Por lo tanto, la mejor solución era no llevarlos consigo en primer lugar.

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(Dragones, eh… lo espero con ansias.)

En Yggdrasil, los Dragones eran enemigos poderosos y también un botín de riquezas.

Ellos dejaban caer buenos cristales de datos y la probabilidad que tenían de dejar caer artefactos era mayor que la de los monstruos normales. Uno podía recolectar su piel, carne, sangre, colmillos, garras, ojos, escamas y otras partes de sus cuerpos para diversos propósitos.

Se podía decir que eran enemigos deliciosos.

Saber que pronto encontraría a su primer Dragón en este mundo, le llenaba el corazón con una mezcla de inquietud, anticipación y deseo. Ainz estaba tan contento que casi no podía contenerse.

De acuerdo a los Enanos, el poderoso Dragón de Escarcha que había asolado la ciudad occidental podía estar aquí. Si las cosas iban mal, él podía enfrentar otra batalla con pocas probabilidades de obtener la victoria, similar a la que había tenido con Shalltear.

(¿Podía ser que ese Dragón había derrotado a los Caballeros de la Muerte? Tengo posibilidades de lograrlo si se trata de la misma entidad, pero será un problema si se trata de alguien más. ¿Debería permanecer oculto y llevar a todos excepto a los Hanzos?…no, ésta debería ser la decisión correcta.)

“…¿Ainz-sama?”

“¿Hmm? Ahh, Shalltear. Perdóname, estaba perdido en mis pensamientos. Entonces, también les daré sus órdenes a ustedes dos. Aura y Shalltear, ustedes enfrentarán a los Quagoa y los someterán a mi autoridad. Si se atreven a rehusarse, entonces ¡Les mostrarán el poder de Nazarick!”

Las dos Guardianas respondían con afirmaciones contundentes.

La mirada de Ainz se desplazaba hacia Gondo. No parecía que él tuviera algo que decir. Esa actitud parecía indicar que aceptaría cualquier decisión que Ainz tomara.

Aunque Ainz había acordado deshacerse de los Quagoa, no tenía la intención de exterminarlos por completo. Sencillamente, sentía que el genocidio de una raza que no existía en Yggdrasil era un desperdicio. En efecto, matarlos a todos podía eliminar su raza por completo del mundo. No, incluso si no era así, en el futuro ellos podían terminar siendo beneficiosos para Nazarick.

Por supuesto, también podían ser perjudiciales para Nazarick. Sin embargo, extirparlos antes de verificar eso sería un desperdicio.

(Exterminarlos es fácil, pero revivirlos es difícil. Por lo tanto, sólo hay un camino que puedo tomar. Y además…)

“Si son tontos que no me jurarán su lealtad, entonces reduzcan sus números a alrededor de 10’000. Intenten dejar con vida a los fuertes. Sin embargo, después de considerar los posibles problemas futuros, no los seleccionen únicamente en base a la fuerza. Deben asegurarse de que la mitad de sus números sean mujeres. Además, no deben dejar que ninguno escape. ¿Lo entienden? Especialmente el que es el equivalente de su rey.”

“Pero… Ainz-sama…”

Ainz instaba a Aura, que parecía deprimida, a continuar hablando.

“No sabemos con exactitud qué tan grande es la Capital Enana, pero parece ser un área bastante amplia. Será difícil que sólo nosotras dos podamos asegurarnos de que los Quagoa no escapen de un espacio tan amplio. ¿Qué deberíamos hacer?”

“Hmm. Una pregunta razonable. Debido a eso… Aura, es tu momento de brillar. Usa el Objeto de Clase Mundial que te di antes.”

“¿E, eso en verdad estará bien?”

“Umu. Es ahora cuando debe usarse.”

“¡E, entendido!”

La tensión estaba escrita en todos sus rostros.

“Aunque ese Objeto de Clase Mundial no tiene un límite de usos, si el enemigo cumple determinadas condiciones y escapa, la propiedad del Objeto les será transferida de inmediato a ellos. Ése es el peor escenario y debemos evitarlo a toda costa.”

Ainz recordaba el incidente en el que Ainz Ooal Gown tomaba posesión del Objeto.

¿Cuántos correos había enviado el enemigo, rogándoles que “se lo devolvieran”?

Ainz resoplaba.

“Si no querían perderlo, no deberían haberlo usado.”

Era su firme respuesta. No había nada más estúpido que un gremio que no podía aceptar una conclusión así de racional. Si no querían perderlo, deberían de haberlo ocultado en su tesorería y nunca haberlo sacado. Por lo tanto, Ainz seguía haciendo hincapié en ello, aun cuando sentía que no había problemas en usarlo.

“Además, debes tener cuidado de los oponentes que no puedas meter en su interior, porque tales oponentes poseen Objetos de Clase Mundial también.”

“Eso significa que usted tampoco podrá entrar. ¿Cierto, Ainz-sama?”

“No cuando se abra. Sin embargo, hay formas de ingresar si escoges hacerlo. Es necesario prestar atención al desfase del tiempo cuando eso suceda… Muy bien, vamos, entonces.”

Guiados por Aura, el grupo emprendía el camino.

Tal vez era porque estaban cerca a la Capital Real Enana, pero incluso las cavernas formadas naturalmente eran fáciles de recorrer. Todas las estalactitas y estalagmitas habían sido cortadas, probablemente para facilitar el paso. Caminaron durante un tiempo, rodeados de la labor de los Enanos.

Aura, que caminaba a la cabeza, de pronto se detenía. Luego acercaba una mano a su larga oreja, escuchando con atención.

Ainz y los otros guardaban silencio, esperando la respuesta de Aura.

“Ainz-sama, puedo oír a muchos seres vivos más adelante, son cientos. No puedo estimar la distancia con exactitud, pero creo que haremos contacto con ellos en unos minutos.”

“Ooh… ¿Ya los alcanzamos?”

“No, no parece que estén moviéndose. Se siente como si estuvieran esperando…”

“Ya veo. ¿Se percataron que los perseguimos? ¿Son tropas de emboscada?”

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Si ése era el caso, probablemente habían usado algún tipo de magia de adivinación para espiar a Ainz y a los otros.

Ainz esbozaba una sonrisa.

Hasta ahora, no habían dejado que el enemigo observara el poder que tenían. Y debido a eso, ahora querían enfrentar a su unidad contra Ainz para observar sus habilidades.

Por la firmeza del enemigo y por sus acciones, Ainz podía deducir la ansiedad y la disposición que tenían para sacrificar vidas con el fin de averiguar más sobre ellos. Y eso hacía que Ainz sintiera que había ganado la batalla de ingenios contra sus oponentes.

“Ainz-sama. ¿Deberíamos capturarlos?”

“Hmm, ahora que lo pienso, no les hemos mostrado muchas de nuestras habilidades todavía. Por lo tanto, reunamos algo de información antes de aplastar su cuartel general de un solo golpe.”

“¡Entendido!”

Además, incluso si en verdad obtenían información sobre ellos, no podían idear una contra-estrategia con facilidad.

Había dos tipos principales de personajes en Yggdrasil.

Estaban aquellos especializados en un campo en particular y aquellos cuyas habilidades estaban uniformemente distribuidas.

En el primero de los casos, incluso si obtenían información de un enemigo, tendrían dificultades para encargarse de él si es que la información no correspondía con la especialidad que tenían. En el segundo caso, era posible que pudieran lidiar con sus enemigos, pero debido a la repartición uniforme de las habilidades de poseían, dichas contramedidas en su contra no serían infalibles.

Por supuesto, podía haber gente como Ainz que conocía muchos hechizos y que poseía muchos objetos dejados atrás por sus camaradas y que por lo tanto eran capaces de adaptarse a las circunstancias o gente como Touch Me, con habilidades en general muy altas, pero esas personas eran la excepción a la regla. Por lo tanto, sólo había una cosa de la que tenían que preocuparse.

(…El número de entidades poderosas. El hecho de no conocer ése número me asustaba un poco. Teniendo en cuenta que no podía verificar ese punto por completo, debía seguir teniendo en mente la idea de una retirada…hmm. Bueno, en cualquier caso, no podemos proceder sin golpearlos y ver qué es lo que el enemigo tiene bajo la manga. …Ohh, parece que el espíritu de Yamaiko-san está poseyéndome…)

“Shalltear. No perderás el control esta vez. ¿Verdad?”

“¡Por supuesto!”

Shalltear preparaba su Lanza Spuit.

“Muy bien. Normalmente, deberíamos evitar revelarle al enemigo que poseemos objetos de clase divina. Sin embargo, no podrán enterarse si es que no poseen excelentes habilidades de detección. Está bien, vamos.”

“¡Entendido!”

***

 

 

Al interior de Feoh Berkanan, La majestuosa y magnífica antigua Capital Real de los Enanos, construida durante la flor de su civilización el edificio más grande además del Palacio Real, era el Gremio de Mercaderes. Este contenía muchos cuartos, usados durante las reuniones y bóvedas temporales, usadas para almacenar recursos por corto tiempo.

Este edificio era usado por muchos Enanos y era la estructura más grande de toda la ciudad. Y ahora, era la residencia del Jefe de los Clanes Quagoa, Pe Riyuro.

Para cuando Yozu regresaba Riyuro se encontraba sentado, casi hundido, en un gran y suave cojín. Su actitud era la que tenía de forma normal, sin ningún rastro de ira o ansiedad, incluso luego de oír sobre el fracaso de Yozu.

Yozu hacía una reverencia y describía lo que había ocurrido.

Aunque lo importante ya había sido transmitido con un mensajero, él estaba aquí para explicar los detalles. En particular, tenía que explicar en detalle las cartas del triunfo de los Enanos, las armaduras que había visto con sus propios ojos.

Riyuro escuchaba en silencio y luego movía la mano lentamente, metiéndola en la jaula que tenía al lado. Tomaba un lagarto, que no paraba de chillar; un lagarto gordo, redondo y jugoso, un aperitivo digno de un rey.

Riyuro extendía la mano que sostenía el lagarto hacia Yozu.

“…¿Quieres un poco?”

“No, no gracias.”

“¿De veras?, murmuraba Riyuro. Luego aplastó la cabeza del lagarto con sus mandíbulas y Yozu pudo percibir el débil aroma de la sangre y las entrañas.”

Los 20 centímetros del lagarto desaparecían en la boca de Riyuro al cabo de tres bocados.

Riyuro se limpiaba las manos y la boca empapadas de sangre con una toalla cercana.

“…Y entonces te retiraste. ¿Qué fue de tus perseguidores?”

“No estamos seguros de eso. Sin embargo…”

Ya que el puente colgante había caído, no pensaba que el enemigo iba a continuar con la persecución. Y francamente, tenían a los Enanos de la garganta. Todo lo que los Enanos podían hacer era reforzar sus defensas, encontrar y sellar la ruta alterna y luego, tal vez, podían montar un contraataque en este lugar.

La razón por la que habían enviado sólo a esas dos armaduras negras, era o bien porque probablemente eran lo suficientemente estúpidos como para dividir sus fuerzas o bien porque ésa era toda la fuerza militar que poseían.

Ésta era la opinión de Yozu, la cual compartía con Riyuro.

“No sería extraño si hubieran una o dos más de ellas.”

Riyuro parecía sentir la demostración inconsciente de sorpresa de Yozu. Manoseaba repetidamente a los lagartos en la jaula mientras explicaba perezosamente lo que había querido decir.

Los Enanos estaban confiados de la capacidad defensiva de su fortaleza. Si ésta caía, ellos sentirían que las probabilidades de perder la ciudad eran demasiado altas. Por lo tanto, no era un error asumir que las armaduras negras que habían enviado eran una parte significativa de sus fuerzas totales.

Sin embargo, ya que ellos no sabían exactamente cómo había sido conquistada la fortaleza, comprometer a todas sus fuerzas sería una apuesta peligrosa. Si había múltiples rutas de infiltración, entonces estaban perdidos.

Aunque no era una situación en la que podían dividir sus fuerzas de a pocos, tampoco tenían la información suficiente como para comprometerla toda en un solo contraataque.

Por lo tanto, incluso si había más armaduras, probablemente sólo había uno o tal vez dos más. Esto era lo que se le había ocurrido.

Yozu sentía que las cosas eran exactamente como las había descrito su Señor y estaba lleno de admiración ante la sabiduría que demostraba.

“Entonces ¿Quién crees que pueda derrotar a esos Golems?”

“¡Estoy seguro que usted podría hacerlo, mi Señor!”

Riyuro era el ser más poderoso entre los ocho clanes Quagoa. En efecto, su capacidad de lucha era ejemplar.

Él bien podía ser capaz de luchar contra toda la raza Quagoa por sí solo y emerger victorioso. Nunca antes había habido alguien como él en la historia de los Quagoa.

Yozu recordaba la visión de Riyuro luchando contra un monstruo en el pasado. Estaba completamente seguro de que la fuerza de Riyuro era superior a la de los Golems.

“Basta de palabrerías. ¿Realmente lo crees?”

“¡Sí! ¡Lo creo!”

Riyuro reía con amargura, pero la respuesta de Yozu era sincera. No tenía otra respuesta que ofrecerle además de esa.

“…¿En cuál de los Clanes fue que naciste?”

Una pregunta inesperada. Después de que Yozu respondiera con su clan de nacimiento, Riyuro se sumía una vez más en sus pensamientos.

“Ya veo… En ese caso, realmente debes pensar que puedo ganar. ¿Cierto?”

“¿Qué, qué significa eso?”

“Simplemente sospechaba que podrías haber pensado que ésta era una oportunidad para deshacerte de mí. Es verdad que soy más fuerte que cualquiera en nuestra especie. Debido a eso, podrías buscar hacerme luchar contra los Golems al haber subestimado su fuerza. Entonces, los Golems me matarían. Bueno, si hicieras eso, nadie podría derrotar a los Golems… pero recibirían daños en su batalla contra mí y entonces podrías ser capaz de acabar con ellos usando los números.”

Aunque el Señor al que le había jurado lealtad había dejado caer sus sospechas sobre él, el corazón de Yozu no estaba lleno con nada más que con respeto.

Si él estaba en el lugar de Riyuro, podía no haber reflexionado tan profundamente sobre el tema.

Yozu creía firmemente que Riyuro era el verdadero Señor de los Quagoa y su lealtad se hacía incluso más profunda.

Riyuro no entendía del todo al hombre frente a él y le hacía una pregunta.

“…¿Por qué no respondiste de inmediato que no tenías ese tipo de intenciones?”

“¡Sí! ¡Mis, mis más profundas disculpas! ¡Simplemente estaba hipnotizado por sus profundas reflexiones, mi Señor! ¡Como dijo, no albergaba tales intensiones!”

Riyuro reía en voz alta.

“¡Eres un tipo muy interesante! …Los hombres que te asigné fueron perdidos sin razón, así que debe haber un castigo. Pero no infligiré heridas en ti, eso podría afectar tu desarrollo futuro. A decir verdad, te enteraste de los Golems y regresaste luego de percatarte de que era información importante. Además, que hayas anticipado la persecución del enemigo y que hayas asignado parte de las tropas a la defensa de la ciudad demuestra la agudeza de tu mente.”

“¡Muchas gracias!”

Yozu se inclinaba profundamente.

“Ahora, tengo una pregunta para un excelente líder como tú. ¿Cómo reuniremos más información sobre esos Golems?”

“Atacando la nación de los enanos.”

“Ésa es una forma de hacerlo. Si hicieras eso, podríamos enterarnos de si realmente tienen Golems en la reserva.”

“¡Sí! Si ya no hay más, entonces debemos conquistar la ciudad tan pronto como nos sea posible, sin importar las pérdidas que suframos.”

“Umu.”

Asentía Riyuro.

Si se tratara de una cuestión de vidas, entonces sería necesario mucho tiempo para concebirlas y criarlas. Sin embargo, los Golems sólo necesitaban ser construidos. El tiempo no estaba de su parte, sino de parte del enemigo.

“¿Qué otros métodos hay?”

“Perdóneme, pero no puedo pensar en nada por el momento.”

Riyuro extendía la mano hacia la jaula llena de lagartos y tomaba otro.

“…¿Te gustaría éste?”

(¿Me veía así de hambriento?)

Era verdad que había escapado hasta aquí con todas sus fuerzas y que hasta ahora ni siquiera había comido o descansado adecuadamente. Sin embargo, no estaba lo suficientemente sediento o hambriento como para mendigar comida de la mesa de su Señor.

“No, gracias.”

“Ya veo.”

Respondía Riyuro. Luego, arrancaba la cabeza del lagarto de un mordisco tal como había hecho con el anterior. Cuando terminaba de devorarlo de manera similar, Yozu le hacía una pregunta.

“Entonces, mi Señor. ¿Ha pensado en algún otro método?”

“Ah, sí. Podemos preguntárselo a ese tipo. Su sabiduría es mucho mayor que la mía… Aunque, lo preocupante es que el pago que demandará será igualmente elevado.”

“Pago, eso quiere decir… ¡podría ser!”

Por lo que había dicho, Yozu lo adivinaba de inmediato.

“Correcto. Debemos darle a los Dragones…”

Justo cuando Riyuro estaba a punto de continuar, había una perturbación en el exterior y las puertas se abrían estrepitosamente.

“¡Jefe del Clan!”

Era uno de los guardias.

“Parece urgente. ¿Qué ha pasado?”

“¡Sí! ¡Parece ser que alguien viene camino a la ciudad!”

“¿De dónde están viniendo?”

De acuerdo al guardia, venían del flanco en el que Yozu había posicionado a sus tropas. En otras palabras, venían de la nación Enana.

“Así que han enviado a sus tropas de persecución… He subestimado a los enanos.”

Con eso, Riyuro se ponía de pie.

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Los ojos de Yozu parecían preguntarle a dónde se dirigía. Riyuro sentía eso y respondía.

“Parece que nos hemos ahorrado una gran cantidad de decisiones. Ahora Iré a ver a los Dragones.”

“¿Les preguntará sobre los Golems?”

“No. Voy a convencerlos de que se encarguen de los enanos que se aproximan. Ya que son enanos seguramente tendrán a sus Golems con ellos. Así que haremos que luchen con los Dragones y debilitaremos a ambos bandos. …Hmph. Bien podríamos dejar que se ganen el pan que comen.”

El Jefe de los Clanes estaba profundamente furioso por cómo los Dragones habían tomado, para sí mismos, el mejor lugar de la ciudad, el Palacio Real. Esto era algo que sólo lo sabían sus confidentes más cercanos, además de la forma en la que el Jefe de los Clanes había ocultado astutamente esos sentimientos y se había postrado ante los Dragones.

Había una abrumadora diferencia de poder entre los Dragones y los Quagoa.

Por lo tanto, tenían que fingir un aire de servidumbre hasta que pudieran reducir la fuerza de los Dragones. Sin embargo, en la cordillera de montañas, eran muy pocos los seres que podían luchar en igualdad con los Dragones. Salvo una importante excepción, esos probablemente serían los Gigantes de Hielo.

Y ahora, la oportunidad había llegado, decía Riyuro.

“Yozu, no es muy probable, pero sólo por si acaso, comiencen a movilizarse al distrito en ruinas. No quiero que se vean envueltos en las batallas de los Dragones.”

Uno de los distritos de la Capital Real Enana había sido completamente destruido antes de que los Quagoa se apoderaran de ella. Los Quagoa no habían reconstruido esta área con el fin de usarla como un lugar de concentración para reunir a un gran ejército. Parecía que finalmente sería usada.

“Entendido.”

“Entonces… ¿Puedes ayudarme a preparar algunas ofrendas para la reunión con los Dragones? Les gustan las joyas, así que prepara algunas. Confío en que también sabes que son muy codiciosos y que no aceptarán de inmediato el pago inicial. Seguramente incrementarán el precio. Con eso en mente, prepara algunos objetos de poco valor también.”

Después de asentir con la cabeza hacia Riyuro para mostrarle que lo entendía, Yozu comenzaba de inmediato con los preparativos.

***

 

 

Los Dragones eran la más poderosa de las especies de este mundo. Había razas que podían adaptarse a las duras tierras a las que la humanidad no podía acceder. La Cordillera de Montañas Azellisia no era la excepción y los Dragones gobernaban aquí.

Estos Dragones eran conocidos como Dragones de Escarcha.

Usualmente, los dragones tenían cuerpos esbeltos. Cuerpos que nos recordaban a las figuras reptantes de los lagartos tanto como recordaban a las de los gatos. Entre ellos, los Dragones de Escarcha eran incluso más delgados, parecidos a serpientes.

Sus escamas eran blanco azuladas, pero cuando se hacían mayores, se volvían blancas como la nieve. Habiéndose adaptado a su entorno, poseían inmunidad al frío, pero a cambio, eran vulnerables al fuego.

Además, estaba la carta del triunfo de las razas Dracónicas. Poseían el aterrador poder del aliento congelante de Dragón.

El Señor de estos Dragones de Escarcha, Olasird’arc Haylilyal, enrollado alrededor de su trono, miraba desde lo alto al Quagoa que ansiaba una audiencia con él.

“Así que has venido. ¿Qué sucede?”

“Sí, estoy profundamente honrado de que se me haya concedido una audiencia con el poderoso Lord Dragón Blanco, Olasird’arc Haylilyal…”

“Ahórrate las formalidades. Ve al grano.”

Dicho esto, los ojos de Olasird’arc se estrechaban ligeramente.

Ser un Lord Dragón tenía un significado especial entre los Dragones. Era un título otorgado a aquellos que habían alcanzado la categoría de edad más alta (Ancestral) entre los Dragones o a poderosos Dragones que poseían poderes especiales o a aquellos que podían usar magia exótica. Estos Dragones excepcionales recibían el título de Lord.

Era muy agradable que se dirijan a uno por un título así de glorioso.

“¡Sí! En primer lugar, deseo agradecerle por concederme una audiencia.”

El Quagoa esperando detrás del Señor Quagoa sacaba un fardo viejo y destartalado.

Lo abrían y como esperaba el brillo del oro fluía de dentro.

No era suficiente para satisfacerlo, pero esa cantidad debía haber sido todo lo que los Quagoa podían reunir, así que tenía que aguantarlo.

“Muy bien entones. ¿Qué es lo que quieren?”

“¡Sí! En realidad, hay algunos visitantes inesperados con intenciones que amenazan nuestro hogar, así que estaba preguntándome si podíamos invocar su inigualable fuerza, Lord Dragón Blanco-sama.”

“Hmm…”

Para Olasird’arc, los Quagoa eran una especie inferior. Eran seres que debían reverenciar a los poderosos Dragones y eran comparables a sus posesiones. Era un poco irritante permitir que alguien los matara cuando quería. Sin embargo, era igualmente indignante que él tuviera que hacer algo en nombre de formas de vida así de inferiores.

La mirada de Olasird’arc recaía sobre su resplandeciente trono, una pequeña montaña de oro y piedras preciosas.

Un hábito que unía a todos los Dragones era su amor por los metales preciosos, las joyas, los objetos mágicos y las riquezas relacionadas. Olasird’arc no era la excepción a ese respecto.

Sin embargo, aunque podía ser capaz de excavar túneles y extraer metales o gemas preciosas crudas, él no podía procesarlas. Además, los poderosos no debían hacer ese tipo de cosas. Para eso estaban los esclavos.

Por lo tanto, no importaba si tenía que molestarse en nombre de sus esclavos. Su corazón rebosaba con ese tipo de sentimientos generosos.

“¿Y quiénes son estas personas?”

“No estamos seguros. Aún no hemos logrado averiguar sus verdaderas identidades. Sin embargo, deben de ser Enanos.”

“Enanos. …Umu.”

Olasird’arc le echaba un vistazo a la gran puerta detrás de él.

A espaldas de esa puerta se encontraba la antigua tesorería de la Ciudad Enana.


Sin importar cuantas veces la había atacado, ésta no se abría ni era destruida. La magia protectora utilizada en ella por los herreros rúnicos Enanos había defendido sus tesoros de todos los ataques a los que él la había sometido.

Hacía mucho que su obsesión con los contenidos de la bóveda se había desvanecido y ahora esa puerta era poco más que un poste para afilar sus garras. Sin embargo, cuando oía sobre los Enanos, las cenizas humeantes en su corazón se encendían una vez más.

Si estos Enanos habían podido llegar hasta aquí, entonces tal vez tenían una forma de abrir la bóveda.

(¿Llegó el momento de abandonar a los Quagoa? Los Enanos eran más útiles, de diversas formas.)

Mientras Olasird’arc reflexionaba estos asuntos, miraba fríamente al Quagoa debajo de él y las súplicas del Señor de los Quagoa finalmente llegaban a su fin.

“Estoy seguro que usted será capaz de derrotar a los Enanos o a cualquiera con despectiva facilidad, Lord Dragón Blanco-sama. ¡Por favor, préstenos su fuerza! Por supuesto, cuando sean derrotados le ofreceremos el doble de la suma de hace un momento, ¡sin importar lo que nos cueste!”

Con esto último estimulando su codicia, la cara de Olasird’arc se contraía.

“…Ya veo. Lo tendré en cuenta.”

“¡Por favor espere! ¡Lord Dragón Blanco-sama, el enemigo está cerca! ¡Y los Enanos buscan recuperar esta ciudad!”

Olasird’arc volvía su perspicaz mirada hacia el Quagoa.

“¿Qué quieres decir con eso? ¿Estás insinuando que estos Enanos miserables son capaces de expulsarme de mi nido?”

“¡No quise decir eso! ¡Pero, no hay cómo saber lo que esos Enanos están planeando! ¡Por lo que sabemos, incluso podrían tener una manera de destruir esta ciudad!”

“¿No crees que ya lo habrían hecho si ése fuera el caso?”

“¡Es muy probable que sus intenciones sean destruir la ciudad desde dentro!”

“Hmm.”

Olasird’arc pensaba. Parecía un poco exagerado, pero no podía descartarlo por completo.

Este lugar era absolutamente necesario para la creación de un Imperio Dracónico.

Después de hacerse del control del Palacio Real de los Enanos, les había ordenado a sus esposas que pusieran sus huevos allí y que luego criaran a sus hijos mientras crecían.

En el pasado, encontraban un lugar al azar y abandonaban los huevos una vez depositados allí o los echaban del nido luego de uno o dos años de haber nacido. Eso no haría más fuerte a la raza Dracónica.

(Debía incrementar el número de mis vástagos y luego subyugar a los Gigantes de Hielo. Entonces, podía dominar por completo esta cordillera de montañas), era lo que Olasird’arc había pensado.

Los Gigantes de Hielo y los Dragones de Escarcha eran los depredadores máximos de esta cordillera de montañas. Por lo tanto, habían luchado por mucho tiempo para determinar quién era el más poderoso.

Los Gigantes de Hielo eran inmunes al frío, lo que significaba que la carta del triunfo de los Dragones de Escarcha, el aliento congelante de Dragón, no podía dañarlos. El poder de las gigantescas armas que portaban los Gigantes de Hielo no podía ser ignorado, ni siquiera por los Dragones. Si todo se reducía a los números, los Dragones bien podían ser derrotados. En efecto, había Dragones de Escarcha que habían sido vencidos por los Gigantes de Hielo y que eran usados como sabuesos por ellos.

Naturalmente, los Dragones de Escarcha también sabían eso. Si Olasird’arc fuera uno de ellos, no dejaría pasar la oportunidad de destruir a un poderoso oponente antes de dejar que se incrementaran sus números. Si él tuviera que abandonar este territorio, entonces las tribus de Gigantes de Hielo seguramente se unirían para atacarlos antes de que pudieran hacerse de una nueva sede de poder.

Olasird’arc observaba a sus concubinas, tendidas ociosamente en el cuarto.

Eran tres Dragones hembra.

Estaba la más joven de ellas, con un único cuerno de alabastro, Mianatalon Fuviness.

La que muchas veces había luchado por territorio con Olasird’arc, Munuinia Ilyslym.

Y luego estaba la única Dragón residente aquí que podía usar magia divina (aunque sólo del 1er nivel), Kilystran Denshushua.

“¿Qué les parece?”

“…¿Por qué no ayudarlos? Después de todo, los pequeños Enanos miserables difícilmente son enemigos temibles.”

“También estoy de acuerdo. Francamente, no me importa lo que digan. Pero si los Enanos atacan, sabiendo que estamos aquí, sería equivalente a menospreciarnos. Deberíamos inculcar miedo en los corazones de esas pequeñas criaturas arrogantes.”

Él dirigía la mirada de Munuinia, que estaba arañando el suelo con una filosa garra, hacia Kilystran.

“¿Y qué piensas tú?”

Después de dirigirse a ella, Kilystran inclinaba la cabeza a un lado.

“Me opongo y estoy de acuerdo. Me opongo porque no podemos estar seguros de que estos atacantes sean realmente Enanos. Además, si están atacando y están al tanto de nuestra presencia, seguramente deben de haber tomado en cuenta nuestro poder. Sin embargo, aunque la idea misma de destruir esta ciudad es absurda, un mecanismo capaz de algo así no está fuera del alcance de la tecnología de los Enanos. Sería absurdo no responder a eso.”

Olasird’arc sonreía con amargura. Ella tenía una personalidad tan retorcida. Era por eso que le gustaba.

“Entonces, ha ganado el sí. …Bueno. Aceptaré tu pedido, Quagoa inferior.”

“¡Sí! ¡Tiene mi más profunda gratitud!”

Mientras Olasird’arc observaba fríamente al Quagoa humillándose ante él, hacía un pronunciamiento.

“Sin embargo, debes ofrecer un tributo de diez veces la cantidad del anterior.”

“¡Diez! ¡Diez veces!”

Olasird’arc resoplaba ante el Señor Quagoa, que había levantado la cabeza.

“Ni siquiera saben quién está atacando. Por lo menos eso cabría esperar. …Entonces. ¿Qué harán? Si no pueden obtener la cantidad requerida, entonces pueden encargarse ustedes mismos.”

“¡Por, por favor espere! ¡Le ofreceremos el tributo! ¡Por favor permítanos ofrecerle el tributo!”

De pronto, algo se le ocurría a Olasird’arc.

¿Los Quagoa realmente podían pagar tal cantidad de oro? ¿O se debía a que los Enanos eran oponentes inimaginablemente poderosos y era por eso que estaban esforzándose tanto por hacer que él se comprometiera sin importar cuánto tuvieran que pagar?

(Bueno, no tiene importancia. Si no pueden pagar, entonces justo como dijo Munuinia, inculcaré un terror imborrable en los corazones de esos debiluchos (Quagoa).)

“Entonces, desaparece.”

“¡Sí! Pero… ¿Cuándo podemos esperar que venga?”

“Pronto. Hasta entonces, esperen.”

“¡Sí!”

Mientras Olasird’arc observaba marcharse a los Quagoa, Mianatalon preguntaba.

“¿Irás tú en persona?”

“Sí, claro. Por supuesto que no.”

Olasird’arc era el Dragón más poderoso aquí. Siendo así, sería tonto que fuera él quien luchara en nombre de sus esclavos incluso si le habían pagado. Por lo tanto…

“A quién debería enviar… ¿Cuál de sus hijos sería mejor?”


Todos eran sus hijos. Cada uno de los Dragones aquí a excepción de sus concubinas estaban unidos por sangre a Olasird’arc.

“En ese caso, envía a mi hijo.”

“¿Al tuyo? ¿A cuál?”

Kilystran había parido a cuatro hijos para Olasird’arc y cada uno de ellos era un Dragón de más de un siglo de edad. Ellos eran mucho más poderosos que los Quagoa.

“Al mayor, por supuesto.”

“¿Hejinmal, entonces?”

Olasird’arc fruncía el ceño.

“Ese chico podrá tener ese aspecto, pero tiene una buena cabeza sobre los hombros y podrá ver a los oponentes por lo que realmente son. Si resultan ser Enanos. ¿No crees que llevará a cabo una negociación sin objeciones? Te debes estar comenzando a cansar de los esclavos Quagoa. ¿Verdad?”

“¿Realmente podrá hacer todo eso? ¿No podrían hacerlo los otros niños?”

Olasird’arc estaba de acuerdo con lo que decía Munuinia.

“Mejor que Toranjelit, por lo menos.”

“…Kilystran. Lo más importante para los Dragones es el poder de sus cuerpos. Uno no puede derrotar al poder y a la velocidad con la cabeza. Olasird’arc me derrotó porque su cuerpo era más fuerte que el mío. Recuerda eso. ¡El cuerpo superior de Toranjelit es mucho mejor que el de Hejinmal!”

Toranjelit era uno de los hijos de Olasird’arc y de Munuinia. En términos de fuerza bruta, era el mejor entre su prole.

“Pero las cosas saldrán mal si no piensas. Si envías a tu hijo, que podría matar a los Quagoa sin razón. ¿Quién sabe qué terminarán haciendo?”

“Es suficiente.”

Olasird’arc detenía a Munuinia, que estaba por decir algo y luego miraba a la cara a Mianatalon. Ella parecía encontrar terriblemente aburrida toda esta pelea.

“Sigamos la idea de Kilystran y llamemos a Hejinmal.”

“No tiene caso. No vendrá.”

Olasird’arc sentía que su plan comenzaba a desbaratarse desde el principio.

Munuinia reía, un sonido descontento y leve. Sería molesto si comenzaban a discutir de nuevo y Olasird’arc levantaba la voz.

“Sólo derriba la puerta o algo y sácalo.”

“Vaya, no destruí tu fortaleza porque me lo pediste. ¿Eso significa que me estás dando permiso? Aunque, podría ser que no sea sólo la puerta la que termine destruida.

Efectivamente, él recordaba haber dicho esas palabras. Aunque los Dragones eran muy hábiles, no podían reconstruir una puerta una vez destruida y no sabían magia que pudiera hacer eso. Por lo tanto, si destruían algo, lo dejaban donde estaba.

Siendo el Lord Dragón Blanco, sería una vergüenza vivir en un castillo lleno de agujeros. Por lo tanto había demandado que sus concubinas y sus vástagos siguieran esa regla.

Aunque sus concubinas probablemente irían si él lo ordenaba…

“No hay remedio. Iré yo, entonces.”

“Por favor.”

Olasird’arc miraba a Kilystran con una expresión indescriptible en el rostro.

El hecho de tener que ir en persona a pesar de ser un Lord no le sentaba bien. En respuesta a eso. ¿Debería permitir que algunos Quagoa vivan aquí y dejar que trabajen para él?

Sin embargo, Olasird’arc abandonaba las muchas posibilidades que aparecían en su mente.

No podía soportar la idea de tener a formas de vida inferiores como los Quagoa deambulando por su fortaleza. Algún día, cuando derrotara a los Gigantes, iba a hacer que ellos trabajen para él como esclavos.

Hasta entonces, tenía que aguantarlo.

***

 

 

Cuando uno tenía en cuenta la altura de los Enanos, su Palacio Real era de un tamaño impresionante. Era debido a que era tan grande que los Dragones podían vivir aquí y había una gran distancia de un extremo al otro.

Olasird’arc subía y subía hasta llegar a la puerta en el nivel más alto.

A continuación, gritaba.

“Soy yo, abre.”

Esperaba un momento, pero no había movimiento al otro lado de la puerta.

Era imposible que no estuviera dentro. El hijo que vivía aquí era un hikikomori. Él no recordaba haberlo visto salir nunca de su habitación. Incluso sus alimentos le eran traídos por sus hermanos.

Era profundamente irritante que fingiera que no estaba dentro, frente a su propio padre, un Lord Dragón.

“Lo diré una vez más. Abre.”

Los Dragones tenían sentidos muy agudos. Por la forma en que gritaba, cualquiera al interior debía haberlo oído y se habría despertado incluso si estuviera durmiendo.

Sin embargo…la puerta no se abría.

La cólera que ardía en su interior intensamente se traducía en movimiento.

Arremetía contra la puerta con su cola.

Golpeada por una cola tan grande como un tronco y recubierta de escamas más duras que el acero, la puerta crujía al mismo tiempo que se retorcía. Los Enanos que habían construido esta puerta probablemente no habían esperado que un Dragón le iba a dar un coletazo.

Había señales de movimiento al interior, pero esto no era suficiente para aplacar la ira de Olasird’arc.

Golpeaba la puerta de nuevo, destruyéndola parcialmente. La roca destruida y esparcida volaba hacia el interior como perdigones.

Un “Hieeeeee” de mal gusto venía del interior.

“¡Sal de ahí en este momento!”

En respuesta al enfurecido grito, un Dragón emergía de inmediato.

Los Dragones de Escarcha tenían cuerpos delgados, pero no éste. En pocas palabras, se veía obeso.

Tenía un par de gafas diminutas sobre la nariz y observaba a Olasird’arc de la cabeza a los pies con una mirada nerviosa en los ojos.

Éste era su hijo, pero su vergonzoso comportamiento hacía suspirar a Olasird’arc.

Bueno, ya que estaba frente a un gobernante como lo era él, encogerse y temblar nerviosamente como lo estaba haciendo era inevitable. Aun así, él había tenido la esperanza de ver algo de fuerza en los ojos de su hijo.

Y luego estaba ese desagradable cuerpo obeso que tenía. Era más parecido a un cerdo que a un Dragón.

En verdad, tener que enviar a un hijo como éste a luchar en su nombre podía dañar su reputación.

Mientras Olasird’arc contemplaba a su hijo, que parecía temer la forma en que su padre lo miraba, éste aventuraba una pregunta.

“P-padre, qué, ¿qué deseas de mí?”


Dicho esto, podía no ser demasiado Dragón, pero seguía siendo uno. Los Dragones se hacían más fuertes con la edad. Con eso en mente, tal vez incluso ese cuerpo flácido que tenía podía ser de utilidad.

“Tengo un trabajo para ti, Hejinmal.”

“¿Un, un trabajo?”

“Ahh. Los Quagoa parecen haber sido invadidos por los Enanos o algo. Repélelos.”

“Hieeee.”





“¿Hieeee?”

“N-nada. No es nada, Padre. E-es sólo que, yo, yo no, eh, cómo decir esto, yo eh, no tengo mucha confianza en mi fuerza…”

“¿Entonces en qué confías? ¿Sientes que puedes derrotar al enemigo con magia?”

Los Dragones obtenían lentamente la habilidad para usar magia arcana durante su maduración, pero eso era poco más que habilidades innatas. No podían compararse en absoluto con lanzadores de magia. Sin embargo, había algunos Dragones que habían aprendido a usar magia real.

Por ejemplo, estaba una de las concubinas de Olasird’arc, Kilystran Denshushua. También estaba uno de los Concejales de la República, el “Lord Dragón del Cielo Azul” Suveria Myronsilk, que poseía los poderes de un druida y que podía usar magia divina. También se decía que al este, había un Dragón que había obtenido la clase de Paladín y que podía usar magia de otros sistemas.

“…Bueno, eso es aparte. Tuve que estudiar por mi cuenta porque no tuve a nadie que me enseñara…”

“¿Entonces, qué demonios has estado haciendo aquí todo este tiempo?”

Había un destello enérgico en los ojos de Hejinmal.

“Aprendiendo. He estado reuniendo conocimientos.”

“…¿Qué? ¿Conocimientos? ¿No estabas aprendiendo cómo usar magia arcana?”

“No, no es así, Padre. El conocimiento que buscaba no era el uso de la magia, sino profundizar mis estudios, aprender cómo fue construida esta ciudad, qué tipo de razas viven en este mundo y cosas así. Estaba aprendiendo sobre ése tipo de cosas.”

“…No lo entiendo en absoluto. ¿Aprender esas cosas te hace más fuerte? Nada de eso importa si no te vuelves poderoso.”

En este mundo no había nada más importante que volverse más fuerte. Ya que era un mundo en el que sólo los fuertes sobrevivían, uno necesitaba hacerse más fuerte para vivir. En cambio, se podría decir que no querer volverse fuerte esencialmente equivalía a rechazar la vida.

En ese momento, podía darse cuenta. Hejinmal había tratado de ocultarlo, pero él veía que su hijo había hecho algo, como un gesto sin palabras.

“¿Qué pasa? Escúpelo.”

Su hijo permanecía en silencio. Esa vergonzosa actitud hacía que Olasird’arc estallara de nuevo.

Justo cuando estaba a punto de gritarle otra vez, pensaba en la razón por la que había venido aquí.

Aunque no le importaba lo que ocurriese a los Quagoa, las deudas debían pagarse.

“No importa si te encierras en tu habitación hasta que pierdas tu agilidad, pero no tiene sentido que te pierdas en libros. Si quieres obtener conocimientos, márchate de este lugar y viaja por el mundo.”

Olasird’arc ya había comenzado a perder el interés en Hejinmal. Él había dejado su cuerpo al abandono a cambio de algo por completo inútil. No había nada más que Olasird’arc pudiera decir sobre esto y ya había perdido cualquier asomo de interés por su propio hijo.

“Me, me estaba preparando para eso. Si no sé qué tipo de gente hay en el mundo, podría morir antes de logar verlo.”

“¿Entonces por qué no mueres? …Estás siendo demasiado tonto. ¿Por qué no buscar la fuerza desde el principio? Una vez que seas fuerte, serás temido incluso cuando dejes este lugar. ¿No? Como yo.”

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“Pero, Padre. También es muy importante conocer qué tipo de seres poderosos hay en el mundo. Es igual para ti. ¿No es así, Padre? ¿No son fuertes los Gigantes de Hielo? Si te enfrentaras a ellos sin saber nada…”

“…No les temo a esos Gigantes de Hielo.”

“P-perdóname, Padre.”

Mientras miraba ferozmente a Hejinmal, que tenía la cabeza pegada al suelo, Olasird’arc hundía los hombros sin fuerza.

“Es suficiente. Te ordeno que completes tu tarea. Luego, te echaré al cabo de un mes. Puedes vivir como desees a partir de entonces.”

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