Overlord

Volumen 11: Los Artesanos Enanos

Capítulo 4: Negociación

Parte 3

 

 

Otro Enano ingresaba. Se trataba de un herrero rúnico. En estos momentos había muy pocas personas en esta ciudad que se llamaban a sí mismos herreros rúnicos y él era uno de ellos.

El Rey Hechicero le había dado algo a Gondo, que él a su vez había repartido a todos los herreros rúnicos que conocía. Los resultados eran excelentes. Incluso antes de la hora acordada, nueve de diez Enanos a los que se había acercado se encontraban ya en su taller y laboratorio de investigación. No había ninguna duda de que el resto también llegaría pronto.

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“¡Por aquí!”

“¡Oh! ¡Gondo! ¡Ya voy!”

La cara del Enano que se acercaba tenía escrita la palabra anticipación por todos lados.

“¡Muy bien, ahora dámela como acordamos!”

¿Cuántas veces hasta ahora habían sido repetidas esas palabras? Aunque Gondo las encontraba irritantes, lo racionalizaba como una forma de trabajo y le daba al Enano la misma respuesta que les había dado a los otros:

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“El Rey Hechicero tiene algo que decirles a todos. La obtendrás después de eso.”

“¿Qué?”

“Ya te lo dije. ¿No? Antes de darte esa botella pequeña. Su Majestad tiene algo que decir y luego de que lo escuches hasta el final, obtendrás una botella grande.”

“Hmm, bueno, en realidad como que lo recuerdo…”

“Muy bien, si lo entiendes, entonces siéntate por allá.”

“Umu… También, ah, Gondo. Sobre eso…”

Gondo sabía qué vendría incluso antes de oírlo. Todos y cada uno de los herreros que habían venido habían dicho lo mismo.

“Nadie además de Su Majestad tiene tal vino. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que un vino de este tipo sólo se puede obtener en su país?”

“Mmm, mhm. Eso es verdad. Ese sabor, como alegría esparciéndose en la boca… se desliza por la garganta, pero quema en las tripas…”

“Mhm. Muy bien, si lo entendiste, entonces siéntate por allá.”

Gondo empujaba al herrero, que estaba imaginando delicias desconocidas, en la dirección apropiada.

“Vamos, no seas así. Ya lo has probado antes. ¿No? Puedes entender cómo me siento. ¿Verdad?”

“Nunca lo he tocado. No soy aficionado a las bebidas.”

“¡Oh, qué desperdicio! ¡Gondo, te estás perdiendo cuatro quintos de la vida!”

“Si, si, si, apresúrate y siéntate. Mira, todos esos tipos lo han bebido también, deberías ir a discutirlo con ellos.”

“¡Ohhh! ¡¿De verdad?!”

El emocionado herrero comenzaba a correr y luego de pronto se detenía. Luego, se volteaba a ver a Gondo. Muchos de los herreros habían hecho lo mismo también.

“Digo, Gondo.”

“Está bien. No te preocupes por mí.”

“¿De verdad? Pero…”

“Está bien. Es por eso…”

“…Lo entiendo. Sin embargo, hay algo que debes recordar. Puedes venir a pedirme ayuda en cualquier momento.”

Después de decir eso, el herrero se movía a sentarse con los otros. A continuación, se unía a la entusiasta discusión sobre las alegrías del alcohol.

Gondo suspiraba, su corazón doliéndole ligeramente.

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El Rey Hechicero Ainz Ooal Gown le había dado cierto artículo a Gondo con el fin de reunir a los herreros rúnicos.

Ése artículo era vino.

Gondo no bebía, pero ningún Enano podía resistir el sabor de un delicioso vino. Por lo tanto, al estimular sus apetitos con una pequeña muestra de alcohol exótico y de prometerles una botella grande después, debían poder reunir a alrededor de la mitad de los herreros. Eso era lo que el Rey Hechicero había dicho. Sin embargo…

Cada asiento en este lugar parecía estar ocupado.

Gondo suspiraba de nuevo. En lo personal, no quería reunirlos con este tipo de trucos baratos. En lugar de eso, quería inflamar su orgullo como artesanos y hacer que se reunieran.

O mejor dicho, ése era sólo el deseo egoísta de Gondo.

El Rey Hechicero había usado el método más rápido y efectivo para reunir a los herreros. Confiar en sus orgullos para reunirlos a todos habría desperdiciado mucho tiempo valioso.

Los herreros rúnicos se encontraban en una situación desesperada. Habían perdido la prueba de que ellos y sus ancestros habían existido, mientras que todo lo que tenían por delante era oscuridad. Sumidos en la negatividad no era de extrañar que muchos de ellos se habían dado al abandono. Muy pocos Enanos seguían llamándose a sí mismos herreros rúnicos y tampoco practicaban su oficio. La mayoría había quitado los carteles de sus talleres y simplemente vivían día a día en una existencia sin esperanzas ni sueños.

¿Podía él reavivar el fuego en corazones como los suyos?

Gondo esperaba con entusiasmo a Ainz y a lo que sucedería a continuación.

A la hora señalada, Gondo verificaba el número de Enanos que se habían presentado. Cada uno de ellos estaba presente.

“¿Bueno? Ainz-sama preguntaba si podía comenzar.”

La niña que había corrido hacia Gondo era uno de los ayudantes de confianza del Rey Hechicero, Aura.

“Oh. ¿Podrías decirle a Su Majestad que todos se han reunido?”

“Lo tengo~”

La niña se alejaba corriendo. Mientras la observaba marcharse, Gondo inclinaba la cabeza a un lado.

No estaba del todo seguro qué era exactamente esa niña. ¿Por qué ese casi omnipotente señor no-muerto confiaba tanto en ella? ¿Era ella la prueba de su amistad con los Elfos Oscuros?

Mientras Gondo reflexionaba sobre eso, Ainz Ooal Gown daba un paso al frente sobre una plataforma elevada. A su lado se encontraba la otra mujer que le servía de ayudante.

“¡Ohhhhhh!”

“¡No-muertos!”

“¿Un enemigo?”

Los Enanos caían en el caos. Eso era de esperarse. Los no-muertos eran enemigos de todo lo vivo.

“Eso…”

“…Silencio.”

La mujer, Shalltear Bloodfallen, levantaba la botella en su mano.

Los ojos de todos podían distinguir el resplandor ámbar en su interior. Ellos eran gente intensamente práctica, así que su atención se centraba en la botella en lugar de en la cara de no-muerto de Ainz y quedaban en silencio.

“Ainz-sama, ¿cuál es su voluntad?”

“No, no pasa nada. Gracias por tu arduo trabajo, Shalltear. …Muy bien, todos, gracias por venir. Hay suficiente vino para todos, así que después de esto, sólo tomen una botella a medida que avanzan. Hasta entonces, espero que se mantengan en silencio y que me escuchen. Por supuesto, si sienten que las palabras que un no-muerto no merecen ser escuchadas, son libres de marcharse en el acto. Por supuesto, no obtendrán una botella de este vino.”

El Rey Hechicero recorría a todos los Enanos con la mirada.

Cada fibra de su ser, desde su actitud a su dicción y muchas otras cosas, eran prueba cierta de su sobrecogedor poder. Luego estaba su porte altivo y majestuoso que hacía que se encogieran instintivamente ante él. Era como si cada una de las articulaciones de sus dedos estuviera imbuida de poder.

“Entonces… ¿Confío en que no habrá objeciones si comienzo a hablar?”

Los Enanos asentían en silencio.

“En primer lugar, soy el Rey Hechicero Ainz Ooal Gown. Los dominios al sur de esta cordillera de montañas, pasando el Gran Bosque de Tob, me pertenecen. Poder reunirme con ustedes, estimados herreros rúnicos, me complace desde lo profundo de mi corazón. Muy bien. Lo que tengo que decirles es una propuesta muy simple y también una petición. Quiero usar su artesanía rúnica para comenzar una revolución en el encantamiento de objetos mágicos.”

Mientras oía las palabras del Rey Hechicero, una dolorosa espina, nacida de la decepción y la desesperación, atravesaba el corazón de Gondo.

Gondo agitaba la cabeza.

Hacía a un lado el asunto de su padre y de su abuelo y miraba a las caras de los herreros a su lado. Todos tenían expresiones amargas en el rostro. No parecía que sus respuestas serían positivas.

“Perdóneme, pero tengo una pregunta que deseo hacerle.”

El Enano que había levantado la mano le daba un vistazo a Gondo.

“¿Por qué quiere nuestro arte? Francamente, es un arte en extinción en este país también.”

El Enano que había hablado era uno de los herreros mayores que estaban presentes.

“…Es simple. Quiero que redescubran los secretos perdidos de su arte.”

“¿Perdidos?”

Ante la mirada de los herreros rúnicos, el Rey Hechicero sacaba una espada de su dimensión de bolsillo.

Los enanos perdían el aliento al unísono.

Era conmoción, nacida de ver una espada siendo sacada de la nada. También era terror ante la visión de un rey esquelético, envuelto en una luz profana y sosteniendo una espada.

Pero la razón por la que Gondo exclamaba muy a su pesar era el mismo asombro que inundaba a cada una de las personas aquí.

Era una espada de hoja negra de calidad extraordinaria. El filo increíblemente fino prácticamente brillaba con un resplandor mágico.

“Qué… qué espada tan extraordinaria…”

“Increíble… nunca en mi vida he visto algo así…”

“¿Ésta es la espada de la mitología Enana?”

“¡Ohhhh! Qué, qué visión maravillosa es ésta…”

El Rey Hechicero levantaba la espada, como para mostrársela a los Enanos. Los ojos de Gondo también seguían instintivamente su brillo.

“Muy bien, caballeros, por favor presten atención al cuerpo de la espada.”

Gondo seguía a donde el Rey Hechicero estaba apuntando y gritaba. Lo mismo que los otros herreros.

Había 20 runas de color purpura grabadas allí.

Sin embargo, sólo Gondo se percataba de que una de las runas en la espada era la misma que el Rey Hechicero había descrito durante su encuentro en el túnel.

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(Ya veo. Así que era por eso que sabía tanto sobre runas.)

Debía de haber obtenido ese conocimiento al estudiar cuidadosamente esa espada.

“Entonces, deseo preguntarles, caballeros. Hay 20 runas en esta espada. ¿Es posible algo como esto?”

No había necesidad de decirlo. Era imposible. Nadie aquí podía hacerlo, sin importar cuánto se esforzaran. Y entonces, estaba esta espada, que parecía existir sólo para burlarse de su incapacidad de hacerlo.

Los herreros se levantaban de sus asientos, cada uno con un furioso infierno que estaba ardiendo en sus ojos. Había una pasión en ellos que no había estado allí cuando estaban hablando sobre bebidas. Entonces, la multitud se lanzaba al frente como una horda de zombis abalanzándose sobre los vivos, a los pies del Rey Hechicero.

“¡Déjeme verla!”

“¡Por favor! ¡Déjeme tocarla!”

“¡Podría aprender algo! ¡Se lo ruego!”

“¡Insolencia!”

La chica del cabello plateado miraba a los Enanos invasores con una mirada aterradora en los ojos. Los Enanos se congelaban por un instante, como atravesados por un miedo que cortaba como cuchillas de hielo. Y entonces…

“…Hacen demasiado ruido. Tranquilícense.”

No había duda de que estaban en presencia de un verdadero gobernante.

Su aura era la de un líder completamente seguro de su posición. Por otra parte, podía haber sido porque era un maestro incomparable de la muerte.

Gondo había sabido esto desde que había conocido a Ainz en aquel túnel, pero en ese entonces Ainz no había revelado ese lado de sí mismo. Debía haber sido un acto para evitar que Gondo se encogiera de miedo. Ésta debía ser la verdadera naturaleza del Rey Hechicero.

(No podía adivinar su expresión, pero parecía que estaba complacido. Debía ser porque todo estaba marchando como planeaba.)

“Un momento, buenos herreros. Por favor escúchenme hasta el final. Después de eso, podrán tocarla directamente. No continuaré a menos que se hayan sentado y tampoco podrán obtener esta espada.”

Abatidos, mejor dicho intimidados por su aire de soberano poder, los herreros regresaban a sus lugares.

“Gracias. Entonces, retomaré desde donde me quedé. Mi pregunta sigue en pie… Una espada con 20 runas grabadas en ella. ¿Está dentro de sus capacidades?”

Todos miraban al más viejo y más experimentado de los herreros. Él negaba impotente con la cabeza y respondía.

“No lo está. Hasta donde sé, sólo he oído hablar de seis.”

Un torrente de preguntas hacía erupción.

“¿Qué? ¿Seis? ¡Yo sólo he oído de cinco! ”

“…Ya veo. Parece que pocos saben sobre esto, pero hace 200 años, el martillo que el Rey blandía, tenía seis runas grabadas en él. Ése era el tesoro secreto del arte de los herreros rúnicos.”

Gondo recordaba a su abuelo.

Pensaba en la cara de un herrero rúnico de hace 200 años, un hombre que era un veterano de la forja de armas.

“¡Ohhhh! ¿Era ése el martillo que podía hacer temblar la tierra? Creo que una vez oí de él en una canción…”

“Correcto. Incluso los herreros rúnicos de ese tiempo, aclamados como genios y prodigios, no podrían producir un arma con 20 runas en ella…”

“Ya veo. Así que ésta debe ser un arma hecha con las técnicas perdidas, entonces.”

“¿Hmm? ¿No lo sabe tampoco, Su Majestad?”

“No estoy seguro de cómo fue hecha esta espada. Con toda honestidad, simplemente está en mi posesión. Y… sus creadores ya no están en este mundo.”

“Con eso quiere decir… ¿Se han perdido más técnicas valiosas, entonces?”

Los rostros de los herreros se llenaban de dolor. Gondo también sentía lo mismo.

“Debido a eso…”

Todos aguardaban las palabras del Rey Hechicero.

“Debido a eso, quiero revivir esas técnicas. Por lo tanto, necesito su fuerza. Quiero que creen algo como esta espada, sin importar el costo.”

Se hacía el silencio.

Huelga decir que se debía a que todos eran conscientes de qué tan cerca de ser imposible era esta tarea.

Aun los más hábiles entre los herreros rúnicos presentes se habían tenido que esforzar mucho para grabar cuatro runas a la vez. El Rey Hechicero les estaba pidiendo cinco veces esa cantidad. Sin embargo, ninguno de ellos dijo “es imposible”. Ellos tenían su orgullo de artesanos y luego de ver la obra maestra de un artesano anterior, no podían atreverse a negarlo.

(Esa espada era como un reto de los herreros de antaño para los herreros de hoy), pensaba Gondo.

“Quiero crearla.”

Alguien susurraba esas palabras.

Pronto, esa voz no estaba sola.

“Yo también.”

“Quiero intentarlo.”

“Mmm, quiero mostrarle al mundo cómo se ve una leyenda real.”

“No, seré yo el que será aclamado como leyenda.”

“Qué tontería es esa. Soy yo el que soportará esa pesada carga.”

El sonido de los aplausos resonaba atravesando el aire. Su origen estaba en el Rey Hechicero sobre el estrado. Aunque no sabían cómo lo había hecho con sus manos huesudas, se decía que todas las cosas le eran posibles a un lanzador de magia.

“Maravilloso. Sin embargo. ¿Pueden hacerlo por si solos? ¿Pueden elevar sus voces y desafiar a una leyenda? Puede que sea posible. Puede que no. Por lo tanto, espero que vengan a mi país y dediquen sus vidas a la creación de nuevas técnicas.”

Se hacía el silencio una vez más.

Gondo era muy consciente de lo que estaban sintiendo.

El Rey Hechicero les estaba ofreciendo a estas personas, que eran muy conscientes de que su arte prácticamente estaba extinto en la nación de los Enanos, una brillante oportunidad en la palma de su mano extendida.

¿No debían apostar sus vidas en este desafío?

“Muy bien entonces, les confiaré esta espada a ustedes.”

El Rey Hechicero bajaba del estrado, presentando el mango de la espada a uno de los herreros de mayor edad. Tal vez era coincidencia o tal vez lo había investigado de antemano, pero el hombre a quien se la presentaba era considerado un genio sólo superado por el fallecido padre de Gondo y su voz tenía mucho peso entre los herreros rúnicos.

Él no extendía la mano para recibirla.

Era natural estar confundido cuando se recibía semejante gran espada.

“¿Re, realmente está bien? ¿Está bien entregarle semejante espada, un arma que puede que no vuelva a ver en toda mi vida, a alguien como yo?”

“En este momento, ustedes no son Enanos tentados por el vino, sino herreros rúnicos que desean asumir un reto. Puedo poner mi confianza en eso. Además, dejaré esta ciudad por un tiempo. Por lo tanto, simplemente se la estoy prestando a ustedes.”

El Enano se enderezaba.

“…Ya veo. Entonces, por favor permítame tomarla prestada, Su Majestad.”

Se inclinaba profundamente y recibía la espada con el máximo respeto.

“Sin embargo, debo decir que no entiendo del todo las técnicas de la artesanía rúnica. ¿Es posible tallar runas en la hoja de una espada y luego encantarla con magia?”

“No funciona de esa manera, Su Majestad. Las runas son caracteres imbuidos con mana. Por lo tanto, las runas grabadas y los encantamientos se repelen mutuamente. Si un poderoso lanzador de magia intentara añadir un encantamiento, las runas se distorsionarían.”

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“Entonces es así…”

“A propósito, cuando dice que dejará Feoh Gēr. ¿A dónde se dirigirá?”

“Ah, iré a su antigua Capital Real.”

Los enanos gemían todos a la vez.

Los oía decir cosas como.

“Esas ruinas…”

“A un lugar tan peligroso…”

“Donde aún gobiernan los Quagoa…”

Gondo sabía eso, pero había un mensaje en sus palabras que no podía pasar por alto.

“Dicen que hay tres desafíos a la espera de aquellos que desean ir allá desde este lugar. ¿Estará bien?”

“Los tres peligros, que se dice son infranqueables. Incluso si logra superar los primeros… el Laberinto de la Muerte es impenetrable.”

Todos los oradores eran Enanos mayores. Como era de esperarse de aquellos que eran viejos y llenos de años, parecía que sabían cosas que incluso Gondo no sabía. Podía ser mejor preguntarles sobre ello e informar al Rey Hechicero.

El herrero rúnico que se había enderezado le ofrecía consejo al Rey Hechicero.

“Su Majestad, ese lugar debe ser la guarida de un Dragón gigantesco. Ese señor de los Dragones de Escarcha, el Lord Dragón Blanco, podría estar allí. Él fue la razón de la destrucción de Feoh Tiwaz. Sé que Su Majestad es poseedor de un gran poder, pero en mi humilde opinión, ese Lord Dragón es igualmente poderoso. Le ruego que tenga cuidado.”

“…Un Dragón, entonces. Efectivamente, será un oponente muy interesante. Entonces procederé con la mayor de las cautelas y me encargaré de él con mucho cuidado.”

Después de eso, había numerosas preguntas más simples y se disolvía la reunión. Esto porque todos se habían dado cuenta de que cuanto antes terminara, más tiempo tenía el Rey Hechicero de recuperar su Capital. (No podían soportar interponerse en el camino de eso), pensaba Gondo.

O tal vez, querían inspeccionar la espada que habían recibido.

Gondo no sabía cuál de las respuestas era la correcta, pero dado el infierno en los ojos de los artesanos Enanos, probablemente era la última.

***

 

 

A Ainz lo inundaba el deseo de gritar “¡Yahoo!”

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Se había estado sintiendo de esa manera desde que había terminado su presentación. No era diferente a cuando había sido Satoru Suzuki. Ya fuera si había tenido éxito o no, quería gritar mientras disfrutaba de la sensación de liberación y alivio.

“¡Eso fue asombroso, Ainz-sama! ¡Realmente logró emocionarlos a todos!”

“Fue realmente increíble. ¡La única persona en Nazarick que podría hacer eso es usted, Ainz-sama!”

Ainz resistía el impulso de decir, “Ah, no~” con vergüenza mientras Aura y Shalltear lo elogiaban. Tal vez si se trataba de Demiurge o Albedo, podría mirarlos furtivamente preguntándose si se estaban burlando de él. Pero ya que eran Aura y Shalltear, podía tomar sus palabras tal cual. Si fuera Satoru Suzuki tal vez incluso diría “estoy agotado, ¿quieren tomar algo?” y se dirigiría a una máquina expendedora, pero el hombre que gobernaba Nazarick y el Reino Hechicero no podía decir tales cosas.

“…Hmm, bueno, no fue difícil. Estoy seguro de que Demiurge o Albedo podrían haber hecho un mejor trabajo.”

“¡Por supuesto que no!”

“¡Sip sip! ¡Incluso esos dos no habrían podido haber jugado tan bien con esos Enanos!”

Ainz no pensaba de esa manera, pero no había esperado que la situación se desarrollara tan bien. Y entonces, el creciente sentimiento de culpa sobre si su éxito era una cosa buena comenzaba pesar en él.

Naturalmente, la espada que les había mostrado a los Enanos era un objeto de Yggdrasil.

Yggdrasil no tenía un sistema de runas. Por otra parte, podía haber existido en los datos del juego, pero nunca llegaba a ser descubierto por nadie hasta el mismísimo final. Por lo tanto, las runas grabadas en esa espada era meramente cosméticas, eran decoración.

Al principio, había pensado que tal vez podían mostrar interés si veían esa espada. Pero había sido tomado completamente por sorpresa por la intensidad de su reacción, hasta el punto que lamentaba un poco haber dicho que quería que hagan una espada como esa.

Sin embargo, Ainz suprimía ese sentimiento.

Tenía que fortalecer la Gran Tumba Subterránea de Nazarick. Ya que un enemigo con un Objeto de Clase Mundial podía presentarse en el futuro y podía haber jugadores ocultos luchando en su contra, tenía que incrementar su fuerza de combate.

Ainz miraba a Shalltear.

Era una chica vampiro que parecía estar sonrojada por la vergüenza, algo que en realidad era bastante sorprendente si se pensaba en ello. Ella era la semilla que Peroroncino había dejado atrás. Y era la primera NPC que él no había tenido más remedio que matar con sus propias manos.

Su supresión emocional anulaba la oleada de odio subsiguiente, pero aun así, no podía olvidarlo. No podía olvidar la sombra del poseedor del Objeto de Clase Mundial que lo había obligado a hacer tal cosa.

Con el fin de alcanzar su objetivo, incluso haciendo miserables a las personas con mentiras era algo difícilmente digno de atención. Lo más importante en este mundo eran los residentes de Nazarick. Todas las otras vidas estaban dos o tres peldaños por debajo.

La igualdad de las vidas no eran más que los desvaríos de un lunático.

Si todas las vidas tuvieran el mismo valor, entonces a él le gustaría colocar en una silla eléctrica a un hombre que torturaba gente hasta morir y en otra a un campeón de dicha igualdad y entonces hacer que este último decida quién de ellos debía morir. Cualquiera que realmente dijera que le confiaba su destino a una tirada de dados era un verdadero creyente.

Sin embargo, Ainz mataría al primero sin dudarlo. Esto porque Ainz sabía que las vidas no eran todas iguales. No había comparación entre las vidas de los NPCs en Nazarick y las vidas de la gente de fuera de ella.

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“¡Ése es Ainz-sama para ustedes!”

“¡Tienes razón!”


Antes de que pudiera terminar el hilo de sus pensamientos, los elogios de Aura y Shalltear le acuchillaban el corazón. En todo caso…

“No digan que ‘jugué con ellos’. Simplemente les dije la verdad.”

Les había dicho eso debido a Gondo, que debía de haber estado detrás de él.

Sin embargo no había respuesta desde atrás y un Ainz un tanto confundido se daba la vuelta.

Gondo se acercaba sin hacer ruido, preparado para despedirse de Ainz.

“…¿Qué sucede, Gondo?”

Al ser abordado, Gondo levantaba la cabeza.

“…Su Majestad. Ya que les dijo eso a ellos. ¿Debo entender que el Consejo aprobó enviarle a los herreros rúnicos?”

“En efecto. Dijeron que en el futuro también enviarían a un equipo de inspección para ver si eran tratados como esclavos, pero fundamentalmente, acordaron hacerlo.”

“Ya veo… ¿Así que esas grandes personas realmente sienten que la artesanía rúnica ya no es necesaria?”

Las lágrimas de Gondo corrían por sus mejillas.

Ainz estaba sorprendido. Fuera de la infancia, las lágrimas de un hombre eran una rareza.

Esas lágrimas debían estar siendo derramadas porque se había enterado de que el arte que admiraba y del que se enorgullecía tanto había sido declarado inútil y abandonado por su país.

¿Pero ése realmente era el caso? pensaba Ainz. Dadas las circunstancias de su nación, había sido difícil que se negaran a un pedido de una nación que se había comprometido a enviarles refuerzos.

Las necesidades de la mayoría superaban a las necesidades de unos pocos. Ésa era una verdad entre las naciones.

Incluso Ainz mataría a cientos de millones de personas por Nazarick.

Aun así, no había necesidad de decirle nada de eso a Gondo.

“En efecto, Gondo. Este país parece que ve a sus herreros rúnicos como desechables. Los entregaron casi sin resistirse cuando se los pedí.”





Gondo, así como los herreros rúnicos que podían oír esto de él, tenían que abandonar su país en cierta medida. Aunque era muy difícil olvidar por completo la tierra en la que se había nacido, seguía siendo un paso necesario para que dediquen su completa lealtad al Reino Hechicero.

Ainz le daba unas suaves palmaditas al hombro de Gondo.

“Sin embargo, lo mismo no se puede decir de mí. Puedo sentir el potencial de los herreros rúnicos.”

Incluso si los sueños de Gondo no se podían realizar, monopolizar a estas personas cualificadas y usar sus investigaciones podía permitirle a él desarrollar una contramedida contra enemigos que usaran armas rúnicas.

El conocimiento era poder.

“…Incluso si han sido descartados por un país, las cosas no han acabado siempre y cuando haya otro que los necesite. ¿No lo crees?”

Ainz le daba varias palmaditas al hombro de Gondo. Y éste se limpiaba la cara con torpeza.

“…Muchas gracias, Su Majestad. Por favor permítame cumplir con sus expectativas con todas mis fuerzas.”

“Umu, umu. Esperaré eso con interés.”

Ainz sonreía, aunque su cara no se movía, como diciendo. “Confío en ti.”

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Por otra parte, Ainz había estado pensando.

Sería bueno si él pudiera aprender sobre la Capital Enana. Probablemente necesitaría que Gondo trabaje un poco las piernas para obtener algo más de información. Y luego, tenía que hablar con el Comandante en Jefe.

(En Yggdrasil los Dragones podían vivir por siempre. No sería extraño que sean individuos de poder inimaginable. Así que con toda seguridad habrá un Dragón de Escarcha esperando por mí…)

De pronto, la cara de un hombre joven, no, de una mujer joven aparecía en su mente.

“Ahora que lo recuerdo, ella dijo que quería ayudarme a aprender más sobre ellos… Qué lástima.”

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