Goblin Slayer

Volumen 2

Capítulo 10: Las Ruinas de la Ciudad y Trampas Mágicas

Parte 1

 

 

Si la muerte tuviera pisadas, este debería ser el sonido.

Tambores de batalla retumbaban desde las profundidades del infierno. Armas y armaduras  sonaban mientras los monstruos avanzaban, y su aliento apestoso profanaba el aire de las ruinas; su saliva mojaba los pisos de piedra.

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Estaban llenos de murmullos y gritos desordenados. Cada sonido emanaba una codicia y arrogancia desbordante. Debatieron sobre la mejor forma de destrozar a los impertinentes aventureros, de bailar sobre sus cuerpos rotos, de degradarlos.

*Whumph*. A la cabeza de su grupo llegaron los pasos de ese gigantesco goblin, el campeón.

Primero, tomaría un ojo por ojo, de cada uno de ellos. Allí es donde empezaría, antes de cualquier asesinato, antes de que cualquiera sea devorado, antes de cualquier cosa…

—Ohh…

Las sensibles orejas de la elfa captaron todo esto fácilmente. Su voz se escurrió mientras temblaba, y la sangre escapaba de su rostro.

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Ella apretó la cuerda de seda de araña de su arco con un *twang*, revisando su suministro de flechas, y respiró hondo.

— ¿Puedes hacerlo?

—… ¡Por supuesto!

Ante la pregunta de Goblin Slayer, tan neutral como siempre, respondió con firmeza.

Fingiría estar bien tanto como pudiera. Cuanto más horribles eran las cosas, más hablaba. Si no podía bromear, seguramente moriría.

—Sólo trata de evitar que esta vez casi volemos en pedazos.

—Esa es mi intención.

Ella entrecerró los ojos, pero él sólo asintió, amargado como siempre.

Había encendido cuatro antorchas y puesto una en cada punto de la brújula; ahora examinaba el santuario con su luz. Además del camino que habían tomado para entrar en la sala, existían otros pasillos llevaban a quién sabía dónde.

— ¿Puedes decir de dónde vienen?

—De todas partes. Dijo la elfa encogiéndose de hombros. —No preguntes cuántos.

—Goblin Slayer, he preparado una barrera.

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Los otros aventureros, por supuesto, no estaban siendo perezosos.

El sacerdote lagarto había amontonado pedazos de los escombros de la explosión alrededor del altar. Un atrincheramiento, incluso uno simple, a menudo marcaba la diferencia entre la victoria y la derrota en una batalla defensiva. El enemigo sería vulnerable mientras intentaba superarlo, y eso también los frenaría.

El chamán enano, que había estado dirigiendo la iniciativa, se limpió el polvo de las manos y dijo: —Es lo mejor que podíamos hacer con tan poca antelación, pero no esperen mucho de eso.

—Será suficiente. ¿Qué hay de ti?

— ¡Sí, estoy lista! Respondió la sacerdotisa valientemente.

Se había subido al altar con su pequeño cuerpo. Era su trabajo recoger piedras, flechas, y espadas cortas utilizables del suelo cercano. Era importante que una nueva arma estuviese a la mano, a punto de ser entregada en cualquier momento que pudieran necesitarla.

—Muy bien. Asintió Goblin Slayer.

Él también podía ahora oír claramente al ejército goblin.

No habría que esperar más. No había tiempo para largas explicaciones. Goblin Slayer no vaciló.

— ¿Cuántos hechizos te quedan?

—Yo tengo, um… La sacerdotisa puso un dedo en sus labios y pensó.

¿Cuántas veces más podría soportar su alma suplicar a los dioses de arriba?

La experiencia le sugirió…

—Fallé una vez y tuve éxito una vez, así que… una más.

—Guárdalo. Dijo Goblin Slayer cortamente. —Lo necesitaremos más tarde.

— ¡Sí!

Esas eran sus instrucciones, y la sacerdotisa asintió sin vacilar. Agarró firmemente su bastón con ambas manos, y desde lo alto del altar, miró a la oscuridad. Si ella no iba a usar su milagro, ella sería responsable de vigilar el panorama general.

Era mucho que soportar sola… pero no estaba sola. Estaban todos juntos.

— ¡Haré todo lo que pueda!

— ¡Ha-ha-ha-ha-ha-ha! Nuestra humilde doncella del templo se ha vuelto bastante valiente.


Junto al altar, el sacerdote lagarto ladeó su cola y tocó su lengua jovialmente con su nariz.

— ¿Quién, yo?

Se volvió hacia la sacerdotisa, que parecía un poco avergonzada, sosteniendo su catalizador, y un colmillo.

—Quedan dos para mí. Aunque si me abstengo de convocar a un guerrero diente de dragón ahora, serán tres. Supongo que no debería esperar. Dijo el sacerdote lagarto sonriendo intensamente, mostrando sus dientes.

—Hazlo. Respondió Goblin Slayer inmediatamente. —Que sostenga un escudo. Movió la barbilla en dirección a la sacerdotisa. —Quiero que la proteja.

—Muy bien, muy bien. ¿Y yo me ocupo del espejo?

—Sí.

El sacerdote lagarto respondió agitando lentamente la cabeza de un lado a otro y unió sus manos en un extraño gesto. Ascendió al altar, luego rápidamente lanzó su colmillo al suelo y se concentró en su hechizo.

Se decía que no había tribu en este mundo más experta en la batalla que los lagartos. Pensativo como era, el sacerdote probablemente ya tenía una idea de lo que Goblin Slayer estaba planeando.

—Oh cuernos y garras de nuestro padre, Iguanodón, que tus cuatro extremidades, sean patas para caminar sobre la tierra.

El chamán enano miró al sacerdote lagarto orando y al guerrero que creó, pasando un dedo por su barba.

—Monté ese muro espiritual antes y usé estupor… diría que dos más.

—Aférrate a ellos. Serán nuestras cartas de triunfo.

— ¡Oh-ho! Es el papel más importante que tengo. Hasta que los necesitemos, entonces, ¿te ayudo, Corta barbas?

El chamán enano le dio un golpe a su vientre, ya con su espíritu habitual. Sin él, el grupo podría haber encontrado mucho más difícil cambiar su estado de ánimo. La risita de la elfa era como una campana.

—Estamos realmente bendecidos, ¿no? De tener tres hechiceros.

— ¿Qué es esto? No sabía que sabías ser educada, orejas largas.

— ¡Oh, por favor! Siempre soy educada.

Alguien se rio. Entonces todos ellos asintieron el uno al otro. Eso fue suficiente.

Ahora podían ver los brillantes ojos de los goblins y escuchar la voz aullante del campeón.

La elfa cerró un ojo, agitando sus orejas mientras juzgaba la distancia al enemigo.

—… ¿Y? ¿Qué quieres que haga?

—Distráelos, luego mátalos. Reduce sus números, saca tantos como sea posible.

— ¿Por qué tengo la sensación de que esto es una locura?

— ¿En serio?

Goblin Slayer tomó una honda en su mano derecha libre y puso una piedra en ella. Al mismo tiempo, sacó otra honda de su bolso y se lo dio al chamán enano, intentando preparar el siguiente bloqueo.

La elfa hizo un “hmph”, puso una flecha contra la cuerda del arco, y la tiró hacia atrás.

— ¿Listo? Aquí voy.

Dejó salir una firme pero de algún modo encantadora risa. Pero en el mismo momento…

— ¡GOROORORRRRRRRB!!

Era el grito de guerra del campeón goblin.

El monstruo de un ojo agitó su bastón y rugió, intentando provocar a los goblins bajo su mando.

Sus tropas llevaban lanzas, garrotes, hachas y dagas oxidadas.

Mientras la horda se arrastraba hacia adelante, una de las criaturas al frente…

—Uno.

— ¡¿GROB?!

…cayó víctima de una de las piedras de la honda de Goblin Slayer.

A lo largo de la historia de este mundo, los seres humanos siempre han sido más aptos para lanzar cosas. Ni siquiera un dragón podría lanzar un objeto más lejos que un humano.

Los goblins carecían de fuerza, los elfos amaban demasiado sus arcos, y los enanos y los rheas tenían el lanzar como un simple pasatiempo. Sólo los humanos podían lanzar una piedra más rápido que un caballo que iba directo a su objetivo.

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— ¡¿GOROB?!

— ¡¿GROOORRB?!

Y mientras hubiera piedras en el suelo, una honda nunca se quedaría sin munición.

— ¡Ho! ¡Apenas tienes que apuntar por aquí! ¡Me gusta!

Los dedos gordos del chamán enano brillaban como magia, cargando una roca tras otra en su honda y lanzándolos a los goblins.

— ¡Dispara Corta barbas! No hay malos tiros aquí.

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—Ese es mi plan… Eso hace tres.

Una piedra silbó por el aire, abriendo otro cráneo de goblin. Dos seguidos, tres. Goblin Slayer parecía, después de todo, estar estado disparando goblins en un barril.

Los pequeños monstruos pisotearon los cadáveres de sus hermanos caídos, golpeados por las piedras.

— ¡GROB! ¡¡GOOOROBB!!

Los goblins no pensaron ni por un segundo que eran ellos quienes estaban atacando a los aventureros.


Eran ellos quienes estaban siendo atacados. Los goblins se veían a sí mismos como las víctimas en todas partes, así que era culpa de todos los demás si los goblins se defendían. Las muertes de sus camaradas sólo avivaron en ellos una ira vengativa. ¿Qué era un pequeño muro de escombros?

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Sus pequeños ojos miraban fijamente a quienes los aventureros defendían, a la muchacha sobre el altar.

— ¡Vienen por la derecha!

— ¡Lo tengo!

Las voces de las chicas gritaban unas tras otras, y un instante después, los goblins invasores estaban llenos de flechas.

La sacerdotisa miró a su alrededor, habían gotas de sudor en su frente, y dondequiera que indicara, la elfa disparaba en esa dirección.

Rebota, rebota. Cada movimiento de sus orejas iba acompañado de una flecha mortal que viajaba a lo largo del viento subterráneo.

Ningún goblin podía escapar de ella.

— ¡Seguro que son muchos, sin embargo…!

— ¡Tres a la izquierda! ¡Cuatro delante!

—Sí, estoy en ello.

La elfa iba de un lado del altar al otro, perdiendo sus flechas tan rápido como podía cargarlas.

No fue la fatiga lo que la hizo sudar, sino el nerviosismo y la tensión. Hacía mucho tiempo que se había cansado de disparar una flecha a la vez; ahora agarraba todo lo que estaba cerca, tres flechas a la vez. Por supuesto, su carcaj estaba vacío; se abastecía de todo lo que podía encontrar en el suelo.

Y mientras ese suministro permaneciera, los goblins no se acercarían a ella, sino que sólo se añadirían a la creciente pila de cadáveres.

— ¡GOROROROB! ¡GROB! ¡GOORB!

Así que no era momento para quejarse de la situación.

El campeón goblin dio una orden y sacó la tapa de un frasco cuidadosamente acunado en los brazos de uno de sus lacayos.

Los goblins con sus mentes perversas habían inventado un líquido pegajoso y venenoso.

Los arqueros en las filas de los goblin llevaban rústicos arcos y mojaban las puntas de piedra de sus flechas en el veneno antes de disparar.

— ¡¿GOORB?!

Tenían, sin embargo, la costumbre de disparar enteramente desde la cadera, resultando en que varios goblins tuvieran flechas envenenadas en la espalda.

Incluso cuando las heridas no eran críticas, las víctimas golpeaban y espumaban por la boca y finalmente morían.

Lo que importaba, sin embargo, era que algunas alcanzaban a la elfa de la fila de atrás que les disparaba, y a la chica humana dando direcciones.

Si sólo pudieran golpear a esos dos blancos, el veneno haría el resto. Si sólo los paralizara, estaría bien. O bien podrían morir. Los goblins lo disfrutarían de cualquier manera.


—……

Pero uno no podía olvidar al leal guerrero colmillo de dragón. El soldado esquelético levantó el escudo que se le había dado, desviando silenciosamente las flechas que volaban hacia las chicas. De vez en cuando, una flecha lo golpeaba, pero sin carne y sangre el veneno no era una amenaza.

—Huh. La elfa se limpió el sudor de su frente y agarró una flecha a sus pies, y luego le dio al guerrero una palmadita en la espalda. —Esta cosa es muy linda.

— ¿T…tú piensas eso? La sacerdotisa frunció el ceño y se agachó para evitar una flecha. Se agarró desesperadamente a su gorra, intentando controlar su respiración. Se limpió un poco de sudor antes de que cayera en sus ojos, y luego miró a la oscuridad.

Junto a ella, el sacerdote lagarto había colocado su imponente cuerpo frente al espejo.

— ¡Ha! ¡Ha! ¡Ha! Estoy satisfecho de recibir su más grata alabanza.

El sagrado espejo había sido colocado en la pared de piedra con alguna técnica antigua. El sacerdote lagarto rayó con una afilada garra a lo largo del marco que rodeaba la superficie ondulante.

— ¡Debo decir que estoy muy desconcertado de cómo este espejo está acoplado aquí!

Respiró ruidosamente, y las escamas de sus brazos se abultaron mientras sus músculos se tensaban.

— ¡Oh orgulloso y extraño brontosaurio, dame la fuerza de diez mil!

Fue el milagro de Dragón Parcial, que invocaba la bendición de su gran espíritu ancestral, el temible naga.

Sus músculos agrandados ahora se jactaban de la fuerza del terrible lagarto que había caminado por la tierra hace tanto tiempo. Ahora su garra rompió la piedra, una grieta se abrió sin dañar el espejo.

Pero esto requeriría más que un rasguño. No había tiempo.

— ¡GOROOOOBB! ¡¡GOOROOROB!!

La barrera distante se rompió de un solo golpe, los escombros volvieron a la nada. Con un estrepitoso paso hacia adelante, el campeón goblin tuerto levantó su garrote y comenzó su asalto.

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— ¡GORRB!

— ¡GORB! ¡¡GOORB!!

Los aullidos de los goblins dejaban claro su placer.

Tenían un héroe con ellos, un campeón, y eso les dio la fe de que podían prevalecer. En ese sentido, no eran diferentes de las personas.

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